La última vez que hubo noticias de Waris fue a través de un vídeo subido a Facebook aparentemente por miembros del Bajrang Dal, un grupo hindú de extrema derecha liderado por Monu Manesar, de 28 años de edad. Se trata de una cuadrilla de vigilantes que se dedican a localizar y, dicen, entregar a la Policía del Estado de Rajastán ubicado al noroeste de India, a personas que transportan o comercian con carne de vacuno. La realidad es bien distinta a juzgar por la manera en la que Waris falleció. Este hombre, musulmán, todavía podía hablar cuando fue grabado, aunque estaba gravemente herido. El vídeo fue eliminado de la red social y Waris, liquidado. Un linchamiento acabó con su vida y, poco después, otra grabación subida a la misma plataforma mostró a Manesar negando que tanto él como su grupo hubieran tenido algo que ver con la muerte de Waris. La versión de la Policía es que falleció en un accidente de tráfico. Pocos días después, el 14 de febrero, otros dos musulmanes, Junaid y su sobrino, Nasir, nunca regresaron a sus casas cuando salieron aquella mañana. Cumplidas las 48 horas y sin haber tenido noticias de ellos, sus familiares dieron por hecho que los dos cuerpos calcinados que aparecieron dentro de su vehículo chamuscado a 240 kilómetros eran ellos. Lo único reconocible era la matrícula.
La motivación de estos tres crímenes es la misma: las víctimas eran sospechosas de comerciar con carne de vaca, animal sagrado para la cultura hindú. Sacrificar ganado no es una práctica ilegal en todos los Estados del país -sí en la mayoría, 18 Estados-, pero tampoco es bienvenida. Desde la llegada al poder del Partido Popular Indio (BJP) del presidente, Narendra Modi, se ha producido una especie de ‘fundamentalismo vegetariano’ donde las trabas a la comercialización de carne de vacuno son constantes. En 2017, el Ministerio de Medio Ambiente prohibió en todo el país la compraventa de ganado para ser sacrificado en los mercados. Algunos Estados no están aplicando esta ley.
La politización de la comida ha sido inevitable y los políticos más extremistas pidieron entonces que se cerraran las carnicerías de Nueva Delhi durante el festival hindú de Navratri, que dura nueve días. Esta medida no sólo afecta el comercio de carne de vaca, también a cualquier tipo de carne en un país que no es tan vegetariano como quisieran sus gobernantes. Según una encuesta de Pew Research Center publicada en 2021, la gran mayoría de los jainistas -filosofía en la que no existe un Dios pero sí un estado individual divino- se declaran vegetarianos (92 por ciento), algo que también hace el 44 por ciento de los hindúes, frente al 8 por ciento de los musulmanes y el 10 por ciento de los cristianos.
En el centro de todas las críticas está la carne de vacuno, un asunto que agudiza el conflicto entre hindúes (80 por ciento de la población) y musulmanes (minoría mayoritaria con casi un 15 por ciento). El multimillonario negocio de la carne de vaca corresponde principalmente a los musulmanes y choca frontalmente con la religión hindú. Por eso, medidas como obligar a las carnicerías a cerrar los martes -día sagrado- son tomadas como un ataque a la comunidad musulmana. La formación política ha equiparado de manera sistemática las identidades nacional y religiosa, y en su argumentario acusan a quienes critican su política de ir en contra de los hindúes. Al mismo tiempo, a Modi se le acusa de promover discursos de odio contra los musulmanes. Una de las últimas polémicas tienen que ver con un documental de la BBC sobre la presunta implicación del presidente en la instigación en 2002 de generar sentimientos contra aquellos que profesan el islam. Las censuras a fragmentos del reportaje en redes sociales han coincidido con registros en las oficinas de la BBC.
Según un informe de 2019 realizado por Human Rights Watch (HRW), Modi y el BJP han alimentado la retórica contra los musulmanes y ha fomentado el sectarismo con la creación de grupos vigilantes como Bajrang Dal.
“Desde que BJP llegó al poder a nivel nacional en mayo de 2014, han utilizado cada vez más una retórica comunal que ha espoleado una violenta campaña de vigilancia parapolicial contra el consumo de carne de vacuno y contra quienes se consideran vinculados a él”, expuso el reporte.
Entre mayo de 2015 y diciembre de 2018, al menos 44 personas -36 de ellas musulmanas- fueron asesinadas en 12 Estados indios. En ese mismo periodo, unas 280 personas resultaron heridas en más de 100 incidentes diferentes en 20 Estados. “Los ataques han estado dirigidos por los llamados grupos de protección de las vacas, muchos de los cuales afirman estar afiliados a grupos militantes hindúes que a menudo tienen vínculos con el BJP. Muchos hindúes consideran sagradas a las vacas y estos grupos han proliferado por todo el país. Sus víctimas son en su mayoría musulmanas o de las comunidades dalit (antes conocidas como ‘intocables’, de la casta más baja) y adivasi (indígenas)”, sostiene el informe de HRW. Para las comunidades más pobres la fuente de proteína más barata es la carne de vaca.
El grupo extremista, Bajrang Dal y su líder, Manesar, llevan alrededor de cinco años operando en diferentes pueblos y ciudades de Rajastán. Intimidan, extorsionan y atacan con violencia a conductores de camiones que transportan vacas y personas vinculadas con este negocio. El propio Manesar ha sido premiado por la Policía en varias ocasiones y ha campado a sus anchas en el mundo de YouTube como creador de contenido para más de 200.000 subscriptores. A través de su canal -cerrado en la actualidad- ha sacado partido económico con vídeos en los que muestra cómo actúa esta organización. El joven está ahora en busca y captura tras haber pasado de la intimidación violenta a ser sospechoso de asesinato. Se define a sí mismo como un activista social y su pensamiento se puede resumir en estas declaraciones que dio recientemente a The Indian Express.
“Crecí rodeado de vacas. Para mí es una cuestión de fe y mi deber proteger a la vaca sagrada. Después de presenciar atrocidades contra las vacas, juré rescatarlas y detener el contrabando ilegal de ganado”, sostiene. Entre sus acciones destaca una que se hizo viral en 2016, cuando después de propinar una paliza a dos hombres musulmanes acusados de “contrabando de carne de vacuno”, les obligaron a beber panchgavya, un brebaje que consta de estiércol de vaca, orina y leche. Manesar es adorado por aquellos que piensan que está haciendo un servicio al país y odiado por los que están del lado de sus víctimas. Pocos días después de la muerte de Junaid y Nasir, alrededor de 500 personas salieron a las calles para protestar por sus fallecimientos y para que encarcelaran a los responsables.
Más de un centenar de estudiantes se manifestaron en la residencia de la Universidad de Hansraj a finales de enero después de que el centro dejara de ofrecer carne en el comedor. Según cuentan, la decisión se tomó tras una encuesta en la que un 90 por ciento de los alumnos afirmó ser vegetarianos. Sin embargo, según varios medios locales, la mayoría de los universitarios están en contra de esta prohibición y denuncian que se trata de un intento de establecer una hegemonía cultural. “Es una universidad pública”, esgrime Sama, miembro de la Federación de Estudiantes de India, “¿cómo puede ser una institución pública si no puede acomodar al público? La mayoría de la población india no es vegetariana, ¿por qué están tratando de imponernos ser vegetarianos?”, expresa a France 24 visiblemente contrariada. Desde el centro defienden que se trata de una universidad que defiende la filosofía, Arya Samaj, una variante fundamentalista del hinduismo que establece las escrituras sagradas como verdad suprema. Esta denominada secta reformista tiene un papel fundamental en el desarrollo del nacionalismo en India.
La cruzada contra contra la carne de vacuno del BJP -y las trabas contra otras carnes- es uno de los esfuerzos que los ultraconservadores están realizando para vender a su electorado la idea de “Estado hindú puro” (Hindu Rashtra) de cara a las elecciones generales de 2024. Para muchos, la legislación que facilite que la India se convierta en una nación vegetariana es anticonstitucional. Tal y como sostiene MA Khalid, el responsable de una plataforma nacional de musulmanes indios: “la labor del Gobierno es proporcionar alimentos adecuados y sanos a su población. En lugar de eso, les están arrebatando la comida que eligen”, expresa.
Las preferencias alimentarias son un elemento polarizador en la India, donde el clima de división social invita a que haya menos tolerancia con un asunto que, de ser una decisión personal e individual, ha pasado a ser parte de una narrativa oficial que alimenta el sectarismo.