La severidad de la sequía aboca a Marruecos a la inestabilidad social
El país norteafricano, altamente dependiente de la agricultura, sufre el mayor estrés hídrico de los últimos 40 años
El Ministerio de Asuntos Religiosos ha llamado este martes a las mezquitas de todo el país a rezar para que llueva
El rey Mohamed VI ya advirtió de las consecuencias de la sequía a comienzos de octubre en el Parlamento: “El problema del agua no debe avivar las tensiones sociales”
La peor sequía de las últimas cuatro décadas aboca, poco a poco, a las autoridades de Marruecos a tener que afrontar una situación imprevisible y peligrosa. Después de todo un 2022 extraordinariamente seco y caluroso, las esperanzas estaban puestas en un otoño lluvioso que pusiera por fin término al problema de la falta de lluvia en un país altamente dependiente de la agricultura. No ha sido el caso: el otoño comienza a agonizar batiendo nuevos récords de escasez pluviométrica. La situación es dramática. El Banco Mundial lo advertía recientemente: “Marruecos se encuentra en una zona de alta vulnerabilidad climática”
Siempre parco en la gestión de la información en las grandes materias, el Gobierno del liberal Aziz Akhannouch –que, a pesar de la vitola de exitoso gestor empresarial del jefe del Ejecutivo no puede presumir de un balance demasiado favorable en sus 13 meses de existencia- opta por ahora por mantener la calma ante la opinión pública después de más de dos años de restricciones y apreturas por mor de la pandemia y la crisis de precios provocada por la guerra en Ucrania.
Valga el simbolismo de una iniciativa para comprender la gravedad de la situación que vive en estos momentos el país magrebí: por orden del rey Mohamed VI –ausente en el foro de la Alianza de Civilizaciones de la ONU la semana pasada en Fez, el monarca reapareció este lunes para inaugurar la nueva estación de autobuses de Rabat- el Ministerio de Asuntos Religiosos de Marruecos ha convocado para hoy martes –a las diez de la mañana- una oración colectiva en mezquitas y espacios de oración aledaños a estas de todo el país en la que se pedirá la intercesión divina para que llueva.
El propio monarca alauita, consciente de la gravedad de la situación, ya dedicó al problema del agua su discurso en el Parlamento pronunciado con motivo de la primera sesión del segundo año de la undécima legislatura el pasado 14 de octubre. En él, el soberano alauita pidió expresamente que “el problema del agua” no “avive las tensiones sociales”.
Con todo, las distintas administraciones vienen en las últimas semanas adoptando una serie de medidas para reducir el consumo de agua, pues poco más es lo que a estas alturas pueden hacer para solucionar el problema. Por ejemplo, se anuncia una nueva reducción de la presión del agua para consumo doméstico (la medida había comenzado a aplicarse en horario nocturno desde el 29 de agosto) en la mayor área metropolitana de Marruecos, la de Casablanca, desde el primero de diciembre. Si no hay grandes cambios en la situación de los embalses, vendrán pronto restricciones severas.
A pesar de que uno de los sectores de mayor interés para las autoridades marroquíes en la flamante relación entre Rabat y Tel Aviv era el de la cooperación tecnológica con las empresas israelíes en materia de desalinización y tratamiento de aguas lo cierto es que a corto plazo no es solución para un problema acuciante. En las zonas más áridas del sur marroquí las autoridades el suministro a la población sólo es posible mediante el envío permanente de camiones cisterna.
El riesgo de un estallido social
El riesgo de que se produzcan expresiones públicas de descontento en el mundo rural al igual que en las grandes capitales -Marruecos cuenta con una población muy joven, en aumento y de más de 36 millones de habitantes- no es ya una hipótesis exagerada, sino una posibilidad cada vez más cierta.
Medios locales como el semanario Maroc Hebdo, poco sospechoso de alarmista, daban cuenta de que hay en curso todo un éxodo rural masivo y acelerado: al menos dos millones de personas habrían abandonado su lugar de residencia en los primeros nueve meses de 2022 para recalar en grandes ciudades: “Una cifra enorme que corre el riesgo de duplicarse o triplicarse si la sequía perdura”.
El riesgo, apuntaba la citada publicación en su último número, es que esta llegada descontrolada de personas en busca de una forma -en muchos casos desesperada- de ganarse la vida provoque “fenómenos de criminalidad” en las periferias de las grandes urbes marroquíes.
Conscientes del riesgo de que puedan vivirse protestas el Gobierno marroquí prolonga -sin sentido aparente a tenor de las más que favorables cifras de la pandemia, fruto en gran medida de una rápida y eficaz gestión- una y otra vez el estado de emergencia sanitaria. La última vez lo hizo el pasado 24 de noviembre: el estado de emergencia estará en vigor hasta al menos el 31 de diciembre. Para organizaciones no gubernamentales como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), se trata de un abuso de las autoridades que encierra un “estado de excepción encubierto”.
Lo cierto es que el texto de la ley otorga al Ejecutivo “en caso de necesidad extrema” el derecho de adoptar “a título excepcional (...) cualquier medida de carácter económico, financiero, social o medioambiental de urgencia que contribuya directamente a afrontar los efectos negativos previsibles de la proclamación del estado de emergencia”.
Drama para la agricultura
A pesar de suponer en torno al 15% del PIB la agricultura es un sector fundamental para la economía marroquí, pues emplea a nada menos que al 40% del total de la población activa. Malas cosechas, como han sido las de 2021 y 2022, significa escasez de ciertos productos y precios más elevados, a lo que gran parte de las clases medias y bajas de Marruecos son especialmente sensibles. Una circunstancia, la de la subida de los productos alimentarios básicos como consecuencia de la sequía, que se ha unido a otro imprevisto en el período post-pandemia: la guerra en Ucrania y el subsiguiente incremento de precios de las materias primas importadas.
El drama agrícola es semejante en todo el país, de norte a sur: desde las fértiles vegas de las regiones de Tánger-Tetuán o Rabat-Salé-Kenitra a las extensas tierras de la región del Dra-Tafilalet pasando por los olivares de Fez y Mequínez. Los embalses –se cuentan 149 en el conjunto del territorio- están prácticamente vacíos. Sectores como el oleícola, uno de los más prometedores de la economía de Marruecos en los últimos años, han sufrido un importante golpe este año. En un reciente informe el Banco Mundial advierte de que el modelo agrícola desarrollado por las autoridades marroquíes en los últimos años es insostenible.
La situación es extrema, y las previsiones meteorológicas no son para nada halagüeñas para las próximas semanas. Sólo la victoria de la selección de fútbol marroquí en el Mundial de Qatar del domingo pasado –la primera en 24 años- y las esperanzas de que los ‘leones del Atlas’ consigan pasar la fase de grupos suponen hoy motivo de alegría y esperanza para un colectivo duramente castigado por la coyuntura (y por lo estructural). Y si los cielos no ayudan en próximas fechas el drama -en todos los órdenes- está más que servido.