Sara, trasplantada de corazón: "Siento que tengo que vivir mi vida y la del donante"
Lleva una año con su nuevo corazón y valora poder hacer una vida "casi normal"
Reconoce que la recuperación psicológica ha sido más complicada que la física
Tiene que tomar 18 pastillas al día, pero sabe que sin el trasplante no estaría viva
La conocimos mientras esperaba un nuevo corazón que pudiera salvarle la vida. Sara Viéitez tenía entonces 27 años y atendió a NIUS llena de optimismo. A esta joven de Moaña (Pontevedra) le habían diagnosticado una enfermedad que ya conocía bien, porque la había padecido su padre. Tenía un “corazón de piedra”, una cardiopatía poco común que hace que las paredes del corazón se vuelvan cada vez más gruesas y rígidas. Hasta entonces trabajaba, estudiaba y hacía una vida completamente normal, pero de pronto supo que su única esperanza era recibir un nuevo corazón.
La espera duró poco. Un mes y medio más tarde la avisaron de que había un órgano compatible. “Me preguntaban si no me daba miedo, pero era todo lo contrario, fue una esperanza para mí”, asegura Sara. De eso hace ya un año y el balance es muy positivo. “Me acaban de hacer la revisión del año, que es la más completa, y ha salido todo fenomenal, todas las pruebas han dado perfectas”, cuenta.
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Un camino largo que conocía por la experiencia de su padre
No ha sido un camino de rosas, aunque sabía lo que le esperaba. Había vivido todo el proceso con su padre, a quien también le trasplantaron un corazón. En su caso, cuando le llegó el nuevo órgano, su cuerpo ya estaba muy deteriorado y falleció cinco años después. Por eso ella quería que fuera cuanto antes. “Cuando el médico me habló del trasplante me advirtió que era un proceso difícil, pero yo ya lo conocía, y pensaba que cuanto más joven, mejor. Lo veía como algo normal, porque cuando me diagnosticaron la enfermedad ya sabía lo que conllevaba”, explica.
Desde que la operaron ha pasado por diferentes fases: “Primero tuve una fase de euforia desmesurada, después una fase traumática en la que me costaba incluso reconocerme en el espejo. Y ahora estoy en periodo de aceptación, de decir: este es mi cuerpo y tengo que cuidarme”.
Piensas en lo que al donante le gustaría haber vivido
Todos estos meses han sido un cóctel de sensaciones, al principio sintió “una tremenda sensación de gratitud” por tener una segunda oportunidad, pero después, Sara reconoce que no podía dejar de pensar que estaba viviendo una vida que no era suya. “Cualquier persona trasplantada piensa mucho ya no solo en el donante, sino en su familia. Él a nivel físico ha dejado de estar para que yo esté. No tengo que vivir solo mi vida, sino la de los dos, ser grande por mi y por la otra persona. Piensas en lo que a él le gustaría haber vivido”.
Recomienda a quien pase por lo mismo que pida ayuda para superar todo el proceso. Ella al principio se sintió muy fuerte pero tras unos meses acudió a terapia, tal y como le habían aconsejado. “Fue más difícil la recuperación psicológica que la física. Porque vas al gimnasio y en seguida vas cogiendo fuerza, pero lo otro es más complicado”, asegura.
Toma 18 pastillas diarias, pero puede hacer vida “casi normal”
Tiene una rutina estricta que no se puede saltar. Al levantarse tiene que tomarse la tensión, la temperatura y pesarse. Solo con el desayuno se toma 10 pastillas, a lo largo del día llega a tomar 18. “Los dos primeros meses lo haces un poco más en tensión. Luego coges el ritmo. Aparte, como mi vida depende de ello, pues no me despisto”, cuenta entre risas.
Un año después su calidad de vida ha cambiado por completo, aunque los inmunosupresores y el resto de medicación que toma implican ciertas limitaciones, hace una vida “casi normal”. “No puedo decir que estoy mal. Si quiero ir a tomar un café, voy. Si quiero ir al gimnasio, también. Antes con cualquier cosa que hacía, comenzaba a fibrilar y me desmayaba”, recuerda.
Echa de menos poder hacer planes a medio o largo plazo, porque hay días en los que la medicación hace que se pase el día tirada en el sofá, pero hace un balance claramente positivo. “Te sientes feliz y eufórico por un lado, pero por otro también triste porque no puedo hacer lo mismo que cualquier persona de 28 años. Pero no tengo derecho a quejarme porque tengo esta oportunidad. Yo no estaría viva si no me hubieran trasplantado”, sentencia.