El captagón, la conocida como ‘droga de los yihadistas’ o ‘droga de los pobres’, se ha convertido en un quebradero de cabeza más para los gobiernos de Oriente Medio. Compuesto por fenetilina –una droga de síntesis de la familia de las anfetaminas, comenzó a producirse en los años 60 del pasado siglo en Europa, sobre todo en Alemania, como antidepresivo o destinado a tratamientos para la hiperactividad y la narcolepsia. Fue retirada del mercado dos décadas después.
Posteriormente comenzó a producirse una versión ilegal de la sustancia, en la que a la fenetilina se agregaba cafeína, en Europa Oriental –sobre todo Bulgaria- y el mundo árabe. Hoy es una droga cada vez más usada entre la población joven de los países del Golfo. Además, gracias a facilitar la concentración y reducir la percepción de dolor, el captagón fue un compuesto habitual para los combatientes de la multitud de milicias que se enfrentaron durante la larga guerra civil siria y posterior ascenso y caída del Daesh, entre ellos los de la propia organización yihadista.
No en vano, Siria, sobre todo, y el Líbano son los dos principales países productores del captagón. En el segundo los laboratorios móviles de captagón se desplazan a lo largo del valle de la Becá y la frontera con Siria. El problema de la tendencia al alza en el uso de la sustancia preocupa cada vez más a los gobiernos de la región, entre ellos los de Jordania, Arabia Saudí o Irak.
Centenares de miles de pastillas blancas de esta mezcla de fenetilina y cafeína han viajado, escondidas en cajas de frutas, en tarrinas de humus o hasta en cuernos de cabras por toda la región en los últimos años. En algunos casos viajando a través del norte de Europa –como lo demuestran operaciones de incautación en Italia y Grecia-, África y Asia Central. Según el think tank The New Lines Institute for Strategy and Policy el captagón generó en 2020 una cifra de negocio de 3.500 millones de dólares y en torno a los 5.700 millones en 2021. Las autoridades del Reino Unido estiman que globalmente el régimen sirio ha logrado recaudar con el comercio del captagón en torno a 57.000 millones de dólares.
El pasado 14 de abril las autoridades libanesas informaban de la incautación de 10 millones de pastillas del estimulante sintético –y la detención de cuatro individuos- que iban a viajar a Senegal para desde allí ser trasladadas a Arabia Saudí. La preocupación de las autoridades saudíes hizo que en 2021Riad prohibiera las importaciones de fruta y verdura desde el Líbano para luchar contra el tráfico de la sustancia también conocida como la ‘cocaína de los pobres’.
En febrero de este año las autoridades emiratíes detenían en el aeropuerto de Abu Dabi a un individuo que transportaba 4,5 millones de píldoras de captagón en latas de guisantes. En agosto de 2022, las autoridades saudíes se incautaban de 4,6 millones de pastillas que viajaban escondidas en un barco con harina. Antes, en febrero del año pasado, las autoridades jordanas aseguraban haber acabado con la vida de 30 contrabandistas en unas pocas semanas y revelaban que se disponían a incautarse de 16 millones de píldoras de captagón procedentes de Siria.
“El captagón es muy usado en las monarquías del Golfo por sus efectos recreativos. Permite también esquivar el tabú cultural asociado al consumo de estupefacientes”, aseguraba a Le Monde Diplomatique la investigadora del citado The New Lines Institute for Strategy and Policy Caroline Rose. En los mercados del Golfo un comprimido se paga a unos 20 dólares.
Si desde hace años se sospechaba que de alguna u otra forma los productores y traficantes de la sustancia en Siria contaban con la aquiescencia de Damasco, investigaciones recientes, por encima de todas la de la BBC, han expuesto los vínculos entre las mafias que se lucran con el tráfico de este estupefaciente y el régimen de Bachar al Assad, el mayor ejemplo de supervivencia política que haya conocido la región en tiempos contemporáneos. La ‘droga de los yihadistas’ ha sido, por tanto, un apoyo financiero importante para el régimen en los últimos años.
La misma investigación de la cadena británica vincula a los propios soldados del Ejército sirio en las redes de tráfico de la sustancia, con la cual consiguen aumentar sus exiguas retribuciones. En el Líbano, los narcotraficantes del captagón cuentan también, según la misma investigación de la BBC, con el apoyo de Hizbulá, el todopoderoso partido y milicia chiita –un Estado cada vez más fuerte dentro del Estado- estrechamente vinculada con la República Islámica de Irán y con el régimen de Bachar el Assad en Siria. También participan en su exportación otras milicias iraquíes proiraníes.
Tras superar, gracias al inestimable apoyo de la Rusia de Putin, una revolución –2011, la Primavera Árabe sacudía la región- y una larguísima y cruenta guerra por interposición, además de la implantación del Califato yihadista a caballo en sirio e iraquí, en estos momentos el régimen de Bachar el Assad está culminando el proceso de rehabilitación en el mundo árabe. Y esta mezcla de fenetilina y cafeína, conocida además por su fuerte carácter adictivo, tiene parte de la culpa.
Aunque no ha sido, sin duda, el único factor determinante, la posibilidad de mantener una interlocución fluida con el régimen de Bachar el Assad, que ha superado momentos críticos y no tiene prisa por marcharse, también en relación con la lucha contra el tráfico ilegal del captagón, explica su reingreso en la Liga Árabe. Damasco volvía el pasado mes de mayo a la institución de la que había sido expulsado en noviembre de 2011, en plena revuelta anti-régimen.
Aunque la cuestión no se abordó oficialmente en la última cumbre de la Liga Árabe celebrada en la ciudad de Yeda, las autoridades jordanas aseguraron a comienzos del pasado mes de mayo que el régimen sirio se había comprometido a combatir el narcotráfico en sus fronteras con Irak y Jordania en un encuentro de ministros de Exteriores.
No en vano, el 8 de mayo un bombardeo de la fuerza área del reino hachemita acababa en territorio sirio con la vida de Marai al-Ramthan, considerado como uno de los más importantes capos del captagón. Sin desmentir ni confirmar la noticia, el ministro de Exteriores jordano aseguraba que “toda medida adoptada con objeto de asegurar nuestra seguridad nacional o de afrontar cualquier amenaza será anunciada en el momento oportuno”.
Para la directora del Middle East Institute de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres, Lina Khatib, es difícil creer que el régimen de Assad vaya a dejar de lucrarse con el tráfico de captagón a pesar de la presión de sus vecinos. “La máxima esperanza para los países árabes en este sentido es que los elementos del régimen involucrados en el comercio del captagón pudieran desviar una parte de este a mercados fuera del mundo árabe de tal manera que redujeran el flujo de la droga a estos países”, aseguraba la especialista de SOAS a Al Jazeera.
El auge de las rutas de la ‘droga de los yihadistas’ preocupa más allá de las fronteras de Oriente Medio. De hecho, en diciembre de 2022 el presidente estadounidense Joe Biden firmó la ley sobre el captagón, destinada a combatir la amenaza del estupefaciente para “la seguridad trasnacional”, aunque el objetivo de Washington no sea otro que debilitar al régimen de Assad con la persecución del tráfico de la sustancia. Tanto Estados Unidos, como el Reino Unido y la Unión Europea coinciden en señalar a Maher al-Assad –jefe de la Cuarta División del Ejército sirio y hermano del presidente sirio- como un hombre clave en el tráfico de la droga.
Inopinadamente, la guerra contra el captagón ha apuntalado un poco más al régimen de Assad en Siria, que se ha beneficiado también del histórico acuerdo entre Arabia Saudí e Irán. Está por ver que Damasco vaya a avenirse a los requerimientos de sus vecinos y a combatir con seriedad el tráfico de la sustancia en los próximos tiempos. Entretanto, el aumento de su uso recreativo entre los árabes comienza a ser un problema social de alto alcance, uno más, para una ya más que sacudida región.