La cruzada racista del presidente Saied exacerba las tensiones en Túnez
El presidente tunecino, que se arrogó todos los poderes en julio de 2021, asume la teoría del Gran Remplazo al acusar a los migrantes subsaharianos de revertir la demografía de Túnez
Desde el discurso racista de Saied el 21 de febrero pasado se han multiplicado las persecuciones y agresiones a subsaharianos en Túnez. Muchos de ellos huyen a sus países de origen o se lanzan al Mediterráneo
Pocos pudieron haber imaginado que la victoria, espoleado por los jóvenes, del entonces desconocido candidato Kais Saied en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales tunecinas el 14 de octubre de 2019 estaría escribiendo el principio del fin del sueño democrático del pequeño país magrebí, otrora tomado como modelo e inspiración de todo el mundo arabo-musulmán.
Lo cierto es que el otrora hermético e inescrutable Saied no deja de sorprender, para mal, cada semana. No solo el veterano profesor de Derecho Constitucional sin experiencia en política liquidó a Montesquieu con su autogolpe de Estado del 25 de julio de 2021 y desde entonces gobierna con una nueva Constitución hecha a la carta y sin oposición, sino que ahora pone en riesgo la concordia y convivencia entre sus conciudadanos al emprender una auténtica cruzada contra la migración subsahariana.
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Saied: un “complot” para dejar de ser “árabes e islámicos”
Todo comenzó el 21 de febrero pasado, cuando el presidente hizo suya en un discurso pronunciado la teoría del Gran Reemplazo, que denuncia –su autor intelectual es el escritor francés Renaud Camus- un supuesto plan tejido por una élite mundial para alterar la demografía europea sustituyendo a la población blanca y cristiana por otras. Saied acusaba a los migrantes subsaharianos de pretender revertir la demografía de Túnez para que este deje de ser “árabe e islámico”. A juicio del profesor de Derecho Constitucional, la llegada de migrantes al pequeño país ribereño del Mediterráneo no responde a las necesidades materiales de estas personas, sino a un “acuerdo criminal” y un “complot” llevado a cabo por una “empresa nacida al comenzar el siglo” –sin precisar quién o quiénes serían los cerebros de la operación y la citada campaña- concebidos desde fuera para “ennegrecer” Túnez con “hordas de inmigrantes ilegales”.
No tardaron las palabras de Saied, que trató de matizar sus palabras asegurando que tiene amigos y familiares con vínculos en otros países de África, en tener repercusiones en las calles de las ciudades y pueblos de Túnez. Los esbirros del presidente, muchos de ellos armados, han protagonizado durante semanas una oleada de ataques contra la comunidad subsahariana residente en Túnez.
Al margen de la intimidación y la violencia física, no pocos de estos inmigrantes perdieron sus puestos de trabajo. Una parte de la comunidad subsahariana en Túnez ha optado por regresar a sus países de origen ante los riesgos para su integridad. Otra se lanza a las aguas del Mediterráneo rumbo a las costas italianas. “Necesitamos ser evacuados. Túnez no es seguro. Nadie que tenga este color tiene futuro aquí. Es un crimen tener este color de piel”, aseguraba un joven subsahariano, de nombre Josephus Thomas, citado por la agencia Reuters más de un mes después del discurso de Saied. Desde la Unión Africana, que por el momento ha evitado expulsar a Túnez, se denunció “un discurso del odio racializado” en Saied.
“El racismo que las personas de color afrontan en Túnez es totalmente grotesco. Ha sido malo –hasta horrible- durante años. Pero lo ocurrido a partir del 21 de febrero se ha”, aseguraba en su perfil de Twitter la profesora de política de Oriente Medio y especialista en el país norteafricano de la New York University Abu Dhabi Monica Marks. La investigadora británica va más allá en su análisis y estima que a Saied no lo mueve la citada teoría del Gran Reemplazo, sino otra más disparatada defendida por un pequeño partido nacionalista tunecino que asevera que los inmigrantes subsaharianos son la avanzadilla de un movimiento sionista que pretende privar a los tunecinos de su tierra e identidad.
Lo cierto es que Saied ha desencadenado su particular cruzada antiinmigrantes en un momento de extraordinaria dificultad para el país magrebí, atrapado por las consecuencias de años de mala gestión, la pandemia, el derrumbe del turismo y las tensiones inflacionistas de los últimos meses.
En este sentido, el pasado día 20, el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, aseguraba, no sobrado precisamente de sensibilidad hacia los padecimientos de la población del país magrebí, que para Bruselas era “imprescindible” evitar el colapso de Túnez por mor de las consecuencias migratorias que ello tendría. “La situación en Túnez es muy, muy peligrosa. Si Túnez colapsa económica o socialmente estaremos en una situación en la que llegarán nuevas olas migratorias a Europa y tenemos que evitar esa situación”, explicó el español. Tres días antes el Parlamento Europeo había aprobado una resolución de rechazo a la deriva autoritaria de las autoridades tunecinas.
Entretanto, no sólo Saied ha acabado con el Estado de Derecho tal como fue concebido en la Constitución de 2014 –el pasado día 13 volvía a abrir sus puertas el Parlamento, aunque ahora sin partidos políticos y sin prensa-, sino que multiplica las detenciones y la represión de cualquier forma de oposición. Entre quienes han sido privados de libertad en las últimas semanas no sólo hay políticos islamistas –la bestia negra de Saied-, sino también magistrados, periodistas, activistas, sindicalistas y hasta empresarios.
El discurso racista del presidente tiene enfrente a un buen número de ONG del país. La preocupación por la cruzada antiinmigrantes del presidente tunecino. No en vano, la concatenación de discursos y acciones del presidente, incluido su alocución racista del 21 de febrero pasado, han tenido respuesta popular en las calles de la capital tunecina en las últimas semanas.
Tragedias sin fin en el Mediterráneo
La oleada de agresiones contra los migrantes subsaharianos coincide con. Un episodio reciente, ocurrido el pasado fin de semana, pone el foco en las consecuencias que puede estar teniendo la cruzada instigada por Saied: la necesidad desesperada para muchos inmigrantes de origen subsahariano de tratar de escapar de Túnez lanzándose a las aguas del Mediterráneo. El pasado domingo las fuerzas de seguridad tunecina recuperaban frente a las costas del país los cadáveres de 29 migrantes procedentes de países del África subsahariana y rescataban a 11 personas más tras producirse tres naufragios. Según la ONU, al menos 12.000 inmigrantes llegados a Italia en lo que va de 2023 partieron de Túnez.
La inesperada autocracia que, minuto a minuto, construye Kais Saied no tiene, a pesar de la oposición creciente de ciertos sectores de la sociedad tunecina, obstáculos internos y externos susceptibles a día de hoy de ponerla en cuestión. Las recientes llamadas de la UE y la Admistración Biden –que manifestaba el pasado día 23 su “preocupación” por la deriva del país- a la recuperación de la senda democrática han impresionado poco a Saied. Tampoco parece el mandatario demasiado preocupado con el estancamiento de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para un préstamo de 1.900 millones de dólares que pueden salvar las finanzas del Estado del colapso tras haber rechazado parte de las exigencias que le impone la institución.
Durante el tiempo transcurrido desde el autogolpe de julio de 2021, una parte importante de la sociedad tunecina, harta del bloqueo político en el que el país se ha visto sumido durante la década democrática y la mala gestión económica –con dolorosas consecuencias para la población-, ha seguido confiando en la figura del presidente para sacar el país del atolladero. Entretanto, Saied, incapaz de apuntarse mejoras para la economía y la población tunecina, sigue tensando la cuerda, que puede acabar rompiéndose antes de lo que el mandatario pueda creer en estos momentos.