Palacio de la Moncloa. Viernes, 13 de marzo. El presidente del Gobierno se dirige a la nación después de haber sido recibido en audiencia por el jefe del Estado. Es una declaración solemne. Traje oscuro, corbata roja, camisa azul clara. Dura algo más de seis minutos. Sánchez tutea a los ciudadanos. Está tenso aunque intenta demostrar cercanía y control. Se equivoca varias veces, su entonación indica que está pensando en la que se le viene encima: declaración de estado de alarma, confinamiento de la población, decenas de miles de muertos. Demasiado para un presidente que sigue siendo un novato.
Real Casa de Correos de la Puerta del Sol. Viernes 18 de septiembre. La presidenta de la Comunidad de Madrid ofrece una rueda de prensa para anunciar medidas restrictivas para los ciudadanos. La acompañaban el vicepresidente Aguado y el consejero de Sanidad. Todos con gesto serio. Todo el mundo sabe que van a anunciar las primeras medidas restrictivas dictadas por su Gobierno desde que se levantó el estado de alarma. Ayuso lleva chaqueta negra y blusa marrón. Está tensa. Se equivoca varias veces, sobre todo porque no está leyendo al pie de la letra. Su discurso resulta desestructurado. Las medidas se pierden en un mar de datos, apuntes epidemiológicos y otras consideraciones. Ayuso sale tocada de esa comparecencia.
Medio año ha transcurrido entre una y otra. Al terminar la de Ayuso ayer, recibí un mensaje de un amigo: “¡cómo ha cambiado el cuento!”. Respondí con un lacónico “sí”. En las artes marciales te enseñan a aprovechar la fuerza con la que tu adversario te ataca para derribarle y vencerle. Parece que la fuerza con la que Ayuso ha cargado contra el Gobierno de Sánchez ha actuado al final a favor de su contrincante.
Ayuso fue la abanderada de la desescalada rápida. ¿Dónde están esos expertos que no me dejan ya abrir los comercios y restaurantes? ¡Hay que reactivar la economía o moriremos de hambre! De hecho, en cuanto el Gobierno cedió el testigo a las comunidades autónomas, Madrid se saltó las fases previstas para entrar de lleno en la “nueva normalidad”.
Ese fue el momento en el que Moncloa decidió entregar todo: el problema y las soluciones. El Gobierno central asumió durante tres meses todas las medidas y el desgaste, pero a partir de ese momento serían los presidentes autonómicos los que se tendrían que retratar ante sus ciudadanos. Y vaya si se han ido retratando: empezaron en Aragón, siguieron en Cataluña y uno tras otro han tenido que ir confinando barrios o pueblos y tomando decisiones drásticas mientras Sánchez lo veía desde su atalaya oteando los presupuestos.
En España, los presidentes autonómicos no están demasiado habituados al desgaste. Somos uno de los países más descentralizados del mundo, pero las culpas siguen recalando sobre el que habita La Moncloa. La experiencia de los tres meses de estado de alarma y la posibilidad de los rebrotes empujó a los estrategas del Gobierno a tomar esa decisión: paso al lado. “No querían tomar las riendas, pues ahí las tienen”, apuntaban desde Moncloa.
En estas semanas, los ciudadanos han comprobado si de verdad funcionaban o no los rastreos, los teléfonos covid, la atención en el centro de salud... Han visto si había suficientes médicos y enfermeras disponibles y si se hacían pruebas diagnósticas con sentido y celeridad. Nada de esto ha sucedido en Madrid. Los servicios de atención primaria no han dado abasto, se han perdido los rastreos y el malestar social ha ido aumentando. Y las medidas de ayer lo acrecientan.
Ayuso pasó de encabezar el ataque contra Sánchez a denunciar una campaña del Gobierno en su contra. Pero los datos son tozudos y las advertencias sanitarias de Fernando Simón cobran ahora más sentido. Ayuso se ve obligada a reconocerlo y asumir que tiene que confinar a parte de los madrileños.
Además, la presidenta intentó salvar los muebles haciendo hincapié en lo que no decidió: “Hay que evitar el estado de alarma que es el desastre económico.” A pesar de reconocer que los contagios arrojan “cifras gravísimas”, Ayuso sigue teniendo en mente el varapalo que supone tener que cerrar actividades empresariales, algo que además caería muy mal en su electorado. Su esperanza es lograr que la escalada de contagios remita sin tener que añadir nuevas restricciones. Veremos si las cosas quedan así.
No ha sido solo Madrid. La escena se ha repetido en otras autonomías que están viendo cómo los ciudadanos les aprietan como nunca. Sánchez recuerda, cada vez que tiene ocasión, que son ellos los que tienen todas las competencias y que además les dio dinero fresco para paliar los efectos de la pandemia. El lunes acudirá a ver a Ayuso a la sede de su Gobierno. La visita tiene tufo de magnanimidad por parte del presidente. Más le vale no mostrarse demasiado altivo a la hora de pactar medidas efectivas con quien ha sido su látigo en el peor momento. El problema es común a los dos y la venganza apenas aporta momentos efímeros de satisfacción y puede volverse en contra.