Las protestas del folio en blanco en China tienen un lugar guardado en la historia del país. Al igual que otras manifestaciones indelebles de la memoria colectiva, ésta también se ha cobrado sus víctimas, aunque no mortales. Se derramó sangre en el levantamiento tibetano de 1959, en las concentraciones de la Plaza de Tiananmen de 1989 y en las manifestaciones de 1999 de los practicantes de Falung Gong; ahora, en las de 2022 contra los confinamientos y las medidas draconianas por el Covid-19, un número indeterminado de estudiantes y jóvenes profesionales están desapareciendo.
Las alarmas comenzaron a saltar a finales de noviembre del año pasado, cuando las protestas se extendieron en diferentes puntos del país después de un incendio en un edificio de apartamentos de Urumqi, capital de Xinjiang. En el siniestro murieron 10 personas que aparentemente no pudieron escapar por culpa de las barreras de control colocadas para impedir la movilidad y la potencial propagación del virus. A raíz de este incidente, estudiantes de todo el país protagonizaron al menos 68 manifestaciones en 31 ciudades para mostrar su descontento con el Gobierno. Las autoridades no tardaron en actuar y comenzaron a desaparecer personas pocas horas después de las concentraciones. Amnistía Internacional, a través de su directora regional adjunta, Hana Young, avisó a final de año sobre lo que estaba por venir.
“En China es prácticamente imposible protestar pacíficamente sin sufrir acoso y persecución. Las autoridades han mostrado tolerancia cero con la oposición, especialmente en los últimos 10 años bajo la presidencia de Xi [Jinping], pero esto no ha frenado las protestas. En lugar de penalizar a la gente, el Gobierno debería escuchar sus llamamientos. Las autoridades deben dejar que la gente exprese libremente sus ideas y proteste pacíficamente sin temor a represalias”, esgrimió.
Las universidades respondieron a las protestas en sus campus con cierta indulgencia. Quitaron hierro al asunto y en algunas ocasiones echaron la culpa a “estudiantes con influencia extranjera”. El temor creció entre el alumnado que participó en las protestas -siempre tildadas de pacíficas- a medida que algunos jóvenes eran detenidos. En la Universidad de Tsinghua un grupo de antiguos alumnos publicó una carta abierta instando al rectorado a que plasmara por escrito que no realizarían “ninguna acusación contra los estudiantes que participaron en la manifestación” del 27 de noviembre. Se trata de una de las universidades más prestigiosas del país, conocida como el ‘Harvard de China’, y es la cuna de las élites políticas del gigante asiático. El sentir en este centro quedó reflejado en varios vídeos, en uno en concreto, una estudiante llegó a decir: “si no nos atrevemos a hablar por miedo a ser detenidos, creo que la gente se sentirá decepcionada con nosotros. Como estudiante de la Universidad de Tsinghua, ¡lo lamentaré el resto de mi vida!”.
Las protestas contribuyeron a un abrupto cambio de rumbo del Partido Comunista Chino en su política de ‘Covid cero’ y a un goteo de discretas detenciones de las que poco se sabe si no fuera por vídeos como el de Cao Zhixin. Esta graduada en la Universidad de Renmin acudió junto a cinco amigos a la vigilia celebrada en Pekín el 27 de noviembre, en honor a las víctimas del incendio en Urumqi. Dejaron flores y velas, y acudieron provistos de folios en blanco con poemas. Dos días más tarde, los seis amigos fueron detenidos y puestos en libertad 24 horas después. Desde el 18 de diciembre, han sido arrestados uno a uno y Zhixin, que sospechaba que sería la siguiente, grabó un vídeo que dio a una amiga para que lo publicara cuando desapareciera. “Si estás viendo este vídeo, es porque me habrán detenido por un tiempo como al resto de mis amigos”, afirma. Es probable que su suerte sea similar a la que ella misma describe sobre sus amigos en la grabación. Según afirma, una vez se producen los arrestos las autoridades les obligan a firmar un documento en el que el párrafo donde debería aparecer la acusación está en blanco y son trasladados a dependencias policiales sin indicar a sus familiares la dirección. El perfil de esta joven de 26 años de edad es muy similar al de otros de los desaparecidos. Trabaja en los medios como editora y “prestamos atención a la sociedad en la que vivimos”, afirma.
“Cuando nuestros compatriotas mueren, tenemos derecho a expresar nuestras legítimas emociones. Nuestra empatía está con aquellos que perdieron la vida y por eso fuimos hasta allí. En este evento al que acudieron miles de personas, seguimos las reglas y no causamos ningún problema a la Policía. Después de tildarnos como estudiantes frustrados, ¿por qué nos quieren detener en silencio? (…) Queremos saber cuáles son las evidencias para detenernos, no hay evidencias criminales”, sostuvo.
Lo último que se sabe de Zhixin es que a mediados de enero se le denegó la libertad bajo fianza y que ha sido recluida junto a sus amigos en el Centro de Detención de Chaoyang en Pekín, tal y como relata en Twitter una amiga suya. “Los jóvenes y sus familias no pueden reunirse y ni siquiera se les permite ser informados de su situación. Se han disparado fuegos artificiales de celebración (año nuevo lunar), pero quienes han sufrido represalias por llorar a sus compatriotas permanecen en silencio”.
Según detalla Yaqiu Wang, investigadora principal sobre China en Human Rights Watch, hay varios detenidos que han acusados de “buscar pelea y provocar problemas”, un delito que puede ser castigado con cinco años de prisión según la Ley Penal china. “Las autoridades lo utilizan con frecuencia para criminalizar las protestas pacíficas y las críticas en Internet al gobierno chino”, expresa.
Aunque hay decenas de desaparecidos, algunos detenidos han sido puestos en libertad y han contado cómo han sido sus experiencias. “Tuve que desnudarme hasta quedar en ropa interior durante un breve periodo, fue muy incómodo. No querían dejarme usar el baño, por ejemplo. Querían saber cómo me había enterado de que la gente se estaba reuniendo”, confesó una de las personas detenidas a The Washington Post. Otra agregó que les obligaban a hacer sentadillas y a copiar a mano documentos políticos del vigésimo Congreso Nacional del PCCh. “Sólo se nos permitía estar de pie y no podíamos hablar entre nosotros. No nos dejaban dormir y, si lo hacía, llamaban a la puerta para despertarme. El objetivo (del interrogatorio) era averiguar quién lo había planeado; pensaban que eran los separatistas o fuerzas extranjeras. Los agentes se burlaban de los hombres del grupo que llevaban el pelo largo, llamándoles homosexuales. También nos llamaban traidores y perros corredores y nos decían que nos fuéramos de China”, apuntó.
Las manifestaciones fruto del descontento en China nacieron sobre la marcha y se convirtieron en un grito de gran parte de las nuevas generaciones para cambiar el rumbo del país. Si lo que persigue el PCCh es el ‘rejuvenecimiento de la nación’ y alcanzar el ‘sueño chino’, la masa estudiantil ha dejado claro que necesita un renacimiento de la sociedad civil donde haya hueco para otros puntos de vista. La lucha de los detenidos y otras miles de personas empujaron al Gobierno a abandonar su estrategia Covid. Ahora, varios de ellos están pagando las consecuencias.