El 2023 acaba de comenzar, pero al igual que en 2022, la inflación sigue siendo un tema que preocupa en Alemania. En el último mes del año pasado, el alza de los precios seguía en valores históricos, a saber, un 8,6%, algo menos que en los tres meses anteriores. En Alemania, la inflación estaba en 10% en los meses de noviembre y septiembre. En Octubre fue del 10,4%.
Para el Gobierno alemán, esos datos son preocupantes. Lo demuestran los tres planes que se llevan ya anunciados para contrarrestar el alza de los precios.
Desde principios del año pasado la inflación ya se movía muy por encima del 2% que se supone ha de ser el objetivo del Banco Central Europeo (BCE). La media de la subida de los precios en 2022 fue en el país del canciller Olaf Scholz del 7,9%. Es un dato histórico que no se había alcanzado desde la fundación de la República Federal de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial.
En los datos oficiales de la Alemania contemporánea, sólo en 1951 se estuvo tan cerca de la subida actual de los precios. Entonces la inflación se situó en el 7,6%.
La dimensión de los datos de la inflación actuales, y que el propio Gobierno de Scholz haya llegado a contar con que la inflación para 2023 vuelva a rondar el 8%, ha despertado los viejos miedos que reinan en Alemania a cuenta de la subida de los precios. Ocurre que en Alemania, la inflación es una cuestión traumática.
En este 2023, de hecho, se cumplen 100 años de los días de la hiperinflación de 1923. Concretamente, lo que se conoce como la “hiperinflación de la República Weimar”. Por República Weimar se llama al primer régimen democrático de Alemania que se extendió desde 1918, concretamente desde el final de la Primera Guerra Mundial, hasta 1933, año en que los nazis se hicieron con el poder.
Fue en tiempos de esa República Weimar que los alemanes vivieron la hiperinflación, un fenómeno definido como un “desastre económico” en el que millones de alemanes quedaron empobrecidos como nunca antes se había visto. Por “hiperinflación” hay que entender un proceso de subida de los precios por encima del 50%.
De ese tiempo de la República Weimar son las imágenes en las que se pagaban bienes con fajos de billetes que, en lugar de contarse, se pesaban. Se recuerdan aquí también esas imágenes en las que se dejaba jugar con fajos de dinero a los niños, realizando construcciones, como si fueran cubos de madera con los que levantar castillos. Hubo hogares en los que los billetes sirvieron para empapelar habitaciones.
Para pagar productos y servicios básicos, en lo peor de la crisis de la hiperinflación, en Alemania hacían falta millones y hasta miles de millones de marcos. Estos días se ha recordado cómo, por ejemplo, en la ciudad de Dresde (este alemán) un billete de tranvía costara 10.000 millones de marcos en noviembre de 1923.
En uno de los muchos libros dedicados a 1923 que han sido publicados en los últimos meses en Alemania, el periodista Frank Stocker, reportero económico del diario Die Welt, recuerda que lo que pasó con la hiperinflación en su país fue “la mayor catástrofe del dinero alemán”.
Die Inflation von 1923 (Ed. FinanzBuch Verlag, 2022) o “La inflación de 1923” se titula el volumen. En él se leen cosas como que llegaron a hacer falta “365.000 millones de marcos por un pan de centeno” o “2,6 billones [con b, ndlr.] por un kilo de carne de vaca”. También eran tiempos en los que en la consulta del médico, los honorarios se dejaron de pagar con dinero. Se les podía pagar en especie: con salchichas o huevos, por ejemplo.
En el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung explicaba hace unos días cómo afectaba la espiral de precios en la que entró el país en 1923 poniendo el ejemplo de un billete pare realizar un recorrido en tranvía de dos kilómetros en la ciudad donde hoy tiene su sede el BCE. Según este ejemplo, el día 1 de agosto de 1923 había que pagar 8.000 marcos; el día 9, 15.000 marcos; el día 14, 100.000 marcos; el día 9 de septiembre, 500.000 marcos y el 20 de septiembre, cuatro millones de marcos.
“Es un misterio cómo los conductores llevaban la cuenta de sumas tan elevadas”, se leía en las páginas del Frankfurter Allgemeine Zeitung.
Lo que no es un misterio, sino un hecho constatado, es que ese proceso, aplicado a todos los sectores de la economía del país, acabó por desencadenar la “destrucción de la clase media alemana”, según los términos del autor británico especializado en la historia de Alemania, Frederick Taylor. Suyo es el libro publicado cuando se celebraban 90 años de la hiperinflación germana, The Downfall of Money (Ed. Bloomsbury, 2013) o “La caída del dinero”.
Como la situación actual, derivada de unas consecuencias geopolíticas que mucho tienen que ver con la dependencia germana de las fuentes de energía rusa, la crisis inflacionista de 1923 tiene unos orígenes complejos enraizados en los inicios del complicado y a menudo trágica primera mitad del siglo XX.
De hecho, la propia financiación de la Primera Guerra Mundial se encuentra la decisión de las élites políticas de pagar con deudas los costes de aquella conflagración. Ésta es al menos una de las razones para explicar cómo se gestó la hiperinflación que da Frank Stocker, el periodista del diario Die Welt y autor de Die Inflation von 1923. Otras razones son, por ejemplo, que se desvinculara el valor del marco al del oro y, por otro lado, que se permitiera una ingente impresión de dinero. Ya en 1922, al día, el Reichsbank permitía la impresión de entre 2.000 y 3.000 millones de billetes de marcos.
Algo parecido a una multiplicación de la moneda en circulación también ocurrió al considerarse las inversiones de los ciudadanos en el Estado como billetes. Los recibos de esas inversiones se consideraron como billetes con los que realizar compras. Este aumento de la moneda en circulación llevó al auge de los precios y a la pérdida del valor del marco. Como consecuencia de esto, una generación de ahorradores y jubilados perdieron sus recursos.
Estado e instituciones financieras, bajo una enorme presión debido a las duras condiciones impuestas contra Alemania en el Tratado de Versalles para hacerle pagar su condición de perdedora en la Primera Guerra Mundial, dejaron de contar con la confianza de los ciudadanos. “El valor del dinero se ha vuelto extraordinariamente volátil. Hoy apenas vale una décima parte de lo que valía antes de la guerra”, es una elocuente cita del diario regional Sächsische Volkszeitung con fecha de 1921 recuperada estos días por la radio-televisión pública alemana Mitteldeutsche Rundfunk (MDR).
Con todo, los responsables de la República Weimar supieron encontrar una solución para la situación que desatara la crisis de 1923. El cese de la política de impresión de moneda, sumada a la decisiva creación de otra moneda, el aquí considerado “milagroso” Rentenmark. Introducida a finales de ese año, contribuyó a que “desapareciera el espíritu maligno de la hiperinflación”, según las explicaciones que da Stocker en su libro.
Esa otra moneda convivió con el marco del “marco imperial”, creado en 1924 y en circulación hasta 1948. Ambas monedas se ganaron la confianza de los alemanes, algo crucial en que pudiera superarse la hiperinflación.
De una crisis como aquella desatada en 1923, Alemania está ahora muy lejos. Eso sí, la tendencia de los precios es inflacionista. Aquí se habla de una “inflación al trote”, porque se mantiene entre valores superiores al 2% y por debajo del 10%. Y eso tiene que ver con el precio que Alemania ha de pagar por privarse de las fuentes de energía baratas a las que se hizo dependiente y que venían de Rusia. La ilegal guerra de Vladimir Putin contra Ucrania ha impuesto ese costoso cambio.