La explosión el pasado 9 de agosto en la base aérea rusa de Saki, en la ocupada península de Crimea, se ha convertido en uno de los episodios más opacos de la guerra que Vladimir Putin inició el pasado 24 de febrero contra Ucrania.
Las versiones sobre el origen del incidente son variadas y contradictorias. ¿Fue un ataque ucraniano o una deflagración fortuita en unas instalaciones plagadas de munición de la aviación? ¿Fue una negligencia rusa o un audaz zarpazo ucraniano?
Y si fue un ataque, ¿cómo ha podido Ucrania golpear un aeródromo situado a 225 kilómetros de su frontera?
El caos informativo del Kremlin, sumido en el desconcierto, está haciendo las delicias de las autoridades ucranianas, que parecen saber mucho más de lo que cuentan y tachan de ineptos a los rusos: "En un lugar peligroso no se puede fumar", ha ironizado el ministro de Defensa de Ucrania Oleksei Reznikov.
La teoría inicial rusa de una explosión fortuita sin consecuencias ha caído por su propio peso tras la difusión este jueves de imágenes de satélite que muestran ocho aviones militares rusos destrozados y varios edificios de las instalaciones afectados. Previamente, Moscú había asegurado que ninguna nave había sufrido daños. También reiteró que la explosión fue accidental, aunque la precisión de los daños parece desmentirlo. Kiev no ha tardado en afirmar que la capacidad aérea de Rusia ha quedado diezmada.
Distintos medios rusos se abonan a la confusión, previsiblemente 'intoxicados' por las propias fuentes del ministerio de Defensa ruso, al apuntar -entre otras versiones- que ha sido un ataque ucraniano con un misil de alta precisión lanzado desde un helicóptero.
Mientras tanto, Kiev se divierte sin dar pistas de lo que sabe. Oficialmente, el gobierno de Volodimir Zelenski se desmarca del ataque. Pero extraoficialmente, alimenta hipótesis teñidas de épica.
The New York Times, citando a fuentes anónimas del Gobierno ucraniano, plantea la posibilidad de una acción relámpago de un comando de partisanos.
Otra fuente anónima ucraniana, citada por Washington Post, apunta que el ataque fue obra de las Fuerzas Especiales de Ucrania.
La hipótesis que nadie menciona, por las consecuencias que podría tener en una escalada armamentística, es que Ucrania se haya servido de misiles guiados de largo alcance donados por terceros países para golpear territorio ruso.
Ucrania reconoce que ha usado con éxito este tipo de armamento en distintas operaciones: lo ha hecho para golpear un depósito de munición en Novooleksiivka, al norte de Crimea, a 100 kilómetros de la frontera, y para destruir distintos objetivos al sur del oblast de Jerson, a 170 kilómetros. Pero de ello no se deduce que hayan podido alcanzar la base de Saki, a 225 kilómetros. Algunos analistas sugieren que esos sistemas pueden modificarse para aumentar su radio de acción.
Estados Unidos, el principal proveedor de material militar a Ucrania, ha sido muy cauteloso a la hora de limitar el alcance de los sistemas de misiles que está donando a Kiev.
El pasado 1 de junio, Estados Unidos anunció el envío de nuevos sistemas HIMARS (High Movility Artillery Rocket Systems, cargados con seis misiles guiados de 227 mm) y de MLRS. Se trata de lanzaderas de misiles de gran movilidad y precisión, difíciles de detectar para las fuerzas rusas. Pero el alcance de su munición no supera los 80 kilómetros.
Washington aseguró que los nuevos HIMAR permitirán "impactar con más precisión en objetivos clave en el campo de batalla", pero el presidente Joe Biden fue claro al reiterar que "no vamos a enviar a Ucrania sistemas de misiles que puedan impactar dentro de Rusia". Por eso, Estados Unidos no va a ceder a Kiev los sistemas ATACMS, cuyo rango de alcance llega a los 300 kilómetros.