Los caracoles más forzudos y rápidos de Euskadi se dan cita en Trapagaran el 1 de mayo en una carrera popular de “arrastre de piedras” que cumple este año la XXXI edición.
La competición, que reúne a cerca de un centenar de participantes, surgió por una de esas casualidades que se merecen contar.
Los integrantes del grupo del grupo de Danzas Izarra estaban ensayando en su local, cuando, de repente, se percataron de que una alpargata se movía sigilosamente.
Un caracol era el responsable del extraño fenómeno. “Se había enganchado a los cordones y lo iba arrastrando poco a poco. De broma empezaron a discutir sobre cuánto sería capaz de arrastrar y empezaron a hacer pruebas”, cuenta Alazne Gómez, del Club Zaballa, encargado de la organización.
La primera carrera oficial del concurso se disputó en 1981. Hubo años en que no pudo organizarse (entre 1990 y 1999) y otros dos se suspendieron por motivo de la pandemia.
En realidad, el molusco no carga con una piedra “de verdad”, sino con una especie de pequeño paquete de madera cubierto por láminas de plomo que pesa 240 gramos.
El invento se ata a un cordel y éste se pega con “una gotita de pegamento” en la concha.
Una vez preparado, los participantes son colocados sobre una tabla, y, cuando se da el pistoletazo de salida, tienen 10 minutos para hacer el recorrido.
Gana el que más distancia sea capaz de hacer en este tiempo.
El reto es superar los 48 centímetros que un colega recorrió en 2019, récord de la competición.
Difícil, los participantes son muy caprichosos y, a veces, “hacen oídos sordos” a las instrucciones de sus entrenadores.
“No se les obliga, únicamente se les anima. Algunos no se mueven, otros se dan la vuelta, son capaces de subirse a la piedra de arrastre y no falta el que invade el carril del contrario”, explica Alazne, entre risas.
Lucía, de 9 años, y su caracol Mini fueron los ganadores del año pasado. Lograron unos preciados 16 centímetros para alzarse con el trofeo.
Este año, la niña lo vuelve a intentar con Minilu. No solo ella, también su madre Verónica, su hermana Mireya y muchos vecinos de la localidad vizcaína.
“Es muy divertido. Nuestra familia lleva participando muchos años. Esta vez, los hemos traído de Burgos. Nos gustan grandes. Tampoco se puede utilizar pequeñito porque tienen la concha poco dura”, nos cuenta Verónica.
Los caracoles de esta familia ya llevan varios días entrenando para dar todo de sí en la competición.
“Los ponemos en el fregadero, les echamos agua y les damos de comer lechuga para que saquen la cabeza y comiencen a moverse. Cuando suben, los volvemos a bajar y vuelta a empezar”, explica la pequeña.
“El año pasado no hice nada especial para ganar durante la carrera. Bueno, no paré de animarle en todo el tiempo", confiesa.
Después de finalizar la prueba, los corredores vuelven al campo a seguir con su placentera vida.
“Aquí tenemos mucho monte para que disfruten. Me gustaría resaltar que los caracoles no sufren ningún tipo de daño. Hace un tiempo nos denunció una protectora de animales catalana y el juez nos dio la razón”, quiere dejar claro Alazne sobre este singular y popular campeonato de su pueblo.