Aquel fatídico 24 de febrero en el que Vladimir Putin lanzó su ofensiva contra Ucrania, el presidente ruso pensó que esa "operación militar especial" (así la denominó él) iba a ser un paseo, cuestión de días. Más de 10 meses después, persiste una guerra cruenta que ha desgarrado al país invadido y ha condenado a 14 millones de personas a dejar sus hogares (de ellas, unas 7'8 millones se han convertido en refugiadas fuera de sus fronteras). Un conflicto en punto muerto cuya evolución es un interrogante.
"La guerra es más un juego de póquer que de ajedrez", afirma el célebre ajedrecista ruso Gari Kaspárov, porque "en el tablero todas las piezas están boca arriba, pero el póquer es un juego de información incompleta, en el que hay que adivinar y actuar según conjeturas". Los recursos, la capacidad de resistencia, la moral de la otra parte en combate forman parte de esas cábalas. ¿Subestimó Putin la resiliencia de los ucranianos? ¿Fallaron sus cálculos sobre el terreno? ¿No valoró el decisivo apoyo armamentístico y económico de Occidente a Ucrania? Hace tan solo unos días, Estados Unidos aprobó 45.000 millones de dólares adicionales para el país tras la visita del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a Washington (su primer viaje al extranjero desde el inicio del conflicto).
La lucha se presenta larga. Recientemente, el presidente ruso prometía a su Ejército "todo lo que necesite" para la guerra y lo hacía tras reconocer que la situación en los territorios ucranianos anexionados es "extremadamente difícil". Kiev, por su parte, teme una gran ofensiva del Kremlin la próxima primavera pese a los reveses de las tropas rusas en el campo de batalla. Mientras, Moscú bombardea infraestructuras energéticas que dejan a una población que ya está al límite sin calefacción ante temperaturas bajo cero. "Putin está utilizando el invierno como arma", le dijo Joe Biden a Volodímir Zelenski durante su reunión en la Casa Blanca hace diez días.
Más de diez meses después del inicio del conflicto, Ucrania ha recuperado el 54% del territorio que Rusia tomó desde que inició su invasión, según datos proporcionados por el Instituto para el Estudio de la Guerra. También ha vuelto a sus manos Jersón, la única capital de región que las tropas rusos consiguieron conquistar.
Putin lanzó su ataque a gran escala contra Ucrania antes del amanecer del pasado 24 de febrero. Ocho años antes, en 2014, ya se había anexionado la península ucraniana de Crimea.
El 2 de marzo, las fuerzas del Kremlin se hacían con el control de su primera ciudad importante, Jersón, al sur del país a orillas del río Dniéper y cerca del mar Negro (su posición permitía a Rusia crear un corredor terrestre entre Crimea y las zonas de los separatistas respaldadas por Rusia en Donetsk y Lugansk). Dos días más tarde, Moscú se apoderaba de la central nuclear más grande de Europa, la de Zaporiyia. Por otro lado, se libraba una intensa batalla por apoderarse de la capital ucraniana, Kiev. En el norte del país, la resistencia ucraniana era feroz.
A comienzos de abril, las tropas rusas reculaban, abandonaban su avance hacia la capital y otras zonas del norte como Chernígov. En su retirada, se descubrían las atrocidades cometidas por las tropas rusas, como la matanza de civiles de Bucha.
Moscú anunciaba ese mes de abril un cambio de estrategia y aseguraba que centraría sus esfuerzos en controlar el este y sur del país. La región del Donbás, en el este, ya era zona de enfrentamiento desde 2014 entre el Gobierno de Kiev y los territorios separatistas respaldados por Moscú. Allí se sitúan Lugansk y Donetsk , cuya independencia Putin reconoció tres días antes de declarar la guerra.
Rusia conseguía capturar la ciudad portuaria de Mariúpol (en Donetsk) tras intensos combates y una fuerte resistencia del reducto ucraniano en la planta siderúrgica Azovstal; un triunfo buscado que permitía a Moscú conectar Crimea con todo el territorio que controla en el este.
A principios de julio, las tropas del Kremlin se hacían con el control de Lugansk, en el Donbás, y asentaban su posición en la zona.
A finales de septiembre, se iniciaba una nueva fase de la invasión. El líder ruso anunciaba la anexión de cuatro territorios ucranianos (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón) que suponen el 15% de Ucrania (el equivalente al tamaño de Portugal o Hungría); lo hacía tras un referéndum ilegal, sin garantía alguna y con la población golpeada por la guerra.
Antes, Kiev aseguraba haber recuperado Izium y Kupiansk, al este de Járkov, centros logísticos importantes para el suministro de las tropas rusas.
Uno de los grandes éxitos de la contraofensiva ucraniana se producía el 11 de noviembre, al retomar la ciudad de Jersón tras casi nueve meses de ocupación y forzar la retirada de fuerzas rusas al lado oriental del río Dniéper.
El mapa no ha experimentado grandes cambios desde entonces. Actualmente, las luchas más intensas se producen en los alrededores de Bakhmut, en la región de Donetsk. El duro invierno ha frenado las operaciones militares sobre el terreno. Aunque los bombardeos de las tropas rusas se han intensificado. El pasado jueves, lanzaron más de 120 misiles contra la población y la infraestructura civil.
¿Cuáles son los posibles escenarios que pueden definir el curso del conflicto en 2023?