Lo que Isabel escondió a la vista de todos: la última reina de Europa que logró ser un enigma
La reina consiguió ser un símbolo sin que se llegara a saber qué pensaba sobre prácticamente ningún asunto durante 70 años
Mantener el ritual y el misterio es clave para la pervivencia de las monarquías, pero el reto es cada vez más difícil
Carlos III ha dejado que se conozcan sus opiniones sobre multitud de asuntos políticos o científicos
Isabel II ha sido la mujer más reconocida del mundo y al mismo tiempo, una desconocida. Quizá la última monarca en mantener el halo de un enigma. Siempre a la vista y a la vez siempre oculta. El secreto para convertirse en un símbolo. Una pieza clave para la pervivencia de las monarquías en nuestros tiempos.
Ha sido una parte fundamental de su trabajo desde el principio. En su coronación, el 2 de junio de 1953, las cámaras de televisión no fueron la única novedad en una ceremonia que se ha repetido desde el año 1066.
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La gente pudo ver desde casa lo que sucedía dentro de la abadía de Westminster, pero el rito fue más teatral y formal que los protagonizados por los reyes del pasado, según cuentan los historiadores. Por cada cosa nueva que se ve, otra se oculta. A los monarcas de antaño sólo se les veía en las monedas o los cuadros. Isabel superó el siglo XX. El reto para los monarcas del presente y del futuro es cada vez más difícil, quizá imposible.
"Quiero que la familia real permanezca fuera de la vista, por nuestra supervivencia"
Winston Churchill ya avisó en la coronación de lo que estaba en juego. Las cámaras romperán la magia, dijo, hay ciertos aspectos rituales que no deben presentarse como un teatro. Siguiendo este criterio, se ocultó con una tela la cámara justo en el momento en el que Isabel recibía los óleos sagrados y, según la tradición, entraba en contacto directo con Dios.
“En el corazón del brillante éxito de la reina está haber evitado dar la menor pista de lo que piensa sobre nada más allá de los gatos y los caballos”, explicaba hace una década el historiador Max Hastings.
La única vez que Isabel II ha hablado claro sobre este asunto fue en la ficción de la serie The Crown, a cuenta del documental que la BBC grabó sobre su día a día en 1969.
El primer ministro de turno, Harold Wilson, plantea en una escena sus dudas a la reina. No quiere que la familia real parezca humana, sino que represente un ideal. La serie hace responder así a Isabel: “Ningún ser humano es ideal, sólo Dios es ideal. Por eso quiero que la familia real permanezca fuera la vista. Por nuestra supervivencia. Pero la contradicción es que no podemos estar escondidos. Tenemos que estar a plena vista todo el tiempo. Lo mejor que hemos encontrado por ahora es el ritual y el misterio. Porque nos mantiene ocultos aun estando a plena vista. El protocolo no está ahí para mantenernos separados sino para mantenernos con vida”.
De las 43 horas que grabó la BBC siguiendo durante meses a la familia real británica para aquel reportaje sólo se emitieron 90 minutos. El resto de material sigue en secreto a día de hoy.
El misterio de Isabel, el libro abierto de Carlos
Isabel habría sido un personaje plano, casi trivial, de no ser por lo que ha encarnado, sobre todo en momentos solemnes o cargados de emoción para su pueblo. Pero ha sido un símbolo que nunca se ha significado con claridad.
No se sabe qué pensaba del Brexit, en el referéndum de independencia de Escocia sólo llegó a decir (ante las peticiones de David Cameron) que la gente debía meditar su voto. No mostró ninguna emoción el día que recibió como ministro para Irlanda del Norte a Martin McGuiness, que era dirigente del IRA cuando los terroristas mataron a su tío político lord Mountbatten. Sólo tras la muerte de Diana se le reprochó ser una esfinge. Y actuó en consecuencia. Salió a la calle, una niña le dio flores, bajo la cabeza ante el féretro de Diana.
Carlos III no ha cultivado la virtud del secreto. Se ha sabido lo que piensa de multitud de cuestiones, desde su fe en la homeopatía a su defensa del medioambiente. Llegó a enviar 27 cartas a Tony Blair con su opinión sobre cuestiones políticas. Su vida está en las revistas, incluidas sus conversaciones eróticas.
Pero mantener la mística puede ser imposible incluso para un monarca más prudente, en un tiempo en el que se pide transparencia, en el que el mundo de la información es demasiado grande como para que funcione un pacto no escrito de silencio por mucho tiempo, con divisiones crecientes que achican los lugares comunes en los que se mueven los discursos reales.
Haber mostrado más de sí misma habría expuesto a Isabel II al juicio de los demás, a que la ubiquen en el lado equivocado de la historia por algo que hizo o que dijo. Y si algo tienen las monarquías es sentido de la historia. Toda la mezcla de secreto y cercanía debe cambiar lo justo con los tiempos para que la corona siga igual.