El presidente de Filipinas, Ferdinand ‘Bongbong’ Marcos Jr, acomoda su postura y reflexiona mientras contesta con un “sí, señor” cuando su homólogo estadounidense, Joe Biden, le recibe en la Casa Blanca. “Hace tiempo que no vienes por aquí”, le dice. “Estuviste aquí con el presidente (Ronald) Reagan y con tu padre, y te damos la bienvenida de nuevo”. El recibimiento con el que el máximo mandatario de la primera potencia mundial agasajó a Marcos durante su encuentro de la semana pasada cumple con los requisitos de cualquier reunión entre presidentes, en este caso, sin embargo, es necesaria una nota al pie: en aquel entonces, su presencia no fue tan celebrada por Biden.
En septiembre de 1982, el padre de la máxima figura política de Manila, el dictador, Ferdinand Marcos, visitó a Reagan en la que catalogaron como una “reunión de amigos”. Aquella definición traspasaba la barrera de la alianza militar y comercial que en aquel momento tenían ambas naciones, ya que su amistad llegaba a lo personal. La primera dama estadounidense, Nancy Reagan, y la filipina, Imelda Marcos, también eran íntimas. La brutalidad del régimen de Filipinas, que en 20 años se cobró miles de víctimas -asesinadas, torturadas y detenidas- y la magnitud de su corrupción -Record Mundial Guinness en 1989 como autores del mayor saqueo jamás realizado por un Gobierno, valorado entre 4 y 9 mil millones de euros- no fueron suficientes para que Reagan le diera la espalda. Su lealtad llegó a cotas máximas cuando los filipinos se levantaron en la Revolución del Poder del Pueblo en 1986 y el dictador tuvo que huir del país junto a 80 personas de su familia y de su círculo más cercano. El expresidente estadounidense le invitó a que viviera su destierro en Hawái.
Biden era senador demócrata y fue una de las voces más críticas contra Reagan por su complacencia con Marcos. En febrero de 1986, tan sólo una semana antes de que los Marcos aterrizaran en la isla de Oahu, el actual presidente estadounidense criticó a Reagan por anteponer los intereses en la región de Asia Pacífico a los valores democráticos del país. “Nosotros tenemos importantes instalaciones militares allí (en Filipinas), y tenemos un compromiso con la supervivencia de la democracia. Ambos son inseparables”, sostuvo en una sesión ante el Senado. “Si nos identificamos totalmente con un régimen corrupto y desacreditado que no cuenta con el apoyo de su pueblo, podremos mantener nuestras bases a corto plazo, pero alienaremos tanto al pueblo que lo perderemos a largo plazo”, avisó Biden. Treinta y siete años después, la familia Marcos ha recibido la gracia de la misma figura que se opuso a ellos por razones democráticas. Las bases militares siguen siendo claves para la estrategia estadounidense en la región.
Hace un año, antes de que Marcos Jr. ganara las elecciones en Filipinas, no estaba claro que pudiera pisar suelo estadounidense, ya que se enfrenta a una orden de desacato tras no pagar las indemnizaciones valoradas en alrededor de dos mil millones de euros en una demanda colectiva presentada por víctimas de su padre. Su inmunidad como presidente le permitió viajar a Nueva York hace unos meses y le ha permitido viajar a Washington la semana pasada. Su visita ha servido para sellar una alianza histórica que a Estados Unidos le vale para poner dos pies en el Indopacífico en pleno periodo de fortalecimiento militar de China en la región. Los valores democráticos han quedado en un segundo plano para Biden, al menos tal y como piensan los filipinos que han sufrido la violencia del régimen de los Marcos.
“Rezamos y esperamos que el presidente Biden no cometa el mismo error que el expresidente Reagan”, declaró a The Washington Post, Potri Ranka Manis, querellante en la demanda colectiva tras ser torturada durante el mandato de Marcos padre. “EEUU ya ha hecho esto antes”, sostuvo al mismo medio, Aries Arugay, director del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Filipinas en Diliman. “No le importó el historial de derechos humanos de Filipinas mientras Marcos pudiera salvaguardar las bases militares”. La complicidad de Marcos Jr. con el régimen dictatorial de su padre es tal, que durante su campaña electoral antes de imponerse en los últimos comicios, utilizó las redes sociales para limpiar el nombre de su familia a base de desinformación dirigida a las nuevas generaciones. La periodista filipina y Premio Nobel de la Paz, María Ressa, definió esta estrategia como la culpable de que “perdamos nuestra democracia”.
El paralelismo entre Reagan y Biden es inevitable. Si bien la suya no es una amistad que trasciende a lo personal, los intereses geopolíticos supeditan a otras cuestiones, como las judiciales. “Aquí es donde coinciden los intereses de Marcos y de EEUU”, señala Rubén Carranza, ex comisionado de la Comisión Presidencial para el Buen Gobierno en Filipinas, a la que se encomendó la tarea de recuperar la riqueza mal habida de la familia Marcos. “EEUU necesita a Marcos Jr. para mantener la puerta abierta a las fuerzas estadounidenses. Por otro lado, Marcos necesita a EEUU para mantenerse en el poder: para frenar las ambiciones de cualquier facción militar cortejada por dinastías políticas competidoras y para mantener la inmunidad diplomática que le permite volver a entrar en EEUU”.
Tras su visita a Washington como aliado de Biden, cada vez se aleja más la posibilidad de que las víctimas de los abusos de la familia Marcos en Filipinas sean indemnizadas y de que Marcos Jr. rinda cuentas con la Justicia. Después de seis años de complicadas relaciones entre EEUU y el Gobierno de Rodrigo Duterte -en los que Manila y Pekín vivieron una “era dorada”- el paraguas de Washington vuelve a cubrir al archipiélago ante las nuevas amenazas chinas. Las tensiones en el mar de China Meridional entre ambos países han escalado. A finales de abril, las autoridades filipinas advirtieron que los guardacostas chinos estaban realizando “maniobras peligrosas” y “tácticas agresivas” en su enésimo enfrentamiento. Las dos naciones tienen un amplio historial de desencuentros ya que la máxima potencia asiática reclama la soberanía de casi la totalidad del mar de China Meridional con la polémica línea de las nueve rayas, que se extiende a más de 1.500 kilómetros de su territorio continental y que entra en conflicto con las zonas económicas exclusivas de -además de Filipinas- Vietnam, Malasia, Brunéi e Indonesia.
Washington limpia la imagen de los Marcos y se convierte en un socio fundamental para salvaguardar los intereses de Manila frente a Pekín, que a su vez compite con EEUU por la supremacía mundial. En un comunicado conjunto, Biden confirmó “los férreos compromisos de alianza” entre ambos países y subrayó que “un ataque armado contra las Fuerzas Armadas, buques públicos o aeronaves filipinas en el Pacífico, incluido el Mar de China Meridional, invocaría los compromisos de defensa mutua”. También se ha comprometido a “modernizar” militarmente al país asiático con el fin de “mantener la paz en el Estrecho de Taiwán como elemento indispensable de la seguridad y la prosperidad mundiales”. Como contrapartida, EEUU tiene presencia en nueve bases militares que se suman a las que también tiene acceso en Corea del Sur y Japón, todos ellos, socios indispensables. Su afán por contener a China es una prioridad que, a día de hoy, supera a cualquier cosa, como se ha demostrado con el abrazo entre Biden y el representante de la familia cuyo apellido todavía provoca escalofríos entre los filipinos.