Entre precariedades anda el juego: ¿tiene salida la crisis argelina?
La sobreactuación, la precipitación y la falta de cálculo ha sido el factor común en la conducción de la política exterior de Argel, Rabat y Madrid en los últimos dos años
Argel y Madrid se encuentran atrapados en un embrollo del que ninguna de las dos partes puede salir a corto plazo
Hay frentes en los que parece no ocurrir nada relevante durante años y semanas –en este caso han bastado apenas cuatro días- en que las que la historia (con minúsculas, eso sí) pisa el pedal del acelerador. El tiempo transcurrido entre la nota en que la Presidencia argelina anunciaba este miércoles la suspensión del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación suscrito con Madrid en 2002 y el segundo rapapolvo del régimen argelino a la UE por su defensa de los intereses de España este sábado ha bastado para confirmar que el respaldo español a Marruecos en el Sáhara Occidental ha desatado una crisis permanente con Argelia de la que ni el régimen militar ni el Ejecutivo Sánchez saben probablemente cómo salir.
Con independencia de si la decisión de dar crédito a la propuesta de autonomía de Rabat para el Sáhara es acertada para los intereses estratégicos españoles a largo plazo o no, a juzgar por sus resultados la forma de resolver la crisis con Marruecos ha desembocado en un embrollo considerable de consecuencias impredecibles. Cuesta creer que el Gobierno no midiera la posibilidad de que Argelia, principal apoyo del movimiento independentista saharaui, reaccionara con un desaire y aprovechara la ocasión para explotar lo ocurrido (y así tratar de ganar oxígeno en el frente doméstico).
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Algo distinto sería que el Ejecutivo de Pedro Sánchez hubiera adoptara la determinación que tomó en marzo consciente de lo que iba a ocurrir. A falta de una información sincera y detallada por parte de los representantes españoles, nos movemos siempre obligadamente en el terreno de la especulación.
“No se puede hacer peor. El Gobierno ha demostrado ignorancia y poca profesionalidad. Lo veo mal”, confiesa a NIUS un ex alto representante de la representación española en Argel. Un juicio similar es el que hace la profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Exeter Irene Fernández-Molina. “Va a ser difícil salir de este charco”, augura la especialista en política magrebí a NIUS.
Jugando al despiste
La impresión ahora es que el Gobierno de Sánchez y el propio régimen argelino se han visto arrastrados a un embrollo que, a corto y medio plazo, no tiene solución. El Ejecutivo español no puede ahora dar marcha atrás en su apoyo a Rabat, porque ello podría desembocar en otro terremoto con Marruecos, ni Argel está en condiciones de desdecirse. Tanto el comunicado emitido por la representación argelina ante la UE este viernes como la nota de la Cancillería de este sábado, la aparente rectificación de Argel suena a juego de despiste. En la nota, la embajada argelina en Bruselas niega un boicot comercial que los empresarios españoles sufren desde hace semanas.
La instrucción de Argel está firmada a título personal por el director general de la Asociación Profesional de Bancos y Entidades Financieras; no se trata de un representante del Estado. Además, la comunicación insta a “congelar las domiciliaciones bancarias” en operaciones comerciales con destino y origen en España y no a boicotear el comercio con nuestro país. Sea como fuere, es mucho el daño que puede hacerse a los intereses empresariales españoles. Y nadie sabe cuál puede ser la próxima idea de las autoridades argelinas en este sentido.
¿Luna de miel con Marruecos?
Entretanto, la flamante nueva etapa en las relaciones con Marruecos parece lejos de una luna de miel. Por ahora, más allá de que el contacto entre administraciones se ha restablecido –no es poco, desde luego-, lo único tangible a día de hoy -casi tres meses después del envío de la carta de Sánchez a Mohamed VI- para el Gobierno es la reapertura de las fronteras de Ceuta y Melilla, la tranquilidad en las mismas y el regreso de los ferris entre Marruecos y España.
No son pequeños los frentes abiertos e irresueltos en las negociaciones bilaterales, desde la decisión final sobre las aduanas comerciales en las ciudades autónomas hasta la delimitación de las aguas territoriales. Con todo, este viernes Rabat entró en escena para echarle un capote a Pedro Sánchez asegurando que la hoja de ruta pactada el pasado 7 de abril en Rabat “avanza a un ritmo muy satisfactorio”.
Por si fuera poco, la situación entre ambos vecinos magrebíes no atraviesa precisamente su mejor momento. Todo comenzó a deteriorarse en octubre de 2020, cuando el Frente Polisario daba por roto el alto el fuego con Marruecos, vigente desde 1991. Cierto es que las tensiones entre ambos no han desembocado en un enfrentamiento abierto en todo este tiempo. Tras meses de acusaciones mutuas –entre ellas, las de espionaje- en agosto del año pasado, Argel rompía relaciones diplomáticas con Rabat. Este jueves Argelia volvía a cargar contra sus vecinos acusándoles de librar una “guerra sucia” contra España mediante el espionaje con el programa Pegasus y la presión migratoria. Como puede comprobarse, graves acusaciones, puentes rotos, guerra verbal abierta. El peor escenario para que la diplomacia española tratara de reconducir la situación ejerciendo alguna suerte de mediación entre Argel y Rabat.
¿Hay solución a corto plazo?
La aparente rectificación argelina no convence a nadie. Se avecinan meses difíciles. “No debiéramos creer que la crisis con Argelia está ni mucho menos resuelta. La suspensión de operaciones con empresas españolas continúa desde antes del anuncio del 8 de junio, las empresas españolas están atascadas y aumenta la llegada de pateras en la creencia de que no habrá repatriación”, afirma el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y especialista en temas argelinos Rafael Bustos en Twitter. “Esto no es el juego de la oca que se puede volver a la casilla cero. Aunque se podrá volver a un punto de conllevancia”, asevera el citado antiguo alto responsable español en Argel.
Al margen del problema comercial, el mayor temor en el Gobierno –que sigue insistiendo en elogiar la colaboración argelina, como hizo el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska el jueves- es que el régimen juegue la baza migratoria en los próximos meses, coincidiendo además con la llegada del buen tiempo al Mediterráneo. Lo cierto, con todo, es que la mayoría de migrantes que llegan irregularmente a suelo español lo siguen haciendo a través de la ruta marroquí y no de la argelina.
La sucesión de decisiones –la mayoría precipitadas-, exabruptos y errores de cálculo de los gobiernos de España, Argelia y Marruecos en el último año y medio no es más que la evidencia de la precariedad de la situación para todos tras una larga pandemia y una crisis económica acentuada por la guerra en Europa oriental. Dime de qué presumes y te diré de qué careces. El Gobierno español, que afronta una seria crisis económica, necesitaba de una vez por toda normalizar las relaciones con Marruecos tras más de un año de desencuentro, motivado en primer lugar por la necesidad de restablecer la cooperación en la cuestión migratoria.
Con su principal socio y patrocinador –la Federación Rusa- embarcado en una guerra de horizonte incierto, una contestación doméstica creciente y la necesidad de mantener buenas relaciones comerciales con la UE –en un momento en que su gas es un activo imprescindible para el Viejo Continente-, Argelia tampoco está para demasiadas alharacas. El régimen sabe de lo mucho que se juega si la Unión Europea acaba adoptando medidas contra sus intereses, por lo que medirá la respuesta a España en los próximos meses.
Lo ocurrido, en fin, en el frente magrebí desde finales de 2020 enseña una lección a Sánchez y a los Gobiernos que vengan en el futuro: para lidiar con los dos vecinos del norte de África bastan mucho más que buenas palabras y elogios a la amistad y la buena vecindad. Es necesario un conocimiento profundo de la psique colectiva de los dos países y de sus sistemas políticos, que ha de empezar por anticiparse a los posibles movimientos de las partes y escenarios. Dando por descontados la exageración, las prácticas políticas –tan diferentes a las de los socios europeos- y el postureo de Rabat y Argel, parece claro que el Gobierno ha pecado de una innegable bisoñez en sus relaciones con los vecinos del sur. Y lo peor puede estar por llegar.