Sudán avanza irremisiblemente a la guerra civil. Desde el sábado pasado se enfrentan encarnizadamente por el control del país dos facciones: por un lado, las Fuerzas Armadas sudanesas y por otro, los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) tras el fracaso de un proceso de transición democrática que aspiraba a integrar a las segundas en las primeras.
Los choques entre las fuerzas armadas y los paramilitares han dejado ya al menos 185 muertos y 1.800 heridos, según datos del representante especial de Naciones Unidas para Sudán. Según Volker Perthes, “la situación es muy volátil, por lo que resulta muy difícil afirmar hacia dónde se está decantando”. El grueso de los enfrentamientos se produce en Jartum, la capital, en estos momentos una ciudad fantasma, pero también se están registrando en el norte del país y en Darfur. Ambos bandos están empleando artillería pesada y tanques en zonas urbanas.
Tanto el Ejército regular como las FAR aseguran tener el control de la sede de la jefatura del Ejército, el palacio presidencial, el aeropuerto internacional o la cadena estatal de televisión. Desde el Gobierno se ha calificado este lunes a las FAR de fuerzas rebeldes y exigido su disolución. También ayer desde Bruselas se denunciaba el ataque en su domicilio al embajador de la UE en Sudán, el diplomático irlandés Aidan O’Hara. Posteriormente desde el servicio diplomático de la UE se aseguraba que O’Hara se encuentra “bien” y que la sede no ha sido evacuada.
Asimismo, el sábado perdieron la vida tres empleados del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas durante los enfrentamientos registrados en Darfur del Norte. Aunque la comunidad internacional ha pedido insistentemente un alto el fuego, a esta hora hay poco interés aparente por las partes en detener las hostilidades.
Desde hace tres días combaten las fuerzas armadas sudanesas, comandadas por el general golpista Abdel Fattah al Burhan, líder actual del Ejército y presidente del Consejo Soberano de Sudán, contra los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), al frente de las cuales se halla su adjunto, el general Mohamed Hamdan Dagalo, a quien también se le conoce como Hemedti. Aunque ambos apoyaron en los golpes militares de 2019 y de 2021 –liderado por el general Burhan- la tensión entre ambos líderes venía incrementándose desde hacía meses por mor del desacuerdo sobre el papel de los paramilitares en el proceso inconcluso hacia el poder civil. Ambos ansían el poder.
Con el paso de los meses, el líder de las FAR estrechaba lazos con las Fuerzas de la Libertad y el Cambio (FFC por sus siglas en inglés), una plataforma civil que compartió el poder con los militares tras el derrocamiento de la dictadura de Omar al Bashir –detenido y condenado por corrupción después de tres décadas en el poder- en 2019 por una revuelta pro democrática. Los seguidores de las FFC y las FAR estaban cada vez más convencidos de la necesidad de apartar de la escena al general Burhan y a la vieja guardia islamista leal a Al Bashir que lo rodea.
El desencadenante último de la escalada ha sido la incapacidad de las partes a la hora de ponerse de acuerdo en la firma de un acuerdo final este mes –apoyado por la comunidad internacional- para relanzar el proceso de transición. Este lunes Hemedti ha tildado al jefe del Ejército regular sudanés de “criminal” e “islamista radical que bombardea a los civiles desde el aire”.
El general Burhan, que hoy controla gran parte de la industriar militar del país, fue ya una figura destacada en la guerra de Darfur y cuenta con el apoyo de sectores islamistas vinculados al régimen de Al Bashir. Por otra parte, al amparo del dictador fue fraguándose el enriquecimiento personal de Hemedti –una persona sin estudios, nacida en 1973 en el seno de una tribu oriunda de Chad- al hacerse con el control de diversos negocios, entre ellos el de las minas de oro de Darfur.
Las Fuerzas de Apoyo Rápido fueron constituidas oficialmente en 2013 durante el régimen de Omar al Bashir a partir de las milicias Janjaweed, sobre las que pesa la acusación de haber cometido crímenes de guerra en Darfur (2003-2008). Un conflicto que arrojó un infame balance de cerca de 300.000 muertos y más de 2,5 millones de desplazados, según Naciones Unidas.
Tras la caída de Al Bashir los paramilitares de las FAR han seguido operando de manera independiente. Se acusa a las FAR de estar detrás de la represión de las protestas pro democráticas, y de ser la responsable de la matanza de junio de 2019, y los especialistas destacan desde siempre sus brutales métodos. Comandadas por el general Mohamed Hamdan Dagalo, Hemedti, desde hace dos décadas, las Fuerzas de Apoyo Rápido fueron desplegadas en otras rebeliones en Sudán.
Desde Naciones Unidas, Estados Unidos y la UE se ha llamado al fin inmediato de las hostilidades. También lo han hecho China, Irán y Rusia. La Liga Árabe y la Unión Africana negocian con las partes un alto el fuego, aunque en estos momentos con escasas posibilidades de éxito.
Como en otros conflictos armados que se libran en la región, la confrontación bélica en Sudán es también de alguna manera una batalla por interposición en un escenario complejo y paradójico. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han tejido buenas relaciones con los paramilitares de las FAR. En el caso de Emiratos, varias compañías de este país han invertido en distintos sectores de la economía sudanesa. Por su parte, la dictadura militar de Abdel Fattah al Sisi en Egipto ha mantenido sólidos lazos con el general Burhan, un apoyo traducido en el envío de tropas, y los remanentes del régimen de Al Bashir.
Por su parte, Hemedti cuenta con el respaldo de la Rusia de Putin y ha tejido lazos a la vez con Emiratos. Asimismo, los paramilitares rusos del Grupo Wagner –presentes en varios países de África- actúan desde hace años en Sudán, principalmente en la protección de minas de oro –el país árabe es el tercer productor del continente-, aunque también participaron en la represión de la revuelta pro democrática en 2019. Y recientemente el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido ha maniobrado para estrechar lazos con los paramilitares rusos. Entretanto, Moscú negocia con el Gobierno la apertura de una base militar en el mar Rojo a cambio de armas y equipamiento militar.
Ambos mandos militares hoy enfrentados trabajaron conjuntamente durante el golpe de Estado de 2019 para desalojar a Omar al Bashir y, dos años después, para hacer lo propio con el primer ministro Abdallah Hamdok, quien había asumido el cargo tras el acuerdo alcanzado entre militares y civiles tras el fin de la dictadura.
Pero los desacuerdos a propósito de la integración de los paramilitares de las FAR en las fuerzas armadas sudanesas –Hemedti no ve factible su integración en las fuerzas regulares antes de una década- y las reformas en el seno del aparato de seguridad han echado por tierra el proceso de transición. Burhan y Hemedti habían manifestado su voluntad de cooperar para repartirse la mayor cuota de poder posible acabada la transición.
Oposición civil y junta militar pactaron en agosto de 2019 la Carta Magna que debía ser la hoja de ruta para el proceso de transición. Una y otra vez el proceso ha descarrilado. En diciembre pasado los golpistas y la coalición de fuerzas civiles trataban de relanzar el proceso con la firma de un nuevo acuerdo que preveía la retirada del Ejército de la política y la integración de las FAR en su seno, aunque los conocidos como “comités de resistencia” democráticos se han opuesto al considerarlo una traición a la auténtica transición. Hasta el pasado fin de semana. Los enfrentamientos en las calles entre fuerzas civiles favorables a una transición plena y militares han dejado más de 120 fallecidos en los últimos 18 meses.
A corto plazo Sudán avanza hacia la guerra a pasos agigantados. Uno de los perdedores será, sin duda, el proceso de transición democrática pactado por militares y sociedad civil. La incapacidad del Ejército nacional de controlar todo el territorio y gozar en exclusiva del monopolio de la violencia confirma que Sudán es ya un Estado fallido.
Desde un punto de vista estrictamente militar, las fuerzas armadas de Sudán cuentan con fuerza aérea, lo que les da ventaja frente a las FAR, estiman los especialistas. Además, las Fuerzas de Apoyo Rápido, aunque cuentan con aproximadamente 100.000 combatientes, están menos entrenadas para combatir en zonas urbanas que las fuerzas armadas sudanesas, puesto que su actividad ha tenido lugar casi siempre en áreas rurales. Por otra parte, las FAR disponen de importantes apoyos entre las comunidades tribales de Darfur, en el oeste del país.
La situación puede derivar en una crisis humanitaria en el conjunto de Sudán y en particular en la ciudad de Jartum, donde viven siete millones de personas y el agua y los alimentos comienzan a escasear. La OMS ha advertido ya que en todos los hospitales de la capital faltan ya reservas de sangre y otros materiales médicos vitales para atender a los heridos.
El conflicto amenaza no sólo con la confrontación civil en Sudán, sino con desestabilizar una zona ya de por si volátil como el Cuerno de África y el Sahel. Una guerra que culmina una sucesión de intervenciones militares en Sudán en la estela de la pandemia de asonadas registradas en los últimos tres años en el continente africano. El país, que tiene 46 millones de habitantes y es uno de los más pobres del mundo, sufre además en los últimos años una grave situación económica y social después de décadas de violencia y autocracia.