Divorciarse pasados los 50: “Aguanté hasta que mis hijos llegaron a adultos”

En la franja de personas de entre 40-49 años y 50-59 existen más probabilidades de divorciarse, según el informe ‘El divorcio en España’, elaborado por el Observatorio Demográfico CEU
Mariana Capurro, psicóloga, asegura que divorciarse tras los 50 años, puede representar una oportunidad para reconstruir una vida más alineada con las necesidades y deseos individuales
Según el psicólogo Marc Muñoz, el aumento de los divorcios durante los últimos años, entre otras cosas, tiene que ver con la falta de comunicación o de empatía de las personas
En las últimas décadas se ha hecho más evidente los divorcios en personas que superan los 50 años de edad. Las mujeres, que representan el mayor porcentaje que toma la decisión, ya no aguantan y en muchos casos poseen una independencia económica. Esto lo afrontó Luz, optando por esperar por los hijos. Es real la idea de que los padres pretenden hacer lo que “creen” mejor para los hijos, aunque esto signifique anteponerlos a sus necesidades.
El divorcio se legalizó por primera vez en España con la Segunda República. Al divorcio en personas superada su quinta década de vida se le denomina ‘divorcio gris’, en relación a las canas que suelen aparecer en esas edades, o ‘divorcio de plata’ y ‘divorcio de diamante’ por el tiempo en pareja.
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De cifras de 2024 del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2023 se notificaron 76.685 divorcios. En torno al 90% se decanta más por el divorcio que frente a la separación. En los últimos 10 años, la duración media de los matrimonios antes del divorcio es de 16 años.
Del informe ‘El divorcio en España’, elaborado por el Observatorio Demográfico CEU, adscrito al Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEU-Cefas), se conoce que la edad en que existen más posibilidades de divorciarse se da entre los 40-49 años y entre los 50-59 años.
Más filosofía y menos dramas
Luz de 56 años, española nacida en Colombia, barista, con dos hijos de 25 y 21 años, pasó un proceso nada agradable cuando tuvo que dar por terminada su etapa de casada. Inició su duelo años antes del divorcio, más entendiendo que a su edad todo parecía ir por un determinado camino, quizás uno que siempre había procurado evitar.
“Llevo dos años divorciada. No me gusta la soledad y dar el paso después de tantos años juntos, con hijos con sus propios asuntos y con una idea de futuro, me hacía pensar en que terminaría mi vida sin nadie que me acompañase”, expone.
Añade que se sintió culpable, pero, por otro lado, considera que esperar hasta que los hijos fueron mayores fue algo que benefició a todos. “No éramos un matrimonio súper feliz, digamos sobre los últimos 10 años, no dormíamos juntos ni hacíamos planes solos, pero sí nos juntábamos con la familia o hacíamos actividades con nuestros hijos y creo que eso, para lo que demandábamos los dos, nos iba bien y no nos angustiaba”, destaca.
El que los hijos fuesen mayores, con sus propios caminos, y pudiesen aceptar las cosas de un modo menos dramático, fue un impulso para tomar la decisión. “Nuestros hijos no son tontos y veían que no éramos el típico matrimonio que se va de cena o que se queda a ver una película juntos, entonces empezamos a tener charlas con ellos y se lo tomaron de un modo tranquilo y consciente. Lo tomamos como un proceso con fases y cuando llegamos a la última y todos estuvimos preparados, separamos los caminos”, dice.
El dilema de estar o terminar
Como apunta, Mariana Capurro, psicóloga general sanitaria, directora del Centre Integral de Salut i Educació (CISE) y autora de ‘Permiso para educar’ (Zenith, 2025), muchas parejas, tras décadas de matrimonio tienen que enfrentarse al hecho de “permanecer en una relación que ya no les satisface o atreverse a comenzar una nueva etapa”.
Explica que es común en parejas que han priorizado a sus hijos durante años. La profesional sostiene que el desgaste en el matrimonio es un proceso gradual en el que pueden converger factores, como la falta de comunicación, pudiendo quedar a un lado las emociones e inquietudes personales y/o la rutina y monotonía, haciendo que la relación pierda vitalidad cuando no se fomenta la complicidad y el interés mutuo, pudiendo llegar a sentirse como compañeros de piso.
“A lo largo de los años, las personas cambian, y con ello, sus valores, intereses y expectativas. Si estos cambios no son acompañados de un esfuerzo por mantener una conexión genuina, la pareja puede verse sumida en una distancia emocional difícil de revertir”, revela Capurro.
Asimismo, subraya que la crianza de los hijos puede convertirse en muchos casos en el eje central y desplazar la relación conyugal y al irse los hijos, la pareja se da de bruces con la realidad. “Pueden darse cuenta de que ya no se reconocen el uno al otro”, afirma.
La psicóloga quiere recordar que hay aspectos por los que muchas personas se aferran a la relación, como el miedo a la soledad, la dependencia emocional o económica, o la presión social y familiar. “Resulta fundamental reflexionar sobre el significado de la felicidad y el bienestar personal, entendiendo que una relación saludable debe aportar crecimiento, seguridad y satisfacción mutua”, aclara.
Para Capurro, redescubrirse, explorar nuevas pasiones y aprender a estar bien con uno mismo son pasos importantes. Refiere que decidir divorciarse tras los 50 años no tiene que representar un fracaso o algo triste, sino, “una oportunidad para reconstruir una vida más alineada con las necesidades y deseos individuales, y también permitir a la otra parte encontrar su propia plenitud”.
Casos y casos
“A la hora de divorciarse, lo ideal y más beneficioso es tomar la decisión que aporte más bienestar a la familia y a sus miembros. En ocasiones y dependiendo de la dinámica familiar será más beneficiosa la separación”, comparte Marc Muñoz, psicólogo general sanitario, recalcando que conviene tener presentes las circunstancias que la rodean.
El ejemplo claro es la situación de una mujer maltratada psicológicamente por el marido, ese maltrato -según el experto- puede haber afectado a los hijos, sobre todo en la infancia, llegando a relacionarse a partir del patrón que estaban viendo.
“En ese caso, seguramente lo más positivo para la mujer y los hijos (que no por ello ausente de conflictos) sea la separación. Aunque habrá que valorar si esa opción es óptima teniendo en cuenta las condiciones económicas de los miembros que forman a la pareja, el apoyo familiar que tenga cada cual, y hasta qué punto la separación es acordada o conflictiva”, indica.
Para este profesional, el crecimiento durante los últimos años de los divorcios que ver con la falta de comunicación o de empatía de los miembros, junto con:
- Discusiones y desacuerdos por el deseo de una relación igualitaria donde se asuman las responsabilidades del hogar y de la crianza de los hijos.
- Es importante tener cierto conocimiento y educación emocional, y, al mismo tiempo, las condiciones que faciliten la comunicación padres-hijos. Si uno de los padres combina dos trabajos o tiene una jornada laboral que le impide conciliar su vida familiar, es casi imposible disponer de tiempo para poder compartir sentimientos y necesidades.
- La tecnología: Nos ayuda a conectar con las personas que están lejos, pero nos distancia de quienes tenemos cerca y, en este sentido, los hijos pueden estar excesivamente pendientes de las redes sociales que aportan satisfacción inmediata pero poco duradera. Además, el cambio de la situación familiar y los cambios que deriven de ello puede suponer un duelo.
“Es preciso que los hijos mayores estén en contacto con sus propias emociones para, luego, mostrar empatía hacia sus padres dependiendo de la relación existente. No es fácil, aunque fomentar cierto clima familiar a pesar del divorcio puede facilitar esa vivencia”, revela.