Han pasado casi cuarenta años cuando el 22 de junio de 1983 Emanuela Orlandi, la hija menor de una familia que trabajaba en el Vaticano, y vivía en territorio de la Santa Sede, salió de casa para ir a clase de música en el centro de Roma y nunca más volvió a entrar. El caso de desaparición que más ha conmocionado a Italia en su historia reciente y que a día de hoy sigue sin resolverse. Ahora el Vaticano anuncia la reapertura del caso con un enfoque total, de 360º grados, que analizará todo lo recogido hasta el momento: las decenas de testimonios, las pistas, documentos, pruebas. El promotor de justicia Vaticano -nombre que recibe la fiscalía de la Santa Sede-, Alessandro Diddi, estará al cargo.
Una búsqueda de la verdad, dicen fuentes vaticanas, impulsada directamente por la intención del papa Francisco de arrojar luz sobre el caso. No serán pocos los indicios a analizar durante esta nueva investigación, ya que durante estas cuatro décadas el caso ha estado salpicado de nuevas informaciones, algunas inéditas, otras después demostradas falsas, que han hecho aún más complejo un caso que desde el principio no tiene precedentes. Un enigma que entrelaza casi todos los poderes presentes en Italia.
Esta nueva investigación por parte del Vaticano es la primera gran victoria de la familia Orlandi, que no ha dejado de buscar la verdad ni un solo día durante todos estos años. Según ha declarado Pietro Orlandi, el hermano de Emanuela, la gran cara visible de esta lucha desde el lejano 1983, llevaban tiempo pidiendo a la Santa Sede que actuase, sobre todo porque se sabía que varias personas cercanas a Bergoglio conocían la existencia de un documento con información sobre el caso de Emanuela. Se había intercambiado, incluso, una carta con el papa Francisco. Han sido diversos los indicios durante este tiempo que han apuntado al interior del Vaticano en este tormentoso secuestro. Por un lado se hipnotizaba a una deuda con la mafia romana que podría tener en aquella época el Vaticano y que Emanuela había sido tomada como rehén. Otra posibilidad hablaría de un caso de abusos sexuales que implicaba algún alto cargo vaticano con Emanuela como víctima. Ambos se explican, junto a decenas de hipótesis en estos años, en el documental de Netflix, “La chica del Vaticano”, que ha dado a conocer la historia en todo el mundo y también a las generaciones más jóvenes en Italia, que aún no habían nacido cuando Roma se llenó de los carteles con la cara de Orlandi anunciando su desaparición. Carteles convertidos en un icono y que se pegaron de nuevo por la capital italiana cuando para el lanzamiento de la docuserie este pasado 20 de octubre.
Esa visibilidad ha supuesto un gran impulso para esta historia, tanto es así que el documental, que no escatima en señalar con el dedo al Vaticano, incomodó también a la clase política. Así llegó la propuesta desde la oposición, PD, Azione y M5S de crear una comisión parlamentaria ad hoc para investigar este caso y otras dos desapariciones más. Entre ella la de Mirella Gregori, otra joven desaparecida el mismo año de Emanuela, caso que siempre se ha pensado que estuviese relacionado. La convicción, también desde los salones de la política, es que la Santa Sede hubiese tirado siempre balones fuera sobre una desaparición sin precedentes, que parece implicar de forma macabra todo tipo de poderes. El líder de Azione, Carlo Calenda, declaró a finales de diciembre, cuando se presentó la iniciativa, que “el Vaticano sabe mucho más de lo que dice y en un estado soberano, territorio donde ha sucedido el secuestro de Emanuela Orlandi, no puede mirar pasivamente las versiones de la Santa Sede”.
Este caso atravesó la opinión publica como casi ninguno debido a la telaraña que tejía la gran incógnita del paradero de esta joven y que durante estos años ha implicado a la mafia, el terrorismo, la Iglesia, la lucha contra el comunismo, el intento de asesinato del turco Ali Agca a Juan Pablo II y los trapos sucios del Banco Ambrosiano, entidad católica privada vinculada al vaticano, que quebró en aquellos años. En esa telaraña las pistas también han sido innumerables, la última se remonta a 2019 cuando una carta anónima indicaba que se debía buscar el cuerpo “allí donde mira la estatua del ángel”, en una sepultura del Cementerio teutónico del Vaticano. No se encontró nada. La actitud de la Santa Sede ha sido siempre de un secretismo casi irreal. La declaraciones de varios papas, primero Juan Pablo II, cuando desapareció la joven durante su pontificado que habló en un ángelus por primera vez “de desaparición” o la respuesta hace unos años en persona de Francisco a la familia Orlandi cuando dijo, sin añadir nada más, “Emanuela está en el cielo” mantenían el vínculo en un limbo que ahora parece dejar de serlo.
La reapertura del caso llega con la percepción en la opinión pública de que la desaparición está más de actualidad que nunca. Tras el fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI su más fiel compañero, su secretario personal Georg Gänswein, publica este 12 de enero un libro con algunos de los temas más candentes que rodean al Vaticano y al propio papa Ratzinger. Entre ellos, ha anunciado, que escribe también del caso Orlandi, una oportunidad para negar que haya existido algún dossier con información secreta sobre su desaparición. Arenas movedizas para el Vaticano que, parece, afrontará ahora de forma definitiva el caso infinito de Emanuela Orlandi.