El Parlamento Europeo que salga de las urnas en mayo de 2024, si las tendencias políticas son las mismas o similares que ahora, será distinto al actual. La mayoría cómoda que disfruta el Partido Popular Europeo desaparecerá, como han ido desapareciendo los jefes de Gobierno conservadores del Consejo Europeo, donde los más importantes son ahora el rumano y el griego. En los próximos cuatro años no habrá jefes de Gobierno conservadores en Italia, Francia o Alemania. En toda Europa occidental sólo hay jefe de Gobierno conservador en Austria. El Partido Popular Europeo podría perder más de 20 escaños, que irían a la extrema derecha.
Una parte del centro derecha, la familia del Partido Popular que engloba a la derecha tradicional en las filas del Partido Popular Europeo, cree que puede salvar los muebles acercándose a esa misma extrema derecha que le come la tostada. Otra parte cree que los partidos a su derecha no son hipotéticos aliados sino una amenaza para la democracia y para la Unión Europea. La bronca está servida entre las dos corrientes conservadoras. El primer paso oficial lo dio en noviembre el líder del Partido Popular Europeo y a la vez su jefe de filas en la Eurocámara, el bávaro Manfred Weber. El 11 de noviembre se reunió en Roma con la dirigente de extrema derecha Giorgia Meloni. La semana pasada volvió a hacerlo aprovechando su viaje a Roma para acudir al entierro del Papa emérito Benedicto XVI.
De esa reunión salió un compromiso para trabajar a favor de una alianza a partir de 2024. El hundimiento de la derecha tradicional italiana, desfigurada en una Forza Italia todavía dirigida por la máscara de Silvio Berlusconi, hace que los melonistas sean una pieza de caza mayor si Weber quiere mantener el peso de su grupo a partir de mayo de 2024. Ya en verano Weber había defendido en público la alianza de Berlusconi con Meloni. Preguntado por qué defendía ese pacto con la extrema derecha en Italia si su partido, la CSU (la rama bávara de la CDU), se negaba a pactos con la extrema derecha en Alemania, Weber sólo supo decir que “Italia es Italia”. Una forma de no entrar a explicar cómo pacta con partidos que muestran simpatías por el Kremlin o que avientan discursos xenófobos y contra minorías.
Weber sabía antes de esas reuniones y de apoyar ese pacto que no toda la familia conservadora europea estaba de acuerdo. Si los españoles, franceses o italianos no parecían mostrar ningún problema por pactar con la extrema derecha (tampoco se espera que sea un problema para los escandinavos), esos pactos sí chirrían en Bélgica, Irlanda, Países Bajos o Luxemburgo.
El antecesor de Weber en el cargo, Donald Tusk (que también fue primer ministro polaco y presidente del Consejo Europeo) rechazó en público esos pactos. Su partido, Plataforma Cívica, es la oposición a la extrema derecha del partido Ley y Justicia de Kaczynski. En una reunión del Partido Popular Europeo de la semana pasada, el líder de los eurodiputados conservadores polacos, Andrzej Halicki, dijo que los pactos con la extrema derecha son inaceptables y explicó que un partido que en teoría quiere una Europa más fuerte no puede pactar con otro que quiere debilitarla. Weber intentó calmar a los polacos diciendo que no pactaría con la extrema derecha polaca, admitiendo en cambio que sí lo haría con la italiana. Pero a Weber le sorprendió otro movimiento que muestra lo dividida que está su familia política y que su apuesta es tan arriesgada que algunas fuentes en el Parlamento Europeo cuentan que no saldrá adelante sin provocar un cisma. Jürgen Hardt, portavoz para política exterior del grupo parlamentario CDU/CSU en el Bundestag, el mismo partido del señor Weber, dijo que los partidos de extrema derecha son “incompatibles con el Partido Popular Europeo”. Hardt fue más allá: “No hay ninguna razón de pensar en una cooperación con los otros partidos del Gobierno italiano porque cooperación con fuerzas abiertamente anti-europeas como AfD”, la extrema derecha alemana. Ni desde la CSU bávara de Weber defienden esos pactos. El jefe de su partido, Markus Söder, dijo que Weber había cometido “un error estratégico grave” cuando apoyó la coalición de Berlusconi con la extrema derecha.
Söder sigue la línea clásica de la democracia cristiana, antifascista y que se opuso a los regímenes de Hitler o Mussolini, la de hombres como Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer o Robert Schuman, los que pusieron las semillas de la Unión Europea tras la Segunda Guerra Mundial y para quienes el fascismo era simplemente una amenaza existencial, a combatir.
Una veterana fuente parlamentaria busca explicaciones en la propia personalidad conservadora de Weber y en un cierto despecho. El alemán debió ser elegido presidente de la Comisión Europea en 2019 si los gobiernos hubieran respetado la idea del Parlamento Europeo de que lo fuera el líder del mayor partido de la Eurocámara. Los jefes de Gobierno rechazaron a un Weber que no había sido en el pasado ni ministro y que era del ala derecha de los conservadores y muy difícil de aceptar para liberales y socialistas y optaron por Von der Leyen, que ni había sido candidata a las europeas pero que aparecía como más moderada y de más peso político después de más de una década de ministra en Alemania. Weber perdió pie y se refugió en el liderato de los populares europeos, pero siempre intentó mover a su partido a la derecha. Él fue quien durante años defendió la permanencia en el Partido Popular Europeo de los eurodiputados del Fidesz húngaro de Viktor Orban, aunque al final tuvo que ceder y enseñarles la puerta. Una fuente cercana a Weber cuenta que el alemán busca moderar a partidos de extrema derecha que ya gobiernan, como los ‘Hermanos de Italia’ de Meloni o los muy conservadores del checo Peter Fiala. Su idea, defiende esta fuente, es que es preferible tener a esas fuerzas controladas dentro del Partido Popular Europeo o en sus aledaños y no formando una coalición más fuerte con partidos más ultraderechistas como los de Le Pen, la propia AfD o los flamencos del Vlaams Belang.