¿Está abandonando China su "diplomacia de lobo guerrero"?
El término fue acuñado hace unos años para definir el estilo asertivo e intimidatorio de Pekín a la hora de relacionarse diplomáticamente
El tono y las medidas de coerción se intensificaron durante la pandemia y ahora da un giro de 180 grados
China se posiciona como pacificador y ha atenuado su tono de ‘lobo guerrero’, una medida compatible con el cerco militar a Taiwán
Las etiquetas pueden precisar con atino tanto como incomodar a quienes las llevan colgadas. A China nunca le agradó demasiado que sus relaciones exteriores fueran definidas como ‘diplomacia del lobo guerrero’, un término acuñado por su estilo asertivo a la hora de tratar con otros países. Durante la Administración de Xi Jinping y, especialmente, a lo largo de la pandemia, el Gobierno chino ha hecho honor al marbete. El diálogo con muchas naciones de primer orden no ha sido tan fluido como en tiempos de Deng Xiaoping y Hu Jintao, garantes de una retórica cooperativa y lo más alejada posible de la polémica. El ministerio que más firmeza ha mostrado en los últimos años ha sido el de Asuntos Exteriores y precisamente este departamento es el que más a la defensiva ha respondido al término con el que se ha llegado a definir a su diplomacia.
“Recuerdo que cuando llegué a Estados Unidos como embajador (2021-2023), los medios de comunicación exclamaron que había llegado el ‘lobo de guerra’ chino”, destacó el nuevo ministro de Exteriores, Qin Qang. “Ahora que soy ministro ya no me dan ese título, así que estoy muy decepcionado”, prosiguió durante su comparecencia el mes pasado durante las “Dos Sesiones”, reuniones independientes que llevan a cabo a la vez el Congreso Nacional del Pueblo (CNP) y la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPC).
En su alocución, Qin afirmó que la ‘diplomacia del lobo guerrero’ es una “trampa narrativa” y que aquellos que lo acuñaron “desconocen a China o bien se mueven por una agenda oculta sin tener en cuenta los hechos”. Apeló a la “amabilidad y buena voluntad” de su diplomacia, antes de afilar su argumento: “cuando nos enfrentamos a chacales o lobos, los diplomáticos chinos no tenemos más remedio que actuar para proteger la patria”, sentenció.
El término viene de películas de acción como Lobo Guerrero 2, que apela al patriotismo y al sentimiento de identidad y de pertenencia a China. En la cinta, combatientes chinos derrotan a mercenarios occidentales. En torno a su estreno y en los años posteriores, los roces con otras naciones se intensificaron y se acentuaron a raíz del Covid-19. Además de EEUU y Taiwán, la diplomacia de la superpotencia mundial ha chocado con países como Vietnam, Filipinas, Australia, Lituania, Japón, Alemania, Canadá, India o Reino Unido en lo dialéctico, con la implantación de medidas que afectan a sus economías o en el apartado militar, especialmente en Taiwán, en el Mar de China Meridional o en la frontera con India. Las acusaciones de algunas naciones de Occidente sobre el origen del virus no sentaron bien y la estrategia de la intimidación primó sobre la mesura.
Sosiego interesado
En las últimas semanas, en cambio, el tono diplomático de China es más sosegado. El lobo diplomático se ha amansado por conveniencia en su rol de ‘pacificador’ y ‘mediador’ en la invasión de Rusia a Ucrania, una situación que le hace estar en la privilegiada posición de codearse con Vladimir Putin, con Emanuel Macron, con Ursula van der Leyer, con Olaf Scholz, con Pedro Sánchez o con Josep Borrell en cuestión de semanas. En Europa tratan a Pekín como si tuviera las herramientas para apretarle las tuercas a Putin, mientras que el gigante asiático disfruta de su influencia. Se siente más fuerte, principalmente porque lo es y porque así se le percibe. China presume, además, de aperturismo mientras abandona poco a poco su ‘diplomacia de lobo guerrero’ por su incompatibilidad con el lugar que quiere ocupar en un teatro geopolítico, marcado por la guerra, por la división con EEUU y por la enorme dependencia comercial que el mundo tiene con Pekín.
Australia es uno de los países que están experimentando los cambios en la política exterior de China
Durante la Administración anterior, la del conservador, Scott Morrison, Canberra formó parte de la investigación sobre los orígenes del Covid-19 en Wuhan junto a otros países como EEUU, Dinamarca, Japón o Países Bajos, entre otros. Fueron precisamente los australianos los que pagaron uno de los precios más altos por poner en duda a Pekín, que respondió con el boicot y abusivas tarifas arancelarias a sus productos. Esto provocó que la nación oceánica interpusiera una denuncia ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). El martes, su ministra de Exteriores, Penny Wong, explicó que la guerra comercial entre ambos países está un poco más cerca de resolverse después de que China se haya comprometido a realizar una “revisión acelerada” a los aranceles del 80,5 por ciento impuestos sobre la cebada australiana. Hasta 2020, era uno de los productos más exportados a China en un mercado que movió en 2018-2019 más de 500 millones de euros. El acercamiento ha servido para que Australia haya aceptado suspender temporalmente la disputa en la OMC.
“Obviamente, la estabilización y la resolución de las cuestiones comerciales llevarán tiempo, pero nos complace que se haya reanudado el diálogo constructivo. Es bueno que China se haya ofrecido a acelerar su revisión de estos aranceles”, declaró la ministra este miércoles. El portavoz del ministerio de Exteriores chino, Wang Wenbin, afirmó el martes que ambos países son “socios comerciales”, que ambas economías tienen mucho que ofrecerse mutuamente y que una “sólida relación” también favorece a “la paz y el desarrollo en Asia-Pacífico y más allá”.
La diplomacia china genera inquietud
El giro a la narrativa que ha imperado en los últimos tres años ha sido de 180 grados, especialmente desde la llegada del laborista, Anthony Albanese, al Gobierno australiano. La disposición de ambas naciones a “llevar las relaciones bilaterales por el buen camino” evidencian que la diplomacia china está virando hacia la mesura y es capaz de dejar de lado asuntos de fricción como la adquisición por parte de Australia de submarinos de propulsión nuclear para, precisamente, contener la expansión militar de Pekín. Tanto es así, que sin necesidad de usar la intimidación y con recibir con los brazos abiertos a varios de sus homólogos ya es suficiente para posicionarse en positivo ante su pueblo y el mundo y para inquietar a los países que pasan palabra, como EEUU y Reino Unido.
Ha sido precisamente la fugaz ex primera ministra británica, Liz Truss, la que desde Washington ha calificado el viaje de Macron a Pekín como “un signo de debilidad”. Su postura es la de ejercer una mayor presión económica a los asiáticos, ya que “están aumentando su armamento” y “amenazando a la isla libre y democrática” de Taiwán. Poco después del regreso del máximo mandatario francés a Europa, la parlamentaria británica ha insistido en ser “realistas sobre la amenaza de los regímenes autoritarios”, ya que Xi y Putin son “aliados contra el capitalismo occidental”. Por eso, dice, el que los líderes occidentales visiten al presidente Xi para pedirle su apoyo para acabar con la guerra es “un error y una señal de debilidad”. En lugar de eso, “nuestras energías deberían dirigirse a tomar más medidas para apoyar a Taiwán” y que sea capa de defenderse. “Tenemos que presionar económicamente a China antes de que sea demasiado tarde”, destacó Truss en la capital estadounidense.
La puesta en escena del Ejército Popular de Liberación ante la reunión de la presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, con el portavoz de la Cámara de Representantes estadounidense, Kevin McCarthy, ha sido firme y “desmedida”. El cerco a Taiwán de este fin de semana ha incluido simulacros de ataques directos contra la isla desde el mar, el aire y la China continental. Pekín realizó múltiples incursiones sobre la frontera de facto en aguas internacionales del estrecho de Taiwán. El ELP posicionó 10 buques de guerra y realizó en tres días 232 incursiones con cazas dentro de su zona de identificación de defensa aérea. A pesar del despliegue, no se lanzaron misiles, como sí sucedió en agosto tras la visita de Nancy Pelosi a Taipéi. La ‘diplomacia del lobo guerrero’ se atenúa mientras que el EPL se encarga de actuar con firmeza ante las líneas rojas que marca China. Ambas vías son compatibles y aceptadas en el juego geopolítico del que todos forman parte.