Está concebida para ser una fiesta nacional pero el sabor que deja es amargo. Algunos australianos, muchos, viven ajenos al hecho de que el Día de Australia conmemora el momento en que se izó la bandera británica en Sydney Cove, lo que para los indígenas es Warrane desde algún punto de los 65.000 años de historia que acumulan en esta vasta tierra.
El 26 de enero de 1788, el almirante londinense Arthur Phillip, quien 12 años antes luchó contra los españoles y junto a Portugal en América del Sur, reclamó el territorio como una nueva colonia de Gran Bretaña y desde entonces la convivencia entre el hombre blanco y los indígenas ha sido espinosa. En Australia todavía cohabitan vencedores y vencidos 235 años después de que Phillip colocara el mástil. Descendientes de unos y de otros siguen viendo las cosas de maneras completamente opuestas.
Se trata del único país del mundo que celebra su fiesta nacional de manera oficial el día en que comenzó el infierno de parte de su población. Como el columnista australiano, David Berthold, ha mencionado esta semana, “entre las naciones de la Commonwealth, los días nacionales suelen ser fechas en las que se declaró la independencia, se formó una república, se celebró un tratado o se firmó una constitución poscolonial. Nosotros elegimos celebrar la blancura de un continente negro”. Y dentro de esta blancura hay un amplio espectro de pareceres y maneras de celebrar esta polémica jornada. Si institucionalmente el que este día sea feriado en Australia dice mucho del nivel de compromiso de la esfera política, en la calle el asunto oscila entre la ignorancia, la concienciación y el activismo.
Para retratar a estas dos Australias nos hemos desplazado a una hora al sur de Sídney, a la región de Wollongong. En esta sucesión de pueblos costeros se topan aquellos que ondean banderas australianas en sus sombrillas, cerveza en una mano y perrito caliente en la otra, y los que no están para bromas. Las espectaculares vistas, la playa y las enormes explanadas de césped invitan a reuniones familiares y de amigos en torno a decenas de barbacoas. Es el ambiente festivo con el que se ha criado la gran mayoría de los australianos.
Sin embargo, a tan solo cien metros de la consecución de tiendas de campaña, partidos de criquet, música, alcohol y risas, se encuentra uno de los santuarios aborígenes más importantes de Australia. Allí se encontraron los restos de Kuradji, un líder local que vivió hace 6.000 años, el doble que los faraones egipcios. En la actualidad, este emplazamiento protegido, de vegetación subtropical y de gran relevancia arquitectónica y antropológica es un lugar de culto para los aborígenes. Ese es el destino final de este paseo entre las dos Australias durante su fiesta nacional. Antes, el bullicio en día de asueto.
Se trata quizás de la cara más exportada de los australianos: la simpatía. Mientras haya una buena barbacoa, mesa, sillas y una nevera de playa repleta de refrigerios, el guateque está montado. Se suceden las conversaciones sobre el tema estrella, el mercado inmobiliario, las bromas sobre asuntos triviales y los lamentos por la falta de tiempo para hacer arreglos en casa. Todo en orden hasta que se saca el tema de lo que opinan sobre la gente que no está de acuerdo con celebrar el Día de Australia el 26 de enero.
Justo en ese instante, miles de personas están marchando en diferentes puntos del país en las concentraciones del Día de la Invasión o del Día de la Supervivencia. En Sídney, los manifestantes han vitoreado que “el Día de Australia ha muerto”. Esos son los activistas, pero volvamos a los ignorantes (por ignorar o desconocer algo, no peyorativamente).
Cuando se les plantean algunos porqués, se muestran incómodos. Es una mezcla de vergüenza y de confrontación para la que en muchísimas ocasiones no tienen palabras. Ya sea porque no saben cómo expresar que su Día de Australia es intocable, o porque dentro, muy dentro de ellos ven injustificable el estar celebrando con una cerveza el día en que comenzaron las atrocidades cometidas contra sus compatriotas. La respuesta a la pregunta es muchas veces defensiva.
“Estamos celebrando el Día de Australia porque es el día que todos vinimos a Australia a emborracharnos”, explica un joven que se tuerce cuando se le aborda con la cuestión del millón. “Esa es buena”, contesta nervioso mientras mira a sus amigos y se ríe. “Es una pregunta trampa”. Intenta huir del asunto con un sorbo de cerveza pero le insistimos. “Entonces, ¿no tienes una opinión?”, reiteramos. “No, la verdad es que no, me has puesto en una situación comprometida”, apostilla.
La escapada final se produce con el ansiado sorbo. Otro tipo, éste de unos 40 años de edad, nos recibe sonriente hasta que… “no estoy seguro, es una situación difícil…”. Repitió la palabra “difícil” hasta en tres ocasiones. Su amiga se anima. “Comprendo que celebrar el Día de la Invasión no está bien. Pero también creo que deberíamos de tener un día para celebrar el Día de Australia”, confiesa.
Dejamos atrás la fiesta y nos dirigimos a la ceremonia. El alcohol está prohibido, quizás porque se ha convertido en el arma más eficaz de control sobre una población indígena con cero tolerancia y con graves problemas de alcoholismo; quizás porque, sencillamente, nos es momento de brindar. La bandera aborigen ondea a media asta y Peter Button se dirige hacia el punto donde comenzará la Ceremonia del Humo. Se trata de uno de los aborígenes más veteranos de la zona con sesenta y largos años, y su misión es la de hacer que su cultura no se pierda con el paso de las generaciones.
“Este es un lugar muy especial. Kuradji era un hombre inteligente. Fue descubierto en 1998 y debemos cuestionarnos por qué fue descubierto. Kuradji nos ha acercado a todos nos ha ayudado a respetarnos por nuestra tierra y por nuestras culturas”, sostiene frente a una audiencia de alrededor de un centenar de personas.
La Ceremonia del Humo está a punto de comenzar. Se trata de una actividad de sanación en la que se hace una pequeña hoguera sobre la que se van depositando hojas de eucalipto. Éstas representan a la naturaleza, mientras que el humo simboliza a los ancestros.
“Hoy es el Día de la Supervivencia, no es el Día de la Invasión o el Día de Australia”, nos cuenta Button. “Los aborígenes hemos sobrevivido a todas las atrocidades y aquí seguimos hoy. El espíritu de la reconciliación se está desarrollando en paz y armonía. Lo más importante es el respeto entre nosotros”, sostiene.
La jornada de la fiesta nacional australiana se termina al sur de Sídney con una tormenta de verano atronadora y un granizo monumental. Algunos recogen sus enseres mentando a la madre que les ha aguado la diversión antes de tiempo, mientras que otros apelan a la espiritualidad, a los mitos, a las leyendas y a sus antepasados. La brecha entre ambos es enorme.