Las calles de Becerreá, en la provincia de Lugo, se asemejan, desde hace unos años, a las de cualquier capital europea en términos de diversidad racial, donde foráneos y locales conviven en armonía intercambiando usos y costumbres.
El boca a boca ha permitido que en el municipio lucense se hayan ido asentando, durante décadas, ciudadanos de otros países y continentes de lo más variopinto, como Colombia, Perú, Marruecos, Venezuela o Rumanía, en un goteo constante que ha permitido “mejorar considerablemente las cifras de habitantes”, apunta la prensa local.
En esta montaña, donde la población está muy envejecida, “la inmigración es el futuro”, apunta el regidor, Manuel Martínez, al garantizar la mano de obra en distintos sectores económicos de la zona.
En la actualidad, la nacionalidad que más abunda en Becerreá es la colombiana (con 104 ciudadanos empadronados recientemente), pero una amplia comunidad de rumanos y rumanas ya se fue asentando en la montaña a lo largo de décadas: “Están completamente integrados”, asevera el alcalde, con negocios y vivienda propios.
“Los vecinos nos piden por favor que no nos vayamos”, señala Stiven, uno de los colombianos asentados en Os Ancares, y el alcalde lo ratifica: “Sin ellos, muchos de los servicios estarían paralizados, hace falta gente para trabajar y, si la cosa sigue así, todos los que vengan van a ser pocos”, augura Martínez.
Y es que de esta simbiosis parecen salir todos beneficiados: el Concello incrementa su población y sus servicios y ellos encuentran estabilidad laboral y un futuro prometedor para sus familias.
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