Otra crisis magrebí: Marruecos y Túnez, a la gresca a cuenta del Polisario (y Brahim Ghali)
La visita del líder del Frente Polisario y de la República Árabe Saharaui Democrática, recibido por el presidente tunecino Kais Saied con honores de jefe de Estado, a la reciente cumbre Japón-África hace saltar por los aires la relación con Marruecos
Marruecos retiró el viernes 26 de agosto a su embajador en Túnez y boicoteó la cumbre celebrada el pasado fin de semana en la capital tunecina. Saied hizo lo propio un día después retirando a su representante diplomático en Rabat. A tenor de lo asertivo de la diplomacia marroquí en los últimos años y de la reciente advertencia del ministro Bourita, el desencuentro se augura largo
Nuevo embrollo en el Magreb. En la misma semana en que se cumplía un año desde que Argelia rompió relaciones diplomáticas con Marruecos, Rabat llamaba a consultas a su embajador en Túnez y se retiraba de la cumbre Japón-África. La razón: la invitación –y recepción en calidad de jefe de Estado- por parte del presidente tunecino Kais Saied al líder del Frente Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), Brahim Ghali, el pasado 26 de agosto con motivo de la cita diplomática en la capital tunecina. Túnez rompía la tradicional neutralidad en la cuestión y Marruecos lo percibía como una traición. Transcurridos diez días del inicio del desencuentro, el ministro marroquí de Exteriores, Nasser Bourita, dejaba claro que la crisis va para largo: “La posición de Marruecos respecto a la grave e inaceptable acogida del jefe del Estado tunecino al jefe de la milicia separatista no ha cambiado”.
No iba a dejar pasar la ocasión la asertiva diplomacia marroquí, comandada por el ministro de Exteriores Nasser Bourita, de exhibir su disconformidad ante lo sucedido. El mismo viernes, Rabat llamaba a consultas con carácter inmediato a su embajador en Túnez y abandonaba la 8ª cumbre Japón-África (Ticad), que se celebró en la capital tunecina los días 27 y 28 de agosto. La respuesta tunecina no tardó en producirse. El sábado 27, el Ministerio de Exteriores de la pequeña república magrebí llamaba a consultas a su embajador en Rabat.
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El comunicado emitido por el Ministerio marroquí de Exteriores aseveraba que “la acogida reservada por el jefe del Estado tunecino al jefe de la milicia separatista es un acto grave y sin precedentes, que hiere profundamente los sentimientos del pueblo marroquí y de sus fuerzas vivas”.
Por su parte, el Ministerio de Exteriores tunecino aseveraba haber mantenido “una total neutralidad sobre la cuestión del Sáhara Occidental en el respeto de la legalidad internacional” y defender una “solución pacífica y aceptable para todos”. “Túnez respeta las resoluciones de Naciones Unidas y la de la Unión Africana”, aseguraba la Cancillería tunecina.
La prensa marroquí, prácticamente sin excepciones, ha cargado en los últimos días contra el jefe del Estado tunecino, destacando la deriva autoritaria de su gestión al frente del país norteafricano. “El presidente tunecino Kais Saied ha hecho prueba de un amateurismo diplomático sin precedentes al violar la neutralidad que su país ha mantenido siempre respecto al dossier del Sáhara. La acogida teatral que ha reservado al jefe del Polisario es una afrenta deliberada a Marruecos y una crisis más para Túnez”, escribía el columnista Mohammed Ould Boah en el digital oficialista Le360.
Por su parte, el semanario TelQuel destacaba la indignación aparentemente existente en diversos sectores de la sociedad tunecina por la decisión de Kais Saied de acoger como un jefe de Estado más a Brahim Ghali. Entre los testimonios recogidos por el citado medio marroquí –uno de los más críticos con el establishment político-, el del ex presidente tunecino Moncef Marzouki. “Al recibir al jefe del Polisario como si estuviera a la cabeza de un Estado reconocido mundialmente, [Saied] ha roto con esta tradición”.
¿Por qué Túnez rompió su neutralidad?
Cada vez más sola en su apoyo del Frente Polisario en la escena internacional y con un Marruecos que celebra un respaldo tras otro, Argelia necesitaba el apoyo de su vecino magrebí en la cuestión saharaui. Aunque las relaciones entre Argelia y Túnez no han estado del todo exentas de tensiones en los últimos meses –en mayo las autoridades tunecinas percibían reticencias de Argel a la hora de incrementar las exportaciones de gas-, ambos países mantienen relaciones fluidas. En una crisis energética como la que se está viviendo este año, las necesidades del Estado –que lleva varios años en una situación financiera muy grave- ha reforzado la dependencia tunecina de sus vecinos del oeste.
En diciembre de 2021, Argel prestaba 300 millones de dólares a las autoridades tunecinas. A comienzos de agosto, desde la empresa estatal argelina Sonelgaz se anunciaba un aumento de las exportaciones de electricidad a Túnez (Casi el 70% del gas que Túnez importa procede de sus vecinos del oeste, y casi al 100% la electricidad producida en Túnez depende de ese gas). Argelia se lo cobró el viernes pasado.
Atrás parecen quedar las críticas del presidente argelino Abdelmadjid Tebboune al autogolpe de Estado de Kais Saied, que después de un año gobernando sin Parlamento, daba por bueno el pasado julio el resultado del referéndum –una rotunda victoria del sí pero con una participación del 27,54%- para la nueva Constitución diseñada a su medida.
En mayo pasado, el mandatario argelino decía respecto a sus vecinos: “Compartimos los problemas de Túnez. Estamos preparados, los dos –se refería también a Italia-, a ayudar a Túnez a salir del impasse hasta que reencuentre la vía democrática”. Curiosa afirmación viniendo de un presidente que fue varias veces ministro –incluido jefe del Gobierno- bajo una presidencia con tan pocas credenciales democráticas como la de Abdelaziz Bouteflika, que llegó a la presidencia de la república con una abstención récord y se ha enfrentado durante meses con las reivindicaciones –no satisfechas- en la calle del movimiento conocido como el Hirak.
Marruecos: diplomacia sin complejos
Todo cambió para la diplomacia marroquí el día 10 de diciembre de 2020, cuando el país magrebí recibía el apoyo del entonces presidente estadounidense –en la fase final de su mandato- Donald Trump a la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, rompiendo décadas de neutralidad en torno a la cuestión. Un día en que el entonces inquilino de la Casa Blanca tuvo también el honor de anunciar antes que sus respectivas administraciones el restablecimiento de relaciones oficiales entre Marruecos e Israel después de dos décadas.
A partir de ese momento se desplegaría una diplomacia desacomplejada, asertiva y confiada que abría sendas crisis diplomáticas con Alemania y España a lo largo de 2021 ante la renuencia de ambos gobiernos europeos a apoyar a Rabat en los mismos términos que Estados Unidos.
En el caso de las crisis con España y Alemania, sólo el respaldo de sus respectivos gobiernos al plan de autonomía marroquí permitió superarlas. Alemania tuvo que cambiar de administración para enderezar las cosas entre finales de 2021 y comienzos de 2022. Pedro Sánchez sólo pudo desbloquear la situación, a pesar de las buenas palabras dirigidas reiteradamente por los representantes del Gobierno a la buena relación entre ambos países, enviando una carta al rey Mohamed VI con el respaldo expreso a la propuesta marroquí de autonomía. Esta era definida como “la base más seria, realista y creíble” para la resolución del conflicto.
Coincidiendo además en el tiempo con el estallido de la crisis entre Marruecos y Túnez, otro ejemplo de diplomacia expeditiva desplegada por Rabat se producía el 25 de agosto pasado. El ministro de Exteriores Nasser Bourita llamaba la atención al jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, por haber afirmado este que la posición de la UE ante el conflicto saharaui era apoyar la celebración de una consulta para que “el pueblo saharaui elija su futuro”.
Acompañado por su homóloga alemana, que volvió a respaldar el plan de autonomía marroquí para el Sáhara, Bourita calificaba de “lamentables” las palabras de Borrell y le recordaba la posición del Gobierno de su correligionario Pedro Sánchez. No quedaría ahí la respuesta: a renglón seguido el Ministerio de Exteriores marroquí cancelaba un encuentro entre Bourita y Borrell previsto para este mes.
Ghali, de nuevo en el ojo del huracán
Con la crisis abierta a finales del mes pasado, el líder del Polisario Brahim Ghali –que fue recibido en la pista del aeropuerto de Argel por el propio Tebboune- volvía a ser protagonista de una crisis diplomática marroquí. La primera tormenta estalló en abril del año pasado, cuando trascendió que el presidente de la RASD había sido hospitalizado en un centro médico en Logroño “por razones humanitarias”, según lo expresó el Gobierno de Pedro Sánchez, con una identidad falsa.
La cólera de las autoridades marroquíes, que consideraron lo sucedido como una traición, no tardó en tener consecuencias. Entre los días 17 y 18 de mayo del año pasado en torno a 10.000 jóvenes –la mayoría magrebíes, también de origen subsahariano- accedían gracias a la inhibición de las fuerzas de seguridad marroquíes a la ciudad autónoma de Ceuta. Rabat retiraba a su embajadora en Madrid, que despejó las dudas sobre la vinculación entre la entrada del jefe del Polisario en España y entrada masiva de personas a la ciudad española a través de la frontera del Tarajal. “Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir”, dijo la embajadora Benyaich.
Marruecos acusó, en fin, de deslealtad a los países con los que se enfrentó a propósito de la cuestión del Sáhara: fue el caso de España y ahora de Túnez, al que ha afeado haber quebrado su tradicional neutralidad. “Es interesante ver a Marruecos tomar la postura de que, por una parte, Túnez les está traicionando por no ejercer ‘neutralidad’ en el Sáhara Occidental, al mismo tiempo que sitúa el reconocimiento en el centro de sus relaciones exteriores con otros Estados”, escribía este domingo en un tuit el investigador especializado en el norte de África del European Council on Foreign Affairs Andrew Levobich.
No hay ya dudas de que para Marruecos la posición ante el conflicto es la piedra de toque de todas sus relaciones bilaterales. Lo expresó con claridad Mohamed VI en su discurso pronunciado el pasado 20 de agosto con motivo del 69º aniversario de la Revolución del Rey y del Pueblo: “El expediente del Sáhara constituye las lentes con los que Marruecos mira al mundo, y es el criterio claro y sencillo con el que mide la sinceridad de las amistades y la eficacia de las asociaciones”.
Aunque políticamente irrelevante para la resolución del conflicto del Sáhara Occidental –por otra parte más cerca que nunca de lograrse en favor de los intereses marroquíes-, Túnez tiene un alto valor simbólico en tanto que el país fue considerado en la última década como ejemplo en tanto que primera democracia plena del mundo árabe (un hecho que el actual presidente Saied ha comprometido seriamente en el último año). Y Túnez ha tomado partido con claridad del lado de Argelia.
Además de incrementar la inestabilidad política en las relaciones entre las tres principales capitales de la región –en un momento de crisis económica y energética-, las víctimas de lo ocurrido –y lo que está por ocurrir, porque la crisis acaba de empezar- son los propios pueblos magrebíes. Cada uno esgrimirá sus razones convencido de tener la razón, pero entretanto los líderes marroquíes, argelinos y tunecinos logran ponerse de acuerdo en una serie de mínimos el proyecto de una integración real entre los Estados del Magreb árabe hace tiempo que duerme el sueño de los justos.