El mensaje de texto que nos envía Susana este jueves refleja una de las consecuencias de la ira popular contra la clase política de Sri Lanka. “AVISO. Hay toque de queda en Colombo desde las 12hrs de hoy hasta las 5hrs mañana por la mañana”. Los grupos de WhatsApp entre la comunidad española echan humo porque “se prevé que va a más”, confiesa esta valenciana a NIUS. La última decisión del expresidente huido, Gotabaya Rajapaksa, antes de abandonar el cargo -anunciado por email desde el exilio-, fue nombrar presidente en funciones al primer ministro, Ranil Wickremesinghe. El nuevo máximo mandatario ha comunicado al Ejército que “haga lo que sea necesario” para restablecer el orden. El toque de queda es una de las herramientas, otra es bloquear las redes sociales, así como suspender el servicio de transporte público, pero nada de esto ha podido evitar lo inevitable: una revuelta social de meses que ha echado del poder a la dinastía Rajapaksa en medio de la peor crisis de la historia reciente del país.
Susana debería estar hoy en Kalpitiya, una ciudad costera ubicada a 168 kilómetros al norte de la capital, Colombo, pero decidió regresar a España en mayo. “Gracias a que salí a tiempo, se veía venir la catástrofe”. Atrás ha dejado un proyecto sin terminar que “ahora estaría acabado”. La pandemia y las dificultades en el país han pospuesto su sueño de montar un pequeño resort a pie de playa en esta meca del kite surf en la región. No cree que vaya a retomarlo en uno o dos años; primero, porque no es capaz de ver una salida fácil a la situación de inestabilidad, y segundo, porque Susana no quiere volver a pasar miedo.
“En abril, bloquearon las redes sociales para que la gente no pudiera quedar y acudir a los sitios. Ahí ya pensé que la cosa se estaba poniendo muy fea. Sentí miedo porque eso a mí no me había pasado nunca. Estaban controlando demasiado. Ves que cada vez va a peor”, confiesa. Ese mismo mes estuvo en Colombo y acudió a una de las “manifestaciones pacíficas”. Las calles estaban repletas de militares que “con los turistas eran muy cordiales, pero es una sensación muy desagradable”, argumenta. “Parecía una feria en verano, con música, puestos, gente acampando. La casa del presidente estaba acordonada, nadie podía pasar pero a mí me dejaron. Cantaban eso de ‘Gota go home’ (slogan de la campaña popular para que Gotabaya dimitiera como presidente)”. Cuando fue a un restaurante y vio la cantidad de militares de refuerzo “por si se liaba”, decidió marcharse.
Para Susana, las fichas de dominó fueron cayendo una detrás de otra: primero fue el corte de las redes sociales, después fue la quema de un autobús por parte de los manifestantes, luego la huída del anterior primer ministro, Mahinda Rajapaksa, la quema de su casa, el corte de carreteras, las dificultades para llegar al aeropuerto (llegaron a hacer falta dos días para realizar un recorrido de cuatro horas). Se dio cuenta de que lo mejor era salir del país cuanto antes. “Cuando llegas al aeropuerto, las colas de la gasolinera se juntaban con la de la entrada. Hay un desvío donde hay militares con pinchos para las ruedas. Te miran, ven que llevas turista, bajan los pinchos y te dejan entrar. Si no es lo más parecido a una guerra, lo es a una revolución”, describe ya desde España.
Sri Lanka está al borde del abismo. La inflación de junio ha sido del 54,6 por ciento y del 80,1 por ciento en productos alimenticios. No hay combustible, ni gas. Hay escasez de alimentos esenciales como pan y leche, así como de medicamentos. Las consecuencias de haber tenido en el poder a un Gobierno extremadamente corrupto y equivocado en decisiones fundamentales están siendo fatales. La divisa está en caída libre, no hay dinero en las arcas públicas para importar productos básicos y la deuda externa es brutal. Es fácil dar el diagnóstico de un país en la ruina, sin embargo, a pie de calle las indicaciones del desastre, especialmente para los españoles que residen allí, han ido llegando a cuentagotas.
“De pasar 25 tuk-tuk al día vendiendo pan, al final pasaban tres y costaba el doble. Para mí eran céntimos, pero para los de allí era distinto. Yo tomo café con leche. Me daban la leche a escondidas. Como te vean comprando leche en polvo y empiecen a decir que se la están llevando los turistas y que le quitan la leche que hay a los niños, te pueden hasta pegar. Empiezas a asustarte, eres mujer y te sientes sola”, sostiene. “Un día nos viene Mario y nos dice que nos quedemos con una botella de gas porque ya no hay manera de conseguir. Lo ves pero no te asustas. Pero luego Mario se va a por gasolina y llega a las tres horas con todas las garrafas que puede”, agrega Susana. Mario es también de Valencia, vive en Sri Lanka desde hace seis años y ella se ha quedado en su casa durante la ejecución del proyecto de su resort. Tiene una escuela de kite surf, un docena de perros y un tuk-tuk. “Me preví esta movida y me abastecí de gasolina. De momento tengo para un mes más”, confiesa.
Tras hablar con él, con Susana y con más españoles que residen o han residido en el país asiático, se pueden sacar tres conclusiones: que su mayor dificultad es la falta de combustible, que el impacto en ellos es menor que en los locales porque cobran en euros y que la diferencia es abismal entre vivir en las zonas rurales y en Colombo u otras grandes ciudades. “Ahora están vendiendo gasolina a 8 euros el litro cuando antes valía 70 céntimos. Es un disparate. Pero a nivel extranjero lo vivimos porque no hay la afluencia de turistas de antes. Aquí (en Kalpitilla) estamos en un pueblo apartado de todo. Antes, cada 15 o 20 días me iba una noche o dos a Negombo (38 kilómetros al norte de Colombo) para cambiar de aires, porque vivo en una isla dentro de una isla. Ahora no me lo puedo permitir porque no me puedo gastar la poca gasolina que tengo en eso ya que no sé cuándo volverá a haber”, señala a NIUS.
“En Colombo, la gente está acostumbrada a usar gas natural y esto ha sido un buen palo para ellos”, sin embargo, el impacto es menor en Kalpitilla y en la vasta extensión rural de Sri Lanka, ya que la transición a gas fue más tardía en las zonas más remotas. “Hay casas que llevan sin butano desde hace meses pero no pasa nada. Han vuelto a 10 años atrás. Hay algunos que cambiaron de la leña al butano porque es gratis. Yo todas las mañanas cocino con leña porque me cae de los cocoteros en casa”, afirma. Tanto en la zona en la que reside como en otras que también están apartadas, hay granjas que han se han visto afectadas a nivel macro (falta de combustible y la fallida transición a la agricultura orgánica de los Rajapaksa), pero que siguen proporcionando una sensación autosuficiencia a las comunidades locales.
“Aquí la gente no se va morir de hambre porque sobra comida, en zona de villa, porque otra cosa es Colombo y las ciudades grandes”, apunta Alba, natural de León. Junto a su marido, Eugenio, madrileño, ambos también viven lejos de la gran ciudad. Se trata de un matrimonio que se enamoró de Sri Lanka en 2014 y que en 2015 comenzó a tejer la estructura necesaria para montar un pequeño hotel boutique en el corazón de una reserva natural. Sat Nam Village Eco-Hotel está ubicado en el centro del país, en una región de cultivos y los locales subsisten con lo básico. “Una chocolatina es un producto de lujo. Colombo es otro mundo. Hay una clase media-alta que no se inmuta y una clase baja que cocinan con gas, y no hay”, agrega Eugenio. “Allí tampoco hay leña, aquí nosotros tenemos para aburrir. En Colombo no lo puedes hacer. El resto del país es rural, está lleno de granjas, de té, de café. Si vives en la costa te puedes alimentar de pescado y mariscos sin problemas. La gente tiene sus huertos, sus gallinas, sus vacas y sobrevive. Los productos de importación como la leche por ejemplo o el trigo ya están escaseando. Ya está escaseando el pan. Una persona normal que va al supermercado es difícil que pueda comprar productos que nosotros podemos comprar. Hay mucho arroz, mucha verdura, mucha fruta, pollos, hay mucho búfalo… de momento no vemos hambre”, apostilla.
Su mayor dificultad es el transporte, porque no hay petróleo. “El otro día estábamos intentando conseguir un coche y cuando lo conseguimos el precio se había multiplicado por cuatro y por más. Es una situación excepcional. Para intentar evitar la manifestación del sábado pasado y para racionar el combustible ya casi no hay autobuses. Los que hay van hasta arriba de gente, eso sí está afectando a la hora de moverse de una ciudad a otra. Hay huelga de trenes también”, describe Eugenio.
Para Susana, Mario, Alba y Eugenio, profesionales del sector turístico, el impacto está siendo mayúsculo. En la cronología de los eventos que han afectado a sus negocios hay que remontarse a la Semana Santa de 2019, cuando se produjeron los atentados contra tres grandes hoteles y tres iglesias. Después llegó la pandemia y ahora la inestabilidad económica y política que está provocando un aluvión de cancelaciones. Para sacar adelante sus proyectos han debido sortear varios obstáculos: un sistema corrupto donde es necesario realizar sobornos, una población con poca iniciativa y en ocasiones ineficiente y elementos de inestabilidad externos imposibles de prever. A este grupo de españoles se les suma el más veterano de todos.
Miguel es madrileño y junto a su familia ha vivido en Sri Lanka desde 2003 (menos un año que pasaron en España y dos en Tailandia). También trabaja en el sector del turismo. Tras residir varios años en Colombo, acabaron mudándose a una zona rural al sur de la ciudad. Ha vivido la época dorada del turismo en el país, y en la actualidad está experimentando la más complicada en todos los niveles. “Lo de ahora me recuerda a la época del tsunami de 2004 por la situación en la que está la gente, que necesita ayuda de emergencia”, comenta a NIUS. “La diferencia con entonces es lo desesperada que está la gente. Hay una gran parte de la población que como consecuencia de esto está empezando a pasarlo muy mal. Los atentados fueron un bache pero nos recuperamos bastante rápido. Lo que nadie se esperaba fue el Covid. A partir de marzo 2020 sufrimos los efectos y nos hemos quedado colgados entre eso y la guerra de Ucrania”. A la hora de señalar culpables, lo tiene claro: “La familia (Rajapaksa) se aprovechó políticamente de las bombas. Ganaron con mayoría abrumadora desde la oposición y nos han llevado a este desastre”, relata.
Si alguien conoce a la perfección la idiosincrasia de los ceilandeses, ese es Miguel. Para él, el país tiene que experimentar un cambio profundo para dejar atrás esta crisis de la que no ve salida a corto plazo y que incluso le está haciendo plantearse pasar una temporada en Europa. “No se puede pretender que el país sea productivo cuando la gente no lo es, o que no sea corrupto si la gente no es honesta. Las consecuencias son éstas. Hay una cultura muy jerárquica, que no tiene mucha fluidez. Hay una generación a la que no se le enseñó inglés, obviamente la colonización no ayudó. Esa generación que casi no sabe hablar inglés es la que está en el poder ahora mismo. Hay mucha codicia, mucha incompetencia, y mucho nepotismo. Viéndolo ahora había muchas cosas que desde el principio no cuadraban y no entiendes cómo el país sale adelante. Cuando las cosas van bien no te pones a pensar demasiado. Ves que hay corrupción pero quizás no sea tanta, que la gente es vaga pero bueno son así los queremos así. Cuando estás ahí, te lo crees pero no te lo crees”, sostiene.
Tras el tsunami de 2004, Miguel ayudó a poner en marcha una ONG a través de la cual logró escolarizar a alrededor de 120 niños gracias a donaciones llegadas de España. Ahora ha creado otra, ‘Responsible Education and Development Guarantee’, para tratar de paliar el impacto de la crisis en el país. “Hemos vuelto a eso, a montar estructuras para echar un cable”. Miguel y su mujer siguen pagando a la persona que lleva a sus hijos al colegio, aunque no esté trabajando. “La situación esta muy complicada y a nosotros, como residentes, no nos queda otra que ayudar lo máximo posible, sobre todo en nuestro círculo”. En este sentido, y a pesar de las dificultades, Alba y Eugenio han subido los salarios de sus empleados para hacer frente a la inflación.
Estos cinco testimonios de españoles que residen o han residido en Sri Lanka retratan la realidad que vive una población “que no merece lo que les está pasando”. Todos son conscientes de lo privilegiados que son en un contexto social tan complicado y demuestran que están hechos de otra pasta.