Es difícil medir la alegría de un pueblo, el fútbol se la dio a la España de la crisis de finales de la penúltima década con dos triunfos en los campeonatos europeos y uno en el Mundial, pero la que sienten los marroquíes en estas horas de la noche del martes 6 de diciembre, fecha ya para siempre grabada en los anales de la historia de este reino norteafricano, es desbordante. Sana. Generosa. Única. Envidiable.
Nunca antes la selección marroquí, país futbolero como el nuestro, nos rendimos al tópico de que en este país el balompié es una religión laica, los marroquíes son del Barcelona o el Madrid antes que otra cosa –depende de quién mande en la Liga para ver más camisetas de los blancos o los azulgrana en los puestos de las antiguas medinas-, había llegado a los cuartos de final de un Mundial de fútbol. Antes del campeonato del Mundo de Qatar los marroquíes, los ‘leones del Atlas’, llevaban 24 años sin ganar un partido en una copa del mundo de la FIFA.
Era cuestión de tiempo, y el tiempo les ha llegado, que los aguerridos peloteros que sueñan con hacerse un hueco en las ligas europeas en las playas y los descampados infinitos de los pueblos de Marruecos, de sol a sol, inasequibles al desaliento, los grandes jugadores que triunfan ya en las ligas de España, Inglaterra, Francia o Alemania, disfrutaran de un momento como este.
“Nos ha molestado que en España se haya dicho que nuestro equipo es el ‘más internacional’ de manera despectiva, como si nuestros jugadores hubieran sido traídos de cualquier parte: más que un Estado, Marruecos es una nación, que quede claro fuera, y eso explica que muchos chicos nacidos en España, Holanda, Francia, Bélgica o Francia, se identifiquen con Marruecos, su bandera, su himno, antes de con esos países”, explica a NIUS Adnane Bennis, periodista y aficionado entusiasta en uno de los más concurridos pubs de Rabat este martes histórico de diciembre.
La selección marroquí ha dejado atrás, consciente en todo momento de sus virtudes y limitaciones, en la tanda de penaltis, a la selección española, un equipo técnico y joven sin las ideas aún demasiado claras. “No os enfadéis. No estéis tristes. Alegraos por nosotros. No nos ocurre todos los días esto. Vosotros habéis sido ya campeones del Mundo”, trataba de consolar a este reportero Sara, una joven de Rabat, en un concurrido bar del centro de la capital de Marruecos. Nadie se ha acordado de Abd-el-Krim ni de Boabdil, sino de Bono, Hakimi o Ziyech.
“Estoy extremadamente feliz de ver este día, la verdad. Nunca pensé que Marruecos llegaría a los cuartos, no porque no tengamos jugadores lo suficientemente buenos, sino a causa de la mentalidad negativa que hemos tenido siempre. Pero ahora estamos ante una nueva era para el fútbol marroquí y africano”, continúa para este medio Adnane Bennis.
“Marruecos ha sido siempre líder futbolístico en África y el mundo árabe y esta clasificación demuestra que somos una nación futbolística y que merecimos la victoria”, concluye el joven marroquí. En efecto, los marroquíes presumen de haberse convertido en avanzadilla del fútbol del mundo árabe, también del africano. No en vano, el propio emir de Qatar, el poderoso Tamim Ben Hamad al-Thani, celebró como un marroquí más el triunfo de los ‘leones’ en el palco del estadio. La victoria de los marroquíes ha despertado un inopinado panarabismo 2.0, y el país magrebí ha tomado el estandarte de la variopinta y políticamente desunida comunidad de naciones árabes. Lo que no unió Gamal Abdel Nasser lo han unido los peloteros magrebíes.
Silente hasta el momento, el rey de Marruecos, Mohamed VI, que apenas había roto su silencio para felicitar a los anfitriones por la organización del campeonato, no tardó esta noche en dar la enhorabuena al combinado capitaneado por Walid Regragui por su inédito pase a los cuartos de final del Mundial.
La fiesta no ha hecho más que comenzar. Durará, al menos, hasta el sábado. No se registran, al cierre de esta edición, incidentes violentos o vandálicos dignos de mención en las calles de las ciudades y pueblos de Marruecos. Los ha habido, sí, en los Países Bajos, en Francia, en Bélgica. Otro universo, otra realidad. Terreno para otro análisis.
El centro de Rabat, como el de Casablanca o Marrakech es, a esta hora, una fiesta total. Miles de personas cantan y bailan, ríen y se abrazan. Lo hacen en la vía pública y también en los cafés, en los bares, cada cual según su estilo, su edad, su gusto y sus posibilidades.
Un patriotismo sano. Un patriotismo futbolero. Una reivindicación colectiva. Aunque la oficialidad marroquí presumía de haber alcanzado la mayoría de edad con sus logros diplomáticos de los últimos años –sus relaciones privilegiadas con Estados Unidos e Israel, el refuerzo de sus fuerzas armadas, etcétera-, la victoria de esta tarde contra la Roja marca el bautismo de fuego de los magrebíes.
La victoria contra España le da, además, un empaque especial al pase a cuartos. Todos son conscientes de que haber vencido a Bélgica, Canadá y España en el Mundial quiere decir lo que quiere decir, ni más ni menos: Marruecos, un grupo serio y disciplinado de jóvenes marroquíes, sabe también hacer las cosas bien. Y no hay techo aún para estos muchachos.
Superado el enfado y el mal trago vivido a propósito de la enésima decepción ibérica, los españoles, muchos, que viven o pasan estos días por las tierras del Magreb, no pueden ser ajenos a esta genuina alegría. La escuadra magrebí merece la felicitación sincera de sus vecinos del norte. El sueño esférico de Marruecos continúa, al menos, hasta este sábado, en que los ‘leones’ se enfrentarán en cuartos de final a Portugal.