En Berlín y Brandeburgo, el Land alemán que envuelve a la capital alemana y el quinto en superficie del país, el 95% de la gasolina y otros combustibles derivados del petróleo que se consumen llegan de la refinería de Schwedt. Allí se procesa el 12% del petróleo que se trata en Alemania. Es petróleo que viene de Rusia.
Schwedt es una población de unos 30.000 habitantes situada cerca de la frontera con Polonia. Constituye un polo de tradición industrial del este alemán porque allí lleva funcionando casi 60 años la refinería de PCK, controlada por Rosneft, empresa rusa especializada en la explotación de hidrocarburos rusos. Cerca de 9.000 personas llegaron a trabajar en sus instalaciones en sus días de mayor ocupación.
Hoy trabajan allí unas 1.200 personas. Pero esos empleos están ahora en peligro. El embargo europeo al petróleo ruso, una medida cuya aprobación en la Unión Europea parece una mera cuestión de tiempo, amenaza el futuro de la actividad de la refinería. Eso sí, las autoridades del país del canciller Olaf Scholz se están volcando para hacer que Schwedt siga ocupando un papel clave en el mapa energético alemán.
El vicecanciller y ministro de Economía, Robert Habeck, se personó hace unos días allí para participar en una reunión del personal de la empresa. Quería ofrecer su visión del futuro la situación de la refinería. En ese futuro, la refinería seguirá funcionando con “empleos asegurados”, según los términos de Habeck. La cuestión, hoy por hoy, es cómo y para quién seguiría funcionando la refinería de PCK.
Que las instalaciones sigan en manos de Rosneft es algo que, dado el contexto geopolítico abierto por la invasión de Rusia contra Ucrania, chirría. No faltan ideas para que Rosneft acabe entregando las llaves de las instalaciones. Hasta la expropiación en nombre de los intereses nacionales se plantea como posible solución.
Alemania busca de forma contrarreloj energías alternativas a los hidrocarburos rusos. En los tres meses que lleva en marcha la ilegal guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, Habeck ha movilizado a los actores económicos del país para reducir sensiblemente las dependencias de, sobre todo, carbón y petróleo. Con el gas, la situación es más difícil, aunque la búsqueda de alternativas también parece ocupar día y noche al vicecanciller y ministro de Economía alemán.
Según las cuentas que se hacía en su ministerio a finales de abril, la dependencia alemana del petróleo ruso ha bajado del 35% al 12%. Ese último porcentaje se identifica plenamente con la refinería de Schwedt. Allí llega desde Rusia el petróleo por el oleoducto Druzhba, palabra rusa que quiere decir “amistad”.
El eventual cierre de ese oleoducto, ya sea por la puesta en marcha del embargo o por decisión del Kremlin, obliga a las autoridades germanas estos días a considerar cómo mantener en actividad esa refinería del este alemán sin petróleo ruso. Mucho de lo que ha ocupado al ministro Habeck a cuenta de Schwedt es cómo hacer llegar allí los hidrocarburos para tratarlos.
Hasta un 60% del petróleo que sustituya el ruso en la refinería podría proceder de la reserva nacional germana de petróleo, situada en Wilhelmshaven (noroeste), a unos 470 kilómetros de Schwedt. El resto del petróleo, según apuntaba este mes el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung, podría llegar a través el puerto de la ciudad polaca de Danzig, a unos 370 al noreste de Schwedt. Polonia ayudaría en mantener la refinería con una actividad plena eso siempre y cuando Rusia deje de sacar partido de la actividad de la explotación petrolífera.
Ese escenario, todo un “desafío logístico”, según lo ha definido el ministro de economía de Brandeburgo, el socialdemócrata Jörg Steinbach, casi hace obligatoria retirar de la ecuación a Rosneft. Se teme, de hecho, que mantener la propiedad de la firma rusa sólo sirva para torpedear los esfuerzos alemanes de independizarse cuanto antes de todo el petróleo ruso.
Rosneft sólo utiliza el petróleo del oleoducto “amistad”, pero en Berlín – y en el resto de Europa – lo que trae esa amistad es un problema. Dejar a la empresa rusa con el control en Schwedt significa, por tanto, mantener fluyendo un petróleo que podría cortarse por embargo o por decisión del inquilino del Kremlin, Vladimir Putin.
Por cuestiones de seguridad se cita estos días bastante la ley sobre seguridad energética, que a partir de junio contiene la posibilidad de expropiar empresas. En este caso, la señalada es Rosneft por “poner en peligro los intereses nacionales”, según recogía el Frankfurter Allgemeine Zeitung.
En lo sucesivo, Rosneft podría vender las participaciones en la empresa que explota la refinería. Por lo visto hay interés de varias empresas. Una de ellas es la firma austriaca Alcmene, cuyo director general delegado, Raul Riefler, aparecía citado en las páginas del diario económico Handelsblatt afirmado que su compañía está “preparada para ocuparse completamente de la refinería de PCK”.
Otro empresario que ha mostrado su disponibilidad a jugar un papel en el salvamento de la refinería de Schwedt es Claus Sauter, presidente de la firma Verbio, una empresa con sede en Zörbig (este), a 250 kilómetros de Schwedt. La firma de Sauter está especializada en biocombustibles. El Handelsblatt también ha recogido su interés en Schwedt, pues podría ser un lugar ideal en el que “mostrar dónde puede ocurrir la transformación de las energías fósiles a las renovables”.
Aún está por ver qué camino toma la refinería. Al millar de sus trabajadores reunidos el otro día frente a sus instalaciones, el esforzado vicecanciller y ministro de Economía Robert Habeck les dejó algo claro fue a visitarlos: “no quiero tomarles por tontos”.