La región de Sídney ha vuelto a vivir 10 días de climatología extrema y los datos que deja la enésima lluvia torrencial son demoledores. Sólo el fin de semana pasado, la ciudad más poblada de Australia registró más agua que Londres en un año. El Estado de Nueva Gales del Sur ha experimentado las cuartas inundaciones en 18 meses, alrededor de 130.000 personas han tenido que evacuar, algunos barrios han quedado completamente sumergidos bajo más de medio metro de agua, los servicios de emergencia han llevado a cabo más de 500 rescates desde el 28 de junio, 250 miembros del Ejército Australiano forman parte de las operaciones, un puente ha quedado cubierto por el agua en Windsor, al noroeste de la ciudad, un barco de cargo permaneció a la deriva durante días al sur, en Wollongong, y su tripulación tuvo que ser rescatada. En definitiva, miles de personas -y animales con el agua literalmente hasta el cuello- se han visto afectadas por unas lluvias que no han cesado y que han obligado al Gobierno estatal y federal a ofrecer paquetes de ayudas a los afectados tras declarar el estado de desastre natural.
La costa este de Australia -especialmente los Estados de Nueva Gales del Sur y Queensland- se han llevado la peor parte de esta concatenación de fenómenos, que desde febrero de este año hasta ahora han dejado 22 víctimas mortales por las fuertes lluvias. El impacto económico es enorme y sólo en el segundo mes de 2022 se reclamaron a las aseguradoras desperfectos por valor de casi cinco mil millones de dólares australianos (más de tres mil millones de euros). Está por ver hasta dónde llega esta cifra tras los recientes acontecimientos.
El Gobierno apunta al calentamiento global
La magnitud de preocupación entre los políticos es idéntica a los niveles de agua de las presas, que están al 97 por ciento de capacidad e incluso en un caso supera el 131 por ciento. De los 18 diques de Nueva Gales del Sur, 11 están por encima del límite. El primer ministro, Anthony Albanese, ha viajado a Sídney tras una gira europea que comenzó en Madrid con la Cumbre de la OTAN y finalizó con una visita a Ucrania. Criticado por la oposición y los medios más conservadores “por estar viajando demasiado en lugar de atender a las urgencias domésticas”, este miércoles necesitó justificar su viaje antes de anunciar más ayudas a los afectados por las inundaciones. “Comparar eso con unas vacaciones va, francamente, más allá del desprecio”, contestó a aquellos que compararon su viaje diplomático con las vacaciones familiares del anterior primer ministro, Scott Morrison, a Hawaii durante los catastróficos incendios de 2019.
Entre unas cosas, los intensos fuegos, y otras, las fuertes inundaciones, Australia es uno de los países del mundo que mayor clima extremo están experimentando debido a las consecuencias del calentamiento global. Así lo afirman meteorólogos, expertos y, de manera explícita y por primera vez, miembros del Ejecutivo, con el primer ministro a la cabeza. “Debemos cambiar la posición de Australia en relación con el cambio climático”, señaló Albanese en un esfuerzo por desvincularse de la perspectiva del Gobierno anterior y de reforzar el que ha sido su argumento más fuerte para ganar las elecciones en mayo. Además, el ministro de Gestión de Emergencias, Murray Watt, también vincula la encadenación de inundaciones actuales e incendios de hace tres años con el calentamiento global. “Necesitamos tomar medidas serias sobre el cambio climático para que no veamos aumentar aún más la escala de estos eventos”, señaló a Sky News. El premier de Nueva Gales del Sur también ha especificado que “estas inundaciones cada vez son más comunes” en una clara alusión al calentamiento global.
Los datos confirman que en el pasado este tipo de fenómenos se producían una vez cada cien años, mientras que son más frecuentes en la actualidad. En tres lustros se han registrado el mismo número de inundaciones en Australia que desde 1900 hasta 2007. La intensidad de los desastres naturales ha incrementado y la población está literalmente agotada. Los fuegos de 2019 dejaron 25 millones de hectáreas calcinadas, fallecieron 34 personas, millones de animales y decenas de miles de edificios fueron reducidos a escombros. Las inundaciones actuales no dan tregua y hay cientos de familias que llevan lo que va de 2022 viviendo en alojamientos temporales básicos porque lo perdieron todo durante las intensas lluvias de comienzos de año.
Población agotada en el Estado más poblado
Entre los desastres naturales (uno al año desde 2019), la pandemia y la coyuntura económica actual, el impacto en la salud mental de muchos sectores de la población está siendo enorme. “¿Por dónde empiezas? Mentalmente, físicamente, financieramente, te destruye”, afirmó Judy White a Australian Broadcasting Corporation. Aún estaba limpiando su casa tras las inundaciones de hace un mes y medio cuando otra tromba de agua de días sin parar volvió a sumergir sus pertenencias en el oeste de Sídney. Tanto White como otras decenas de miles de personas están sufriendo otra de las consecuencias directas de estos eventos climatológicos: el impacto en los seguros de sus hogares. Aquellas aseguradoras que permiten crear pólizas en viviendas ubicadas en lugares de riesgo (cada vez son menos las que lo hacen) están poniendo los precios por las nubes y las familias que no tienen otra alternativa están obligadas a optar por el infraseguro.
“El cambio climático se está produciendo en tiempo real y a muchos australianos les resulta imposible asegurar sus casas y negocios”, afirma a BBC la directora ejecutiva del Consejo del Clima, Amanda McKenzie. Argumento con el que coincide la profesora de Economía de la Universidad de Melbourne, Antonia Settle. “Ya podemos ver que las primas de los seguros se han encarecido tanto que en algunos lugares se han vuelto efectivamente imposibles de asegurar”, destacó a ABC News. La inflación, la falta de materiales y la tercera subida de los tipos de interés en poco más de un mes (+1.25%) nublan aún más el panorama de aquellos que necesitan reconstruir sus viviendas o hacer frente a las pérdidas de sus enseres. Se está produciendo una tormenta perfecta de dimensiones aún impredecibles y el panorama es muy poco halagüeño.
La Niña, la década más calurosa y las emisiones de Australia
El este de Australia ha vivido dos fenómenos de La Niña consecutivos. Según la Oficina de Meteorología, este evento climatológico se produce cuando los vientos alisios ecuatoriales se hacen más fuertes, eso provoca que cambien las corrientes superficiales del océano y atraen desde abajo las aguas profundas más frías. El resultado es un enfriamiento del Pacífico tropical central y oriental. El aumento de los vientos alisios también ayuda a acumular aguas superficiales cálidas en el Pacífico occidental y al norte de Australia. El efecto de la subida de temperaturas del mar hacen que sea más favorable la elevación del aire, el desarrollo de las nubes y las precipitaciones. La Oficina de Meteorología declaró el mes pasado el fin de La Niña 2021-22, aunque advirtió que el invierno sería probablemente más lluvioso de lo habitual y que había un 50% de posibilidades de que el patrón atmosférico y oceánico volviera por tercer verano consecutivo. Los augurios más pesimistas se han cumplido en un contexto que preocupa especialmente a aquellos que afirman que el fenómeno de La Niña se ha visto empeorado por el calentamiento global: la última década ha sido la más calurosa desde el periodo de referencia estandarizado (1961 a 1990).
Según datos ofrecidos tras la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas celebrada en Glasgow en octubre de 2021, Australia es el país del mundo con más emisiones per cápita de gases de efecto invernadero procedentes de la energía del carbón. Sus cifras casi duplican las de China, son cinco veces superiores a la media mundial y un 40% más altas que cualquier otro gran consumidor de energía de carbón. Desde la firma del acuerdo de París en 2015, el análisis reveló que el país oceánico emitió 5,34 toneladas de dióxido de carbono por persona cada año. Australia es un gran proveedor mundial de combustibles fósiles (el carbón es el segundo producto que más exporta) y sigue quemándolo para la mayor parte de su electricidad, una práctica poco común en los países más ricos. Así se explica la dependencia australiana en una de las industrias más contaminantes del mundo.
Uno de los primeros cometidos del Gobierno de Albanese está siendo el asegurar al resto de países -incluidas las islas del Pacífico, que también están sufriendo inclemencias medioambientales- su compromiso con las nuevas políticas medioambientales. Son muchos los retos del nuevo Ejecutivo para reducir la contribución de Australia al calentamiento global -incluido el cómo planificar, ejecutar y lidiar con las consecuencias sociales de la transición energética prometida- y para paliar el impacto de los desastres naturales entre la población. A juzgar por los últimos tres años hay poco lugar para el optimismo debido a una espiral que hace saltar todas la alarmas: las lluvias hacen que la vasta vegetación australiana crezca sin control y se convierta en combustible para futuros incendios.
Los esfuerzos para prevenirlos son mayúsculos pero insuficientes en la enorme extensión de parques naturales en relación con un personal mayoritariamente dependiente del voluntariado. Las autoridades y organismos medioambientales miran cada vez más hacia la cultura aborigen y sus técnicas ancestrales de control de la vegetación para reducir las probabilidades de incendios. Mientras tanto, la generalidad de la ciudadanía ha dejado claro que el medioambiente es una de sus mayores preocupaciones y no quiere esperar a un cambio de generación para que se pongan en práctica las medidas necesarias que sirvan para evitar que Australia se convierta en un país inhabitable a medio plazo.