“Vivimos tiempos revueltos. Pronto sólo quedaran cinco reyes: los cuatro de la baraja y el de Inglaterra”. La célebre cita, pronunciada a mediados del siglo XX por el depuesto rey Faruk, aún no se ha cumplido, aunque algunas casas reales europeas parezcan empeñadas en que la profecía del último rey de Egipto se convierta en una realidad.
Esta semana la Casa Real británica ha seguido suministrando material de inspiración para nuevas temporadas de The Crown, ahora con un tono más cercano al reality show que a la pompa y circunstancia.
Las acusaciones de racismo y acoso lanzadas en televisión por el príncipe Enrique y su esposa Meghan Markle contra la Casa Real han caído como una bomba en el Reino Unido. Los laboristas ya han pedido explicaciones en el Parlamento.
La Casa Real española atraviesa su peor momento. Que el rey emérito Juan Carlos I haya amasado una fortuna opaca al fisco supone el mayor golpe contra la Corona desde su restauración hace 40 años.
La ejemplaridad es consustancial a una institución que es un “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado. Pero a diferencia de la bandera, el Museo del Prado o un “jarrón chino”, el símbolo está encarnado de manera hereditaria en una familia con todas sus virtudes, defectos y desavenencias.
A menudo se recuerda que los reyes no pueden tener vida privada, no se es rey o reina con horario funcionarial y turno de mañana, sus actividades privadas comprometen su imagen pública. Al privilegio de nacimiento le acompaña un sacrificio: no pueden elegir su destino, sus vidas no son normales.
En uno de los capítulos de la tercera temporada de The Crown, el primer ministro británico de los años 60, el laborista Harold Wilson, conversa con la reina Isabel II a propósito de un documental fallido de la BBC. Por primera vez, Buckingham Palace abría sus puertas de par en par.
“Queríamos mostrar que somos gente normal”, le dice la reina. “No, señora, ustedes no son normales”, replica Wilson. “La gente quiere que encarnen un ideal”. Es entonces cuando los guionistas ponen en boca de Isabel II la siguiente reflexión:
“Ningún ser humano es ideal. Sólo Dios. Por eso me gusta que la Familia Real no se vea expuesta ni se piense en ella. Pero la cuestión es que no se nos puede esconder. Debemos estar todo el tiempo a la vista de todos. ¿Cuál es la respuesta a este dilema? Lo mejor que tenemos hasta ahora es el ritual y el misterio. Nos mantiene ocultos pese a estar a la vista de todos”.
Si en los 60 era difícil, mantener el ritual y misterio -ocultarse y, sin embargo, ser vistos- es imposible en los tiempos enloquecidos de la viralidad digital. Y menos aún cuando los reyes se salen de su efigie institucional.
No se puede ocultar que los reyes de Holanda se han comprado una casa de 4.5 millones en Grecia, que la princesa consorte del heredero sueco fue una stripper en algún momento, que las familias reales tienen tantas trifulcas como las normales o que el rey de España tiene una amante alemana y cuentas en Suiza.
¿Derrumbarán todos estos escándalos las monarquías europeas? Que nadie precipite pronósticos como el último rey de Egipto. La institución tiene una “mala salud de hierro”.
En Europa se mantiene vigente el mismo número de monarquías que en tiempos de Faruk. Cayó la griega, pero se restauró la española. Y ahí siguen las de Reino Unido, Bélgica, Dinamarca, Holanda, Suecia y Noruega. Las jefaturas de estado de algunos de los países más prósperos del continente son monarquías.
Los escándalos no son terreno desconocido para la casa real británica. Desde la abdicación por amor del rey Eduardo VIII en 1936 hasta la muerte de Lady Di en 1997 pasando por los devaneos de la princesa Margarita, los Windsor han sido una mina para la prensa tabloide y el papel couché. Y han demostrado que son capaces de sobrevivir a todos los annus horribilis que les echen encima.
En un sondeo mundial de la firma Ipsos, sólo un 15% se mostraba favorable a abolir la monarquía en el Reino Unido. En Bélgica, un 17% y en Suecia, un 23%. La peor parada era España, con un 37% y un 52% a favor de un referéndum sobre la monarquía.
Son datos de 2018, con lo que se sabía y no se sabía en 2018 sobre el rey emérito. A estas alturas no es aventurado sostener que la España en crisis crónica castiga menos la infidelidad conyugal que el latrocinio.
Los problemas de Felipe VI con su familia son mucho más dañinos que los de Isabel II con la suya. En los últimos dos siglos, los Borbones han sido depuestos tres veces por comportamientos poco ejemplares. Pero la dinastía también ha mostrado una resiliencia -esa palabra tan de moda- que les ha llevado a verse restaurados cuatro veces en el trono. Nadie en Europa puede decir lo mismo
El CIS no pregunta por la monarquía, pero sí refleja que la institución sólo supone un problema para el 3% de los encuestados. La indiferencia y el temor a una alternativa peor son ahora el mejor escudo frente a los escándalos.