El presidente ruso, Vladímir Putin, presume de haber conseguido siempre su objetivo, incluso cuando se trata de algo que no le pertenece. Es la palabra de un matón, como él mismo se define, pero también la de un fanfarrón. ¿Cuál de los dos personajes encarna cuando amenaza con utilizar armas nucleares? Detrás del posible uso del arsenal atómico hay mucho más que la mente de Putin, hay décadas de pensamiento que han calibrado un sinfín de opciones. En el Ejército ruso se ha llegado a la convicción de que es difícil no usar de manera contenida armas nucleares a medida que un conflicto crece, según han explicado los analistas Michael Kofman y Anya Loukianova. También están convencidos de que pueden dar este paso sin que eso suponga una escala atómica global.
"No es un farol", aseguró Putin este miércoles al hablar de hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Y es cierto que detrás de las bravuconadas hay un esfuerzo militar en los últimos años de incrementar el arsenal de armas nucleares tácticas, que a diferencia de las estratégicas no implicarían la destrucción de una ciudad entera, sino un daño más limitado. Ha sido su manera de equilibrar la superioridad aplastante de Estados Unidos y la OTAN en armamento convencional.
¿Pero cuáles serían las opciones de Rusia de usar armas atómicas para zanjar la guerra de Ucrania a su favor? El profesor emérito de Estudios de Guerra en el King's College de Londres Lawrence Freedman explica que no hay muchas. "No es una posibilidad que haya que desdeñar, Putin puede llegar a desesperarse tanto como para [recurrir a las armas nucleares] y eso es preocupante", escribe. "Necesitamos considerar exactamente qué problemas militares y/o políticos podría resolver".
Rusia podría lanzar un disparo nuclear de aviso sobre el mar Negro, atacar una instalación militar ucraniana o buscar una masacre de civiles de tales dimensiones que ponga a Kiev bajo sus pies. Nada de eso asegura una victoria.
Hasta ahora Putin ha empleado a fondo el arsenal ruso para amenazas con "consecuencias que no habéis afrontado en vuestra historia". Es el primer escalón de la disuasión, empleado no tanto contra Ucrania como contra la OTAN, para que no se implique a fondo. Y esa amenaza latente ha conseguido su objetivo. La OTAN no ha intervenido directamente en Ucrania. Si lo hiciera, como suele decir Biden, podría comenzar la Tercera Guerra Mundial.
En esta estrategia abunda el corifeo mediático de Putin, como el diputado Andrei Gurulev a quien le gusta decir en televisión que pueden dejar Reino Unido "como un desierto marciano en tres minutos" y ha propuesto la opción de bombardear Berlín ("No deberíamos ser tímido con esto", dice). La presentadora Olga Skabeyeva también habla de atacar a Polonia o la base de Estados Unidos en Ramstein (Alemania).
En estas tertulias subidas de tono bélico no suelen referirse a cuál sería el precio que pagarían los rusos y siempre hablan de atacar a países occidentales, nunca de lanzar una bomba atómica de manera indiscriminada contra los habitantes de un país que Putin considera Rusia. Cuesta creer también, señala Freedman, que un ataque nuclear a Ucrania así vaya a ser bien recibido por la población rusa. Sin embargo, la guerra está en Ucrania y ahí está el escenario nuclear más preocupante: ¿cuáles son las opciones?
Se trata de otra táctica disuasoria, pero con hechos en vez de palabras. Rusia podría lanzar una bomba nuclear sobre algún lugar deshabitado. Se ha llegado a mencionar la Isla de las Serpientes, en el mar Negro. Así se avisaría a Kiev y la OTAN de que el escenario bélico ha cambiado para el Kremlin.
Freedman explica que esta opción se barajó en 1945 antes del ataque a Hiroshima, pero Estados Unidos se dio cuenta de que el mensaje no sería claro. No podían mostrar la capacidad destructiva de su nueva arma sin hacérselo sentir a los japoneses. Si se limitaban a hacer una demostración y la bomba fallaba habría sido un ridículo. Este resultado es probable en el caso de Rusia, porque aunque ha realizado ensayos con sus misiles de forma regular no ha hecho lo mismo con sus cabezas nucleares. La última prueba data del inicio de la Guerra Fría.
Los estadounidenses también descartaron el disparo de advertencia en 1945 para no poner sobreaviso a las defensas antiaéreas de Japón. En Hiroshima llegaron a sonar las sirenas antiaéreas, pero al no percibir la llegada de ningún escuadrón se apagaron y la gente estaba en la calle cuando estalló la bomba.
Si el disparo de advertencia tiene poco valor, lo siguiente es realizar un primer ataque. ¿Cuál debería ser el objetivo? Freedman analiza que el primer disparo debería tener a la vez valor como demostración de fuerza y como golpe eficaz en el campo de operaciones. Eso implica atacar en suelo ucraniano, contra alguna infraestructura vital o directamente contra las tropas enemigas utilizando lo que se suele definir como armas nucleares tácticas, menos destructivas que las estratégicas.
El problema de esta opción, comenta Freedman, es que para destruir una infraestructura bastan las armas convencionales y para que una bomba nuclear sea efectiva contra el ejército enemigo debe utilizarse contra grandes concentraciones militares. Este tipo de formación, sin embargo, no se ha visto en la guerra de Ucrania porque el ejército de Kiev se suele defender del invasor con unidades dispersas.
El estadounidense Christopher Chivvis, que trabajó en los servicios de inteligencia de EEUU en Europa hasta 2021, ha contado que en algunas simulaciones realizadas por expertos y militares occidentales, quienes hacían el papel de Rusia escogían a veces un ataque nuclear en forma de explosión atmosférica a gran altitud que interfería en las comunicaciones de una región entera. “Piensa en una explosión que deje sin luces a Oslo", comentó a The Economist. En este caso, podría ser Kiev.
Putin necesita, además, que la cadena de mando militar ejecute el ataque nuclear sabiendo las implicaciones que una escalada con armas de destrucción masiva puede tener para el futuro de la guerra y de Rusia. Durante los ejercicios atómicos de la Guerra Fría, abundaron los relatos sobre las dudas que paralizaban a quienes tenían que ejecutar un ataque nuclear. Y eso fue lo que, según algunas versiones, evitó que la Crisis de los Misiles de Cuba se convirtiera en un armagedón nuclear.
Una vez se lanza un ataque nuclear, los problemas para Rusia se incrementan. Al atacar a un país vecino o formaciones militares enfrentadas a las suyas, el viento podría devolver el polvo radiactivo contra sus propias tropas o contra el mismo territorio ruso.
Y por último, después de disipado el polvo, el problema político de Rusia seguiría en pie. ¿Cómo pacificar una población hostil y en armas contra su Ejército? Además, no parece que los aliados de Putin, empezando por China, le estén dejando margen de maniobra para una escalada nuclear.