El malestar en Marruecos aumenta por semanas. La vida no ha dejado de encarecerse desde la pandemia del covid-19 y desde que se iniciara la invasión rusa de Ucrania la inflación se ha disparado sin que en el horizonte se atisbe freno a la escalada. La subida afecta, sobre todo, a la cesta de la compra, factura principal en el presupuesto de las clases más desfavorecidas de un país cuya renta per cápita no llega a los 4.000 dólares estadounidenses. La crisis sanitaria, las consecuencias económicas de la guerra a escala mundial y regional, el encarecimiento de las materias primas y el transporte, y, por último, la sequía –en un país eminentemente agrícola- constituyen la tormenta perfecta para la economía marroquí, como también lo está siendo para otros países del norte de África.
En un país en el que la población rara vez se echa a la calle de forma masiva –la Primavera Árabe no tuvo en Marruecos una secuela a la altura de otros vecinos del norte de África; las últimas protestas de entidad tuvieron como objetivo, a finales del año pasado, rechazar la normalización con Israel- las principales ciudades de Marruecos han sido ya testigos de las primeras demostraciones de hastío y preocupación en los últimos días.
Entre los convocantes, la Confederación Democrática del Trabajo que, ante un importante dispositivo policial, salió a las calles de Rabat el pasado domingo para denunciar la situación. No ha sido el caso otras veces pues en Marruecos sigue en vigor el estado de emergencia sanitaria, lo que deja al albur de las autoridades prohibir concentraciones de protesta alegando motivos de seguridad. Un día más tarde, y frente al Parlamento, otra concentración –igualmente exigua- recordaba a la vez el deterioro de la situación material de los marroquíes y el duodécimo aniversario del Movimiento 20 de Febrero, la plataforma variopinta que exigió durante la Primavera Árabe reformas democráticas al régimen, con la demanda de mayor libertad a un país que vio languidecer poco a poco en los últimos años el proceso.
El objeto de la ira de los marroquíes es, por el momento, el Gobierno, que preside desde el otoño de 2021 el empresario Aziz Akhannouch, un exitoso empresario que, no en vano, es nada menos que la primera fortuna del país. Muchas eran las esperanzas que había depositadas en las políticas liberales y business friendly que preconizaba para afrontar la salida de la pandemia y adentrarse en la senda del crecimiento económico. No está siendo así. Las subvenciones a los distintos productos de primera necesidad –como el trigo, el azúcar o el combustible- han costado ya a las arcas del Estado 40.000 millones de dírhams, lo que equivale a más de 3.600 millones de euros. Para reducir los precios de la carne roja, por ejemplo, el Ejecutivo se ha apoyado en la supresión de impuestos.
Sin embargo, el gabinete tecnocrático de Akhannouch se ha mostrado incapaz de poner freno a la subida de precios. La inflación se situó en enero en el 8,9% según datos del Alto Comisionado de Planificación –organismo estadístico estatal- conocidos este mismo miércoles. Por lo que respecta a los productos alimentarios la inflación alcanzó el 16,8%, un dato que revela la magnitud del problema para los hogares. Con el Ramadán –todo un mes de grandes dispendios en productos alimentarios- a la vuelta de la esquina –falta menos de un mes-, la preocupación se ha instalado en la población marroquí, que ve perder poder adquisitivo sin remedio.
“Me pregunto qué ha pasado y cómo el Gobierno de Akhannouch no se preparó para la situación antes de que ocurriera poniendo en marcha programas concretos y claros para liberar a los marroquíes, especialmente a las clases medias y bajas, de la carga de tener que pagar más por sus productos de primera necesidad”, se cuestiona el director del digital marroquí Morocco World News en declaraciones a NIUS. La misma pregunta se la hace el semanario en lengua francesa TelQuel, uno de los medios no oficialistas más destacados. En su última portada la publicación se preguntaba ¿Por qué no hicieron nada? con las siluetas del primer ministro Akhannouch, la ministra de Economía y Finanzas Nadia Fettah y el titular de Industria Ryad Mezzour.
“Marruecos no es inmune a la situación internacional con la inflación post-covid, bloqueo de las cadenas de suministro y la guerra en Ucrania. A ello hay que sumar los tres años seguidos de sequía, menos agua significa menos cereales y menos pasto para el ganado. Todo ello ha afectado a la economía marroquí y disparado los precios”, explica el periodista marroquí a este medio. “Uno de los factores decisivos detrás de esta subida es el precio del petróleo. Marruecos importa el 98% de sus necesidades energéticas y ello supone un lastre para el Estado y los ciudadanos: unos precios de los combustibles más altos significa que los precios del transporte y la energía se elevarán en consecuencia”, desgrana Bennis.
Similar es el escenario que describe el empresario rabatí Ahmed Benali, propietario de una pequeña consultora dedicada a la exportación y la importación, la “carestía de la vida se está notando cada vez más”. “La situación es muy mala. Hay una inflación tremenda en todos los productos. Es el tema de conversación con familiares y amigos. Quienes perciben el salario mínimo, como un amigo con el que he hablado hoy, viven hoy de sus ahorros o la ayuda de la familia. Se ha dejado en su casa, como en muchas otras, de comer carne de manera habitual. No se llega a final de mes”, explica a NIUS.
Consciente de la gravedad del momento, el Gobierno marroquí trata de poner coto a la subida de precios de los productos alimenticios básicos, como el tomate o la carne roja. Por ejemplo, el tomate ha pasado de costar apenas 4 dírhams el kilo (unos 35 céntimos de euro) para llegar a 12 dírhams (1,1 euros). La carne roja supera roza ya los 120 dírhams el kilo, lo que se sitúa en el entorno de los 11 euros. Prohibitivo para millones de familias.
La última medida adoptada por el gabinete para tratar de contener los precios ha sido la limitación de las exportaciones de verduras a los mercados africanos y europeos. Una circunstancia que se ha dejado notar de manera inmediata en las últimas horas en los supermercados de uno de los principales clientes de las verduras y hortalizas marroquíes, el Reino Unido.
La existencia de varios intermediarios y revendedores está, según los expertos, detrás de los elevados precios de los productos alimentarios. En un reciente informe, el Banco Mundial ha denunciado la existencia de demasiados intermediarios como responsables en último término de la subida de los precios de los productos alimentarios básicos en el país magrebí.
El citado informe del Banco Mundial es contundente a la hora de responsabilizar al gabinete: “Las subvenciones existentes han atenuado poco el impacto de la inflación sobre la pobreza y la vulnerabilidad. Sin embargo, una parte desproporcionada de los recursos públicos necesarios para apoyar los programas marroquíes de subvenciones de los precios no prioritarios benefician a los hogares más ricos, que en términos absolutos, consumen más bienes subvencionados”. Asimismo, el reciente trabajo de la institución alerta de que la inflación es mucho más acusada en zonas rurales, donde sigue viviendo la mayoría de la población, de lo que reflejan las estadísticas oficiales para el conjunto del país: “Los hogares pobres, vulnerables y rurales, sufren de manera desproporcionada el impacto de la inflación”.
Con el mes de Ramadán muy próximo, la guerra en Ucrania entrando en su segundo año y un invierno que está siendo seco y frío –la preocupación de las autoridades marroquíes en estas horas es proporcionar ayuda humanitaria en las zonas montañosas ante la ola de frío- los marroquíes aguardan con inquietud y resiliencia. El FMI ya ha advertido de que los precios sólo comenzarán a estabilizarse en 2024. El espectro del hambre comienza a revolotear en muchos hogares del país.