“No se corona quien no combate” fue la primera frase que leyó el pintor valenciano Joaquín Sorolla (1863-1923) al llegar a Italia. En aquel recorte, bajo esas siete palabras, apuntó “léelo y verás que buena es”. Era enero de 1889 y aquel trozo de papel, que se supone envió a algún conocido, era el testimonio del inicio de una nueva era, un despertar que iniciaba para uno de los mejores pintores españoles de todos los tiempos. Sorolla llegó a Roma gracias a una beca de la Diputación de Valencia, desde su Mediterráneo natal, el gran protagonista de su lienzo, del que había salido solo en dos ocasiones para ir a Madrid, una de ellas para encontrarse con Velázquez. Era un veinteañero cuando aterrizó en la capital italiana y con ese viaje se abría para él el mundo que, hasta ese momento, era solo el horizonte del mar. Aquella estancia en el bel paese fueron una semilla profesional y personal que crecería a lo largo de su historia.
Durante aquellos años desarrolló la estrategia de pintar pequeños cuadros, pruebas, ensayos de técnicas y colores de las cuáles luego se reunirían hasta 2 mil piezas a lo largo de toda su vida. Una selección de 240 de ellos acaban de ser presentados en la Academia de España de Roma en la primera exposición del artista español en la capital italiana que durará hasta el 11 de junio. Pinturas en las que se puede reconocer, sin duda, al pintor, pero que no representan los habituales bocetos previos a una gran obra, sino estudios que Sorolla realizaba de diferentes técnicas a modo de estudio. Son cuadros terminados, imágenes recurrentes, pequeños destellos del universo Sorolla. En muchos de ellos vemos colores más radicales y más exagerados, ensayos en donde el artista analizaba hasta donde podía llegar. Era este formato su laboratorio de prueba, gracias al cual fue perfeccionando su técnica, especialmente en esa etapa experimental de Roma.
El soporte eran pequeñas tablillas y cartones, muchas de ellas aún rudimentarias que se pueden ver en la propia exposición y que significaban para él pequeñas "notas” donde exploraba el mundo que tenía ante sus ojos. De la época romana se pueden ver cuadros de Venecia, por ejemplo, o de la propia Roma llena de gente. A lo largo de las décadas esas tablillas fueron también testigo de pruebas sobre algunas de sus grandes obsesiones, como la forma de la luz en el mar de Jávea, donde los cuerpos diseñados por Sorolla se deshacen en el agua. Su vida personal, columna vertebral de su propia obra artística, es también protagonista de estas más de 200 obras donde su mujer y sus hijos son personajes recurrentes.
A través de este formato de pinturas pequeñas y apuntes lo que Sorolla aprende es una manera constante de mirar y de procesar a través del arte lo que está observando de una manera inmediata. En Roma alquiló un estudio en Via Leoni número 2, como explica la comisaria de la exposición María López Fernández para NIUS -que ha hecho posible esta vuelta del artista valenciano a su querida Roma gracias a Blanca Pons-Sorolla-, y tenía relación con todos los artistas de la época, pero no convivía con los becarios de la Academia de España, sabía de su independencia e intentaba aprender de todos los entornos artísticos a los que tenía acceso en su estancia en Roma. “Él era un niño, no había experimentado hasta el momento y accedió a una vida bohemia que era nueva y que lo tenía fascinado”, explica López.
“Esta época en Roma fue el primer escalón hacia su salida definitiva al exterior, él tenía clarísimo que quería ser un pintor internacional. Esta ciudad le dio la pauta, el empujón, para su necesidad de convertirse en un artista del mundo. Los amigos que hizo aquí fueron sus amigos toda su vida, con una correspondencia constante”, explica la comisaria. “Además de los encargos oficiales vinculados a la beca valenciana que lo trajo a la capital de Italia, quiso experimentar”, explica. Una de las pruebas es la carta, expuesta en la muestra, en la que pide que le presenten a la viuda del pintor Eduardo Rosales, que vivía en Roma, para poder ver todos los apuntes de pequeño formato del artista que había dejado en su estudio. “Toda la parte del estudio de la verdad sin arreglos, así la llamaba él, le interesa desde el primer momento”, añade López.
¿Qué lleva a Sorolla a Italia?
Huérfano de sus dos padres, recibe la ayuda del que será su futuro suegro para pedir una beca a la Diputación de Valencia que le daba la posibilidad de residir en Roma como artista. En 1885 llega a Italia y presenta sus credenciales al director de la Academia de España en Roma y se integra completamente en la comunidad de artistas españoles que vivía en la capital y que orbitaba en ese entorno. Convive por primera vez con jóvenes que, como él, viven el arte, amigos que luego mantendrá a lo largo de su vida. Son aquellas personas, a las que conoce en aquella época, las que luego marcarán su obra y su adultez para siempre. La gran inspiración personal y profesional del artista.
Desde aquí viaja a otras ciudades italianas como Nápoles, Florencia o Venecia, rastro que puede verse en esta exposición y también abre su mundo a París, ciudad a la que viaja en este periodo y que supone una puerta de entrada al panorama internacional. El bullicio que conoce en estas grandes ciudades y que contrasta con su Mediterráneo natal se puede percibir en esas pruebas en las que el caos de la ciudad viene representado por pequeñas marcas de colores que, son, en realidad, personas, distinguidas por estos tonos llamativos de los paisajes más claros de sus fondos. En aquella época compra muchas postales y fotografías de Italia que formarán parte de su archivo para siempre y que sirvieron como modelo para sus pinturas.
En la exposición, además de estas pequeñas obras, se pueden ver algunas de las herramientas del Sorolla de aquellos años, como un pequeño objeto con forma rectangular que cabía en el bolsillo de una chaqueta y que servía para llevar dos o tres tablillas, cuidadosamente separadas dentro de la caja, en las que el propio artista hacía pequeños esbozos cuando estaba fuera del estudio, para “tomar notas” de la realidad. Era un artilugio muy utilizado en esa época, tanto que cualquier pintor preciado en Roma la utilizaba como “caja de apuntes” donde la tapa servía incluso de paleta cromática para la pintura. Todo el universo de Sorolla en su época italiana se puede ahora ver y entender en esta exposición que mira, además, desde el Gianicolo donde se encuentra la Academia de España, al horizonte romano, el mismo que el artista pintó en aquellos años.