La de Silvio Berlusconi, fallecido en Milán el 12 de junio de 2023 a los 86 años, es la historia de varias vidas. Todas distintas y todas simultáneas. Un hombre-espectáculo: de sus inicios como cantante de cruceros a sus años de madurez como político deslenguado o como ‘director deportivo’ en la sombra -o no tanto- de su amado Milan.
Nacido el 29 de septiembre de 1936 en el seno de una familia de clase media y el mayor de tres hermanos, la infancia de Berlusconi transcurrió en las calles de la que se consideró como último reducto de la Italia fascista.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Milán, el proyecto final de carrera -un estudio sobre aspectos legales de la publicidad- ya apuntaba hacia el destino que iba a marcar una parte de su biografía.
Por aquel entonces puso a prueba su capacidad como showman, y ganó sus primeras liras, como cantante de cruceros, acompañado por quien se convertiría en su alter ego profesional de por vida, Fedele Confalonieri, que actualmente preside Mediaset.
En 1965 contrae matrimonio por primera vez, con Carla Elvira Dall’Oglio, madre de sus hijos Marina (nacida un año más tarde) y Pier Silvio (1969) y de quien se divorció 20 años después tras conocer a la actriz Verónica Lario (Miriam Bartolini en el pasaporte).
En los 70, Berlusconi cambia el canotier por la corbata cuando emprende su carrera como empresario inmobiliario. Con el soporte financiero de la Banca Rasini, primero con Edilnord y posteriormente con Fininvest, levanta dos barrios en la capital lombarda, Milano 2 y Milano 3.
Por este hito recibe en junio de 1977, de manos del presidente de la República, el título de Cavaliere del Lavoro, honor que le acompañaría hasta su último aliento.
En aquellos años se lanza a plantar cara al monopolio de la televisión pública -primero con Telemilano- y pone en marcha una red de canales liderada por Canal 5 -germen del conglomerado Mediaset- y su lenguaje desacomplejado y popular que años más tarde trasladaría a la Telecinco de los años 90. Pero no solo los medios audiovisuales interesan al empresario milanés, que acabó haciéndose con la editorial Mondadori, presidida en la actualidad por su hija Marina.
En los primeros 80, con el país gobernado por el Partido Socialista Italiano (PSI) del primer ministro Bettino Craxi, Berlusconi no esconde sus simpatías por este líder que acabaría sus días en Túnez, prófugo de la Justicia. Por aquellos tiempos empieza a rendir cuentas ante los tribunales, al aparecer su nombre en un listado de la logia masónica P2.
En el 90, Craxi es uno de los testigos de su boda con Lario, junto a la que ya había tenido otros tres hijos: Bárbara (1984), Eleonora (1986) y Luigi (1988).
Pero el día tiene muchas horas, y medios de comunicación y política no eran suficiente para Il Cavaliere. En 1986 compra el Milan. Y como todo en su vida, a lo grande, Berlusconi se presenta junto a sus jugadores en el estadio a bordo de un helicóptero y al son de la Cabalgata de las Valquirias, de Richard Wagner. En la cosecha, cinco copas de Europa.
Tras la operación Manos Limpias, que levantó las alfombras del país transalpino, Berlusconi busca su sitio en el espectro político, primero con su apoyo al conservador Gianfranco Fini. Un año después, en 1994, es cuando se lanza a la arena con Forza Italia y su declaración de amor: “Italia es el país que amo”, el primero de los lemas con los que cambiaría definitivamente la manera de comunicar en política.
Llegó y conquistó. En mayo de 1994, Silvio Berlusconi se convierte en primer ministro de Italia. En enero de 1995 pierde los apoyos que necesitaba para seguir en el cargo. Desde ese momento, la vida política del país se mueve en el triángulo que trazan Berlusconi, su -por algún tiempo- aliado Umberto Bossi y su contrapunto, Romano Prodi, líder del Olivo. Entre junio de 2001 y mayo de 2006 repite como primer ministro.
Italia va avanzando hacia el siglo XXI bajo la sombra de Berlusconi, que en 2007 renace de sus cenizas políticas fundando el Pueblo de la Libertad, confluencia del centro-derecha transalpino. Dos años después, tras un mitin en Milán, un hombre, Massimo Tartaglia, le golpea con una reproducción-souvenir del Duomo. La imagen del líder ensangrentado es portada de la prensa en todo el mundo.
En 2009 también se finiquita su matrimonio con Lario -ya han aparecido fotos del magnate acompañado de jóvenes amantes-, que no se resolvió oficialmente hasta 2015. En las negociaciones para determinar la pensión, Berlusconi alegaba que le quedaban “10 o 15 años de vida”. Por una vez, pecó por defecto.
No son los requerimientos judiciales -relaciones inadecuadas, gestión de sus empresas-, sino la crisis de los mercados la que acaba con la carrera política de Berlusconi, que en 2011 sale por última vez del Palacio Chighi tras dimitir como primer ministro de Italia, responsabilidad que desempeñó en esta última ocasión desde mayo de 2008.
Solo después, en 2013, se dicta la única condena que ha caído sobre Berlusconi en 86 años, y va referida a fraude fiscal en Fininvest, que zanja con 12 meses de servicio en una residencia de ancianos a las afueras de Milán.
A partir de entonces, parece que por momentos Berlusconi está dispuesto a pasar a un segundo plano. Pero es solo un espejismo. Algunos tropiezos de salud, alguna triste despedida -en 2017 vende el AC Milan por 740 millones de euros a un grupo chino-…
En octubre de 2022, regresa a la primera línea con su escaño en el Senado italiano. Aun tuvo tiempo de celebrar una ‘no boda’ con su última pareja, Marta Fascina, nacida en 1990.
Ahora, Il Cavaliere descansará para siempre en su mansión de Arcore -casi tanto o más conocida que Villa Certosa, la de Costa Esmeralda (Cerdeña), escenario de cumbres informales de líderes de todo el mundo, cuando no de fiestas con las popularmente conocidas como velinas-. En Arcore, hace 30 años comenzó a levantar un mausoleo de cien toneladas de mármol. Todo a lo grande.