"Esto no es un golpe militar. Esta es una marcha por la justicia". Con esta declaración, los mercenarios del Grupo Wagner han planteado el mayor desafío a la estabilidad de Rusia desde la caída de la Unión Soviética. Un órdago al final ha resultado un farol.
Durante 24 horas que han puesto a Vladimir Putin al borde el abismo, el fantasma de la guerra civil ha planeado sobre Rusia. Como apuntaba irónicamente la analista Anna Ackermann, se trababa de "rusos matando a rusos porque no están de acuerdo sobre cómo matar mejor a los ucranianos." En realidad, nadie ha matado a nadie. Precisamente, el temor a un "baño de sangre" ha desactivado la sublevación.
Pero lo cierto es que en unas pocas horas Yevgeni Prigozhin ha pasado de brazo armado de Vladimir Putin en Ucrania a ‘enemigo número uno’. Nadie hasta ahora había cuestionado de esa forma la autoridad de Putin.
Tras el fracaso del motín, el gobierno ruso confirma que se exiliará en Bielorrusia y que se retirarán los cargos criminales contra él.
A media tarde, los sublevados deponían el pulso con la mediación del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien tras conversar con Prigozhin, pactaba una "desescalada". Sus mercenarios detendrían el avance hacia Moscú y regresarían a sus posiciones.
En un mensaje de audio, Prigozhin resumía el resultado de su alzamiento: "Avanzamos hasta estar a casi 200 kilómetros de Moscú. En ese tiempo no hemos derramado ni una sola gota de sangre de nuestros combatientes".
"Ahora ha llegado el momento en que se podría derramar sangre rusa. Por eso comprendemos la responsabilidad este derramamiento de sangre rusa de una de las partes y vamos a dar marcha atrás a nuestros convoyes y a regresar a los campamentos según el plan", ha añadido.
La “traición” de los Wagner -calificada así por el presidente ruso- había tomado la forma de un ataque relámpago sobre el suroeste de Rusia efectuado con varias compañías, (de los 25.000 paramilitares con los que cuenta) que no encontraban oposición.
Mientras, al otro lado de la frontera, Kiev aprovechaba para espolear la contraofensiva con avances en los frentes de Orijovo-Vasilivka, Bajmut, Bohdanivka, Yagidne, Klishchiivka y Kurdiumivka.
Tras controlar en apenas unas horas Rostov del Don, sede del Cuartel General del Mando ruso en el sur, los mercenarios de Wagner emprendían una rápida marcha hacia el norte que los situaba a las puertas de Lipetsk, a 400 kilómetros al sur de Moscú.
Un plan basado en la “sorpresa y la velocidad”, según el politólogo y experto en estrategia Guillermo Pulido, y que aprovechaba la falta de cintura del mando ruso, ya que “muchas unidades tienen a buena parte de sus efectivos combatiendo en Ucrania”. Además, “no todas las unidades militares están listas para el combate”, señalaba Pulido.
¿Hubiera podido triunfar la sublevación de los Wagner? Los analistas afirman que el choque armado habría sido inevitable al entrar en Moscú, y que en ese escenario los mercenarios habrían estado en desventaja.
Otra dificultad: al desligarse del ejército, sus canales de abastecimiento quedan cortados, lo que afectaría al suministro de combustible o alimento en un plazo de 24 a 48 horas.
Además, la sublevación de Prigozhin no rha recibido adhesiones políticas ni militares entre los altos mandos rusos, fieles a Putin.
Entre ellas, la del líder checheno Ramzan Kodyrov, que ratificaba el apoyo de sus paramilitares a Moscú y dirigía sus tropas hacia Rostov del Don.
Mira Milosevich-Juaristi, investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Instituto Elcano, calificaba de "suicida" la rebelión armada de los Wagner.
"Prigozhin ha perdido el contacto con la realidad rusa", decía a EFE la experta, que calificaba la situación de "grave" y "desestabilizadora para toda la región".
Ante lo que Vladimir Putin considera como “puñalada a Rusia”, Moscú comenzaba a cavar zanjas con excavadoras en sus carreteras de acceso, en una operación coordinada con el Departamento de Carreteras y Transportes.
Mientras, la Guardia Nacional y la policía levantaba barricadas y desplegaba una "operación jaula" con controles por toda la ciudad.
Putin decretaba un régimen de “operación antiterrorista”, en virtud del cual se han cancelado eventos multitudinarios y limitado el acceso a internet.
Al tiempo, miles de civiles han tratado de huir de Moscú. Algunas fuentes indican que se han colapsado los vuelos desde la capital.
El alcalde capitalino, Sergei Sobianin, pedía evitar desplazamientos y declaraba festivo el lunes, para minimizar riesgos. La huida por trenes o carretera ha sido una constante durante este sábado en Rostov del Don.
Kiev ha interpretado la revuelta de los Wagner como "un episodio antes de la siguiente fase de la caída de Vladimir Putin", en palabras del asesor de la Presidencia ucraniana Mijailo Podoliak.
El propio presidente ucraniano, Volodomir Zelenski no dudaba en señalar la “debilidad” de Rusia como factor determinante de la sublevación. "Hace mucho tiempo que Rusia viene utilizando la propaganda para enmascarar la debilidad y la estupidez de su Gobierno", escribía en su cuenta de Twitter. "
"A quien dijo que Rusia era demasiado fuerte para perder: mirad ahora", remachaba su ministro de Exteriores, Dimitro Kuleba.
Putin ha seguido los acontecimientos desde el Kremlin. Desde allí, contactaba con los líderes de Bielorrusia, Alexander Lukashenko; Uzbekistán, Shavkat Mirziyoyev, y Kazajistán, Kasim Yomart Tokayev, tradicionales aliados en la región. El turco Recep Tayyip Erdogan también le ha mostraba su respaldo.
La comunidad internacional ha observado con cautela los acontecimientos. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, principal valedor occidental de Kiev, reunía de urgencia a su cúpula militar.
Por su parte, los máximos responsables diplomáticos de la Unión Europea y el G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) mantenían este sábado una conversación de urgencia para discutir la crisis. Bruselas reiteraba que el apoyo a Ucrania "continúa incólume".