Michael Biggs: “Los bloqueadores de pubertad dañan a menudo a los homosexuales”
El sociólogo Michael Biggs, profesor de la Universidad de Oxford, explica a NIUS por qué el tratamiento llamado “Protocolo Holandés” para personas transexuales falla en sus fundamentos científicos.
Dicen en el Centro de Expertos de la Disforia de Género del Centro Médico Universitario de Ámsterdam, que “existen muchas perspectivas” sobre lo que es el llamado “Protocolo Holandés”.
Con esos términos se designa el modo en que se trata internacionalmente la disforia de género, definida como el sufrimiento que padece una persona por el “desajuste entre su sexo biológico y su identidad de género”. Viene a decir dicho protocolo que a las personas en esa situación conviene tratarlas siendo menores, bloqueando químicamente su paso por la adolescencia, para después transitar con hormonas y operaciones hacia el sexo con el que choca la identidad de género inicial.
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La perspectiva que el sociólogo neozelandés Michael Biggs (Wellington, 1969), doctor por la Universidad de Harvard y profesor de sociología en la Universidad de Oxford, no deja en buen lugar dicho protocolo. Utilizando los datos del Centro de Expertos de la Disforia de Género de Ámsterdam, Biggs plantea en sus investigaciones que los tratamientos que se han generalizado internacionalmente para lidiar con la disforia de género no tienen un sólido fundamento científico.
Esta es una de las conclusiones más claras que se pueden sacar de su artículo publicado en la revista especializada Journal of Sex and Martial Therapy titulado ‘The Dutch Protocol for Juvenile Transexuals: Origins and Evidence’ o “El Protocolo Holandés: Orígenes y Evidencias”. “En los resultados de los estudios de 2014 ofrecidos por la clínica holandesa donde se trataron a esos menores - resultados que hay que decir se ofrecen como principal prueba para el uso de ese protocolo - se decía que habían tratado a 70 menores y uno de ellos murió”, pone de relieve Biggs en esta entrevista con NIUS.
Las organizaciones LGBT, una vez logrado el matrimonio homosexual, formaban un tejido asociativo que se iba a quedar sin trabajo. En esta situación, apostaron por el tema transgénero.
A su entender, esa tragedia y una muestra de menores transexuales pequeña y mal diseñada para el estudio, impide sacar conclusiones favorables a los tratamientos del “Protocolo Holandés”. Dicho protocolo se ha convertido en un modelo internacional. Recientemente, sin embargo, el Servicio Nacional de Salud (NHS) del Reino Unido ha terminado diciendo “que no hay evidencias científicas para intervenciones con los bloqueadores de pubertad”, recuerda Biggs.
Pero eso no quiere decir que no se sigan usando. “Sigue habiendo menores desesperados en busca de estas medicinas porque creen que son cruciales para ellos”, plantea Biggs.
P: ¿Cómo un sociólogo ha terminado siendo un referente en algo como el “Protocolo Holandés”, un tratamiento para personas transexuales con orígenes en Los Países Bajos?
Pues es una historia rara que, básicamente, comenzó hace seis años. Doy clases en un seminario de sociología en la Universidad de Oxford. En una de las clases, les damos a los estudiantes fenómenos sociales y les pedimos a los alumnos que los expliquen, que enuncien hipótesis y modos para probar su hipótesis. Es un pequeño ejercicio para enseñar cómo pensamos los sociólogos. Fue entonces cuando vi en el periódico que había un aumento importante del número niños transgénero.
Las consecuencias para la función sexual son severas, porque se pone en riesgo la sexualidad y la fertilidad de las personas que toman esos medicamentos.
Al verlo, no tenía opinión al respecto, pensé que era un fenómeno más que poner a prueba con los estudiantes, para que teoricen y traten de explicar esto. En el seminario, hablamos y fue bien. Pero después de la clase, una estudiante estadounidense vino a verme para decirme que estaba enfadada porque se dijeron cosas en el seminario que no tendrían que haberse dicho. Luego, dos estudiantes alemanes me escribieron para decirme que aquello sobre lo que nos preguntamos en el seminario estaba mal. Algo así no me había pasado nunca. Despertó mi curiosidad. Y fue entonces cuando empecé a investigar.
P: ¿Qué era, exactamente, lo problemático en lo que se dijo en su seminario?
Yo dije que había una tendencia al incremento en el número de niños que se identifican como transgénero. Me dijeron que la palabra “tendencia” sobreentendía que el fenómeno no era real. También hubo alguien que señaló en el seminario que su novio era profesor y que había visto cómo un grupo de amigas, todo el grupo, se hizo transgénero. Diciendo aquello, esta chica indicaba que había una dinámica de grupo en ese comportamiento. Lo que es una hipótesis. Pero, de nuevo, puede sobreentenderse así que la realidad de las personas transgénero no es algo auténtico. Esas fueron las cosas problemáticas del seminario.
P: Y, picado por la curiosidad, ¿Cómo siguió su investigación?
Al ver el concepto de bloqueadores de pubertad, comencé a leer artículos y me dije que los resultados sobre el uso de esos bloqueadores no pintaban bien. Aquello me golpeó con fuerza. Porque en los resultados de los estudios de 2014 ofrecidos por la clínica holandesa donde se trataron a esos menores - resultados que hay que decir se ofrecen como principal prueba para el uso de ese protocolo - se decía que habían tratado a 70 menores y uno de ellos murió.
Sospechamos que muchos de esos niños habrían acabado desarrollándose como chicos homosexuales o chicas lesbianas.
Yo pensé que aquello era algo muy malo, y los resultados se presentaban, sin embargo, como algo muy bueno. Y luego vi que otra clínica en Londres había hecho también investigación sobre los bloqueadores de pubertad pero nunca publicaron los resultados. Les escribí y les pregunté dónde estaban los resultados. No respondieron. Aquello fue una señal de alarma porque uno sabe que si tienes buenos resultados, los publicas. Fui el primero en descubrir que los resultados de aquel estudio no eran buenos.
P: Usted siempre ha basado sus escritos en los estudios de estas instituciones que se han dedicado y dedican a tratar con bloqueadores de pubertad, ¿No es así?
Sí. Eso es.
P: Cuando hablamos de bloqueadores de pubertad, estamos hablando básicamente de aplicar el Protocolo Holandés. ¿Podría explicar de qué estamos hablando cuando hablamos del Protocolo Holandés?
Antes de que existiera el Protocolo Holandés, la intervención médica no empezaba hasta los 18 años, tomando hormonas de feminización o de masculinización. Ocurre, que, en esas personas, los cambios de desarrollo físico ya han ocurrido. Y entonces, en el cambio, no van a ajustarse tanto a ser mujer u hombre con características de hombre o mujer porque ya se han desarrollados como varones o hembras. Por supuesto, puede haber operaciones en el quirófano. Pero es más difícil adaptar esos cuerpos ya desarrollados.
Por eso en la idea del Protocolo Holandés es que si puedes parar el desarrollo físico de la persona temprano, interviniendo pronto, antes de que comience el desarrollo físico, entonces el cuerpo se parecerá más al del sexo opuesto. El foco del Protocolo Holandés está puesto en la apariencia. Y la idea era que, con 16 años, igual el menor no puede consentir frente a un tratamiento hormonal de feminización o masculinización, pero se pueden usar los bloqueadores hormonales a partir de los 12. Cuando se adoptó el Protocolo Holandés, fuera de Los Países Bajos, se podía acceder a esos bloqueadores con nueve o diez años si el menor estaba entrando en la pubertad.
P: ¿Diría usted que fue una experiencia exitosa?
Se puede entender que es exitosa en la medida en la que se puede decir que la persona que se somete a este tratamiento se parecerá más al sexo opuesto. Y esta es la medida que tienen los neerlandeses. Por ejemplo, a una niña, con doce años, toma bloqueadores hormonales, más tarde toma las hormonas de masculinización y, con 20 años, se parecerá más a un chico. Tal vez tenga menos estatura, tal vez tenga menos musculatura pero, en su aspecto, se parece más a un chico.
Ese era el foco de los neerlandeses. Y las personas decían estar satisfechas con su apariencia. Pero claro, los cuerpos no son sólo apariencia. También hay que tener en cuenta cómo funcionan. Y aquí, hay que tener en cuenta que las consecuencias para la función sexual son severas, porque se pone en riesgo la sexualidad y la fertilidad de las personas que toman esos medicamentos. Pero esto, a los investigadores holandeses, no les importaba tanto. Sólo les importaba la apariencia.
P: ¿Impide entonces el Protocolo Holandés, por ejemplo, a una mujer tener una vida sexual plena como hombre?
Hay una paradoja aquí. Y es que cuanto antes intervienes en el bloqueo de la pubertad, menos puedes tener función sexual. Puedes tener mejor aspecto en el género opuesto, pero, por ejemplo, muchos varones que transicionan no pueden tener orgasmos debido a la bloqueo temprano de la pubertad. Porque si lo hacen temprano el cuerpo no desarrolla la función sexual. También, porque a la hora de realizar una vaginoplastia, la vagina se realiza a partir del pene. Pero en casos en los que no haya suficiente pene, porque no ha dado tiempo a crecer durante la pubertad, la cirugía que se realiza es mucho más complicada. Y los tejidos que se emplea vienen de los intestinos. Esto es más peligroso, y de hecho, esto fue lo que acabó costando la vida a uno de los pacientes en Los Países Bajos.
P: La muerte de un menor en el estudio con 70 menores que presentaban como exitoso en Los Países Bajos es, para usted, motivo de alarma. En realidad lo son esa muerte y que sólo 70 personas en una investigación hayan servido para fundar un tratamiento. En vacunas, por ejemplo, los grupos de los ensayos son mucho mayores.
Así es. También en un ensayo clínico sobre una vacuna, hay un grupo al que se le da la vacuna y a otro grupo se le da un placebo y, a partir de ahí, se ven las diferencias entre ambos. Pero en este caso, lo que se hizo es, a los 70 menores, o a la mayoría, dar los bloqueadores de pubertad. No se observó el caso de menores que se desarrollaran naturalmente. Lo que sospechamos es que muchos de esos niños habrían acabado desarrollándose como chicos homosexuales o chicas lesbianas. Tal vez no iban a estar muy en fase con su género, por ejemplo, siendo una lesbiana más bien masculina o siendo un hombre homosexual más o menos afeminado. Los holandeses, de hecho, admitieron que la mayoría de menores con disforia de género acabarían siendo homosexuales.
P: Cuando hablamos del Protocolo Holandés hablamos de una forma de actuar ante la disforia de género que se ha convertido en una referencia en todo el mundo. ¿Cómo pudo implementarse tan internacionalmente pese a que ese estudio de los 70 menores parece dejar dudas?
Hay que tener en cuenta que este tratamiento también ha sido apoyado por el movimiento LGBT, movimiento que afirma que tenemos que aceptar y ser buenos con la comunidad LGBT. En mi opinión, sin embargo e irónicamente, con ese tratamiento se está dañando a menudo a personas que son gays y lesbianas y que pueden verse afectadas por esto. Pero los activistas LGBT, al menos en los países anglo-parlantes, tienen una voz culturalmente muy importante. Y esa voz dice que a los menores transgénero hay que darles todo lo que necesitan y quieren.
No hay en esto miradas criticas. Porque si eres personal sanitario y eres escéptico con el protocolo holandés, no vas a trabajar en una clínica para estos temas. Esto hace que este problema lo traten gente convencida en el protocolo. Hemos llegado a un momento en el que no se puede cuestionar lo que está pasando en la comunidad LGBT, especialmente entre la prensa progresista. Tampoco hay que perder de vista que las organizaciones LGBT, una vez logrado el matrimonio homosexual, formaban un tejido asociativo que albergaba gente que se iba a quedar sin trabajo porque los objetivos de los derechos homosexuales ya se habían logrado. En esta situación, apostaron por el tema transgénero.
P: Y esto lo dice alguien que era en los años noventa “un aliado” de la comunidad gay.
Sí.
Creo que ha habido un reconocimiento según el cual lo que estaba pasando no estaba justificado. Importante en esto ha sido el caso de Keira Bell, una menor que tomó bloqueadores de pubertad, que pasó a tomar testosterona y que se sometió a doble mastectomia. Ella montó un caso contra la clínica de Tavistock, ganó en primera instancia y perdió en segunda. Pero el juez dijo que los tribunales no podían estar implicados en este tipo de decisiones. Lo que salió a la luz en ese caso y lo que yo he ido descubriendo, ha llevado a que se analice la situación, y de ahí el cierre de Tavistock.
Esperar, ser infeliz por unos años y luego, desarrollarte como la persona que quieres ser, no es tan fácil como tomarte unas pastillas que te transforman en el otro sexo.
Sin embargo, no sabemos lo que va a pasar en el futuro. Porque si el Servicio Nacional de Salud (NHS) dice ahora que no hay evidencias científicas para intervenciones con los bloqueadores de pubertad, sigue habiendo menores desesperados en busca de estas medicinas porque creen que son cruciales para ellos. Los menores siguen yendo a TickTock a Youtube, por ejemplo, y ahí se van encontrar contenidos que les van a presentar esos medicamentos como lo que necesitan.
P:¿Haría falta una campaña oficial del Gobierno alertando de que no hay base para creer en este tratamiento?¿Estamos cerca de que algo así ocurra?
No. Porque existe una amplia mayoría de maestros, profesores, y la clase-media progresista que está a favor de esto. Creen que es algo importante dar a los menores transgénero lo que quieren. Hay una idea respecto a las personas transgénero según la cual parece que hay que darles todo lo que quieran. Por ejemplo, en las clases de los colegios, a temprana edad, se cree que se puede ayudar a los menores, haciendo la transición, a menudo sin que los padres sepan.
P: ¿Por qué entre otras formas de tratar el sufrimiento de estas personas no se tienen en cuenta perspectivas como esa que consiste en “esperar y ver” cómo evoluciona la persona?
Ahora hay leyes y normativa que hacen que no sea ético “esperar y ver”. A eso se le considera “terapia de conversión”. En el Reino Unido, los psicólogos han acordado que no pueden persuadir a un niño de que no es transgénero. Ante un niño que dice ser transgénero, la respuesta no puede ser: “vamos a esperar y ver”. Esa respuesta va en contra de las guías maestras que se han dado los psicólogos. En países como Australia o Nueva Zelanda hay una ley que dice que hacer eso es ilegal. Así que si un menor llega y dice ser transgénero, sólo se le puede dar tratamiento médico. Estando esos medicamentos tan a su disposición, hay muchos menores que se plantean que esa es la solución cuando un adolescente dice odiarse a sí mismo o a su cuerpo, en particular las menores adolescentes.
Además, en el caso de las chicas, la situación es particularmente difícil. Porque si eres homosexual, te gusta estar más con chicos, otras chicas se meten contigo, te da vergüenza sentirte atraída por otras chicas, te gusta más estar con chicos, pero luego viene la pubertad y ellos ya no quieren tener la misma relación contigo. Ante esto, es fácil decir: “soy un chico”. Y luego está la facilidad del acceso de estos medicamentos. Porque el tratamiento para la disforia de género consiste en bloqueadores de pubertad, hormonas del sexo opuesto y cirugía. De alguna forma, se anima a ir por esa vía. La alternativa a esto, esperar, ser infeliz por unos años y luego, desarrollarte como la persona que quieres ser, no es tan fácil como tomarte unas pastillas que te transforman en el otro sexo.