Francia se mira consternada en un espejo que le devuelve imágenes de ira y violencia en las calles. Es el último incendio al que se enfrenta el presidente, Emmanuel Macron. La muerte de Nahel, un adolescente de 17 años de origen argelino, por disparos de la policía en Nanterre, a las afueras de París, ha desatado protestas en todo el país. Y, también, una oleada de actos vandálicos protagonizados por jóvenes: saqueos, ataques a comercios y edificios públicos, incendios de vehículos... Los altercados han dejado cientos de heridos y de detenidos. Se han movilizado 40.000 policías y la oposición conservadora pide la declaración del estado de emergencia para restablecer el orden.
La indignación en la banlieue, la periferia de las ciudades, reabre viejas heridas; fracturas sociales profundas que vuelven a poner sobre la mesa la desigualdad y el resentimiento en los suburbios habitados por descendientes de inmigrantes que se sienten discriminados, franceses de segunda, y que acusan a la policía de racismo.
Esa rabia ha desembocado en actos vandálicos "insoportables e inexcusables", en palabras de la primera ministra francesa, Élisabeth Borne. La explosión recuerda a los disturbios de 2005, bajo la presidencia de Jacques Chirac, que durante tres semanas pusieron en pie de guerra a la banlieue.
Macron ha convocado una unidad de crisis para abordar este último desafío, tras las protestas contra la reforma de las pensiones o la revuelta de los chalecos amarillos. ¿Cuáles son las claves de esta explosión en las calles?
La mecha se prendió el pasado martes. Eran las nueve de la mañana y el joven Nahel conducía, sin carné, vehículo de alquiler, un Mercedes amarillo, cuando una pareja de policías le dio el alto en una calle de Nanterre. Él no obedeció la orden, trató de escapar y recibió un disparo mortal.
Un testigo grabó lo sucedido. El vídeo desató la indignación. Las imágenes muestran cómo uno de los policías le apuntaba con su arma por la ventanilla del conductor, mientras el otro hablaba con él; el primero disparó en cuanto el joven arrancó el vehículo para huir, sin que existiera amenaza alguna para la integridad de los agentes.
El adolescente murió de un disparo en el tórax. El agente que le disparó se encuentra en prisión preventiva y ha sido acusado de homicidio voluntario. La investigación inicial concluyó que "no se dieron las condiciones para el uso legal del arma".
Él esgrimió que disparó como "autodefensa", pero el vídeo de los hechos contradice esa versión, ya que muestra que no hay justificación para el tiroteo.
Macron ha calificado la muerte del joven de "inexplicable e inexcusable". "Negarse a parar no da licencia para matar", ha dicho, por su parte, el líder del Partido Socialista, Olivier Faure.
Nahel tenía 17 años, era franco-argelino e hijo único. Se había matriculado en un centro para formarse como electricista, había estado trabajando como repartidor de pizzas y jugaba al rugby. Uno de sus conocidos se ha referido a él en medios locales como una persona que "tenía la voluntad de encajar social y profesionalmente".
Su madre Mounia crio a su hijo sola. El día del incidente, han contado medios franceses, él dio un beso a su progenitora antes de que ella se marchara a trabajar. "Te quiero, mamá", le dijo.
"¿Qué voy a hacer ahora? Lo dediqué todo a él. Solo tengo un hijo. Era mi vida", lamentaba ella tras la muerte.
Lo sucedido reabre la polémica sobre una ley, aprobada en 2017 (a raíz de los ataques extremistas en el país), que permite a la policía disparar contra un vehículo que se salte un control en el caso de que la vida de los agentes o de otras personas esté en peligro. La interpretación de esa norma ha desembocado en abusos policiales, según algunas denuncias.
Tras la muerte de Nahel, se han reavivado también el sentimiento de desconfianza, las acusaciones de racismo contra la policía y los llamamientos a que se revisen las condiciones que rigen el uso de armas por parte de los agentes.
Los sindicatos policiales franceses han rechazado las acusaciones. "No controlas a las personas por el color de su piel. Procedes a controlar y arrestar a alguien teniendo en cuenta los hechos", afirmaba el viernes Thierry Clair, vicesecretario general del sindicato UNSA-Policía a BBC radio. "No, la policía francesa no es racista. Puede haber algún comportamiento que está en el límite y algunos oficiales han sido sancionados, a veces despedidos, por tales actos, pero es algo marginal, como sucede en cualquier corporación o institución", añadía.
La ONU, sin embargo, ha advertido de que "es el momento de que el país ataje de manera seria los graves problemas de racismo y discriminación en las fuerzas de seguridad". El número de personas muertas tras negarse a parar en un control va en aumento, según una información de Associated press. Trece personas murieron en tiroteos policiales el año pasado después de no cumplir con las órdenes, según la policía.
La presidenta de la cámara baja del Parlamento, Yael Braun-Pivet, ha asegurado que está lista para reevaluar cómo se está implementando la controvertida ley de 2017. Antes de que esta entrara en vigor, los agentes de policía tenían que probar la defensa propia para justificar la utilización del arma.
El suceso y sus consecuencias reflejan las tensiones latentes entre los agentes y los jóvenes de los barrios más desfavorecidos. Y plantean la duda sobre si el país ha avanzado, o no, desde que se vio sacudido en 2005 por tres semanas de altercados en la banlieue. En aquel momento, la chispa fue la muerte de dos adolescentes electrocutados al huir de la policía en Clichy-sous-Bois. El entonces presidente Jacques Chirac declaró el estado de emergencia ante los fuertes disturbios.
Ahora se reabre también el debate sobre las desigualdad y la pobreza en esos barrios del extrarradio habitados por los migrantes y sus descendientes. El sociólogo Fabien Truong explicaba al diario Le Monde que los participantes en las protestas "son chicos de la misma edad que Nahel, que reaccionan de forma íntima y violenta por una sencilla razón: esta muerte pudo haber sido la de ellos. Todos se dicen a sí mismos: Podría haber sido yo".
El experto añade que "todos los adolescentes de estas zonas tienen recuerdos de altercados negativos y violentos con la policía" y que esos barrios "son focos donde se concentra la pobreza y la violencia social que la acompaña".