Los grandes almacenes, que no saben que inventar para vender, idearon hace un tiempo la llamada Semana Fantástica. Siete días de fiesta porque sí para animar el consumo. Para Pedro Sánchez la que acaba de pasar ha sido una semana de esas: a todo lo que ha puesto en el mercado le ha dado una salida más o menos cómoda.
Ha quitado las mascarillas, ha bajado el precio de la luz, ha devuelto el público a los estadios (la próxima temporada)… y así, medio embutido entre una cosa y otra, probablemente de forma estratégica, ha despachado el género más difícil de colocar: los indultos a los presos del procés.
Lo dicho, y por exprimir el símil, ¡fantástico para los intereses del presidente! Sánchez ha logrado cerrar la gran operación de los indultos con cierta aparente comodidad, sin más contratiempo, a corto plazo, que las previsibles críticas y el tener que apechugar con la exaltación independentista a las puertas de las cárceles. Con el premio añadido, además, de haber endosado a sus rivales la complicación derivada de una decisión tan trascendente.
Porque Pablo Casado, que con cierta razón se podía frotar las manos al ver que Sánchez iba, según él, poco menos que a cavar su propia tumba – “la legislatura se habrá acabado si hay indultos”- se ha encontrado con que los pies que se hundían eran los suyos. Efecto boomerang.
Al líder del PP no le ha funcionado la sucesión de órdagos en que ha convertido su rechazo a la salida de la cárcel de los independentistas. Ni ha amedrentado al Gobierno, ni le han secundado los que cuenta como suyos.
La derecha política –PP, Vox, Ciudadanos- sigue en la contestación feroz. Pero los que de siempre se consideran sectores de la derecha sociológica – el empresariado, la Iglesia- ha decidido no jugar tan fuerte. Y conceder al Gobierno o, por ser más precisos, a la posibilidad de que los indultos sirvan finalmente para algo, cuando menos el beneficio de la duda.
Poner el listón demasiado elevado tiene sus riesgos. Y Casado, en su afán por tirar del pelotón de los resistentes, ha acabado por dejar descolgados a sus gregarios. El último caso han sido los obispos. La Conferencia Episcopal, este jueves, por medio de su portavoz Luis Argüello, se pronunció así: "Nosotros estamos, como los obispos catalanes, por el diálogo, por la aplicación de la ley, por que se respete la justicia -lo que supone el respeto a la división de poderes-, porque no haya actitudes inamovibles. Y estamos por que se genere un clima de amistad civil y de fraternidad".
La declaración, pretendidamente ambigua, vale para un roto y un descosido. Se puede poner el acento en lo de “la ley” y “la división de poderes” y entender una cosa. O se puede uno fijar en lo del “clima de amistad y fraternidad” e interpretar otra. Lo del “inmovilismo” vale para los anclados en la independencia y para los fijos en el 'no a los indultos'; lo de “estamos por el diálogo” no puede ser más genérico.
Repasando con detalle a Argüello no se puede afirmar rotundamente que haya hablado en favor de la medida de gracia. Lo que sí parece evidente es que no lo ha hecho con la contundencia esperada por el PP. Así lo sugieren las propias declaraciones de Casado, de cuando arremetió contra los supuestos “cómplices” de los indultos, refiriéndose a quienes “desde la sociedad civil están intentando decir que va hacia el reencuentro, la concordia y la convivencia". Lo dijo, y no precisamente haciendo amigos, después de escuchar a los obispos catalanes, a los miembros del Círculo de Economía, y al presidente de la patronal.
Antonio Garamendi es el otro gran protagonista en ese pelotón de los que han perdido la rueda de Casado en su carrera contra los indultos. En su caso, les dio la bienvenida si contribuyen a la estabilidad y la normalización, con el añadido de que los considera una “facultad del Gobierno”, amparada por el Estado de Derecho.
Si ya de por sí las condicionales las carga el diablo, lo de admitir la legalidad de la medida debió ser el exceso definitivo a ojos del PP, que basa parte de su rechazo en ponerla en cuestión. ¡Guerra!. Garamendi reconoció entre lágrimas haberlo pasado “mal, muy mal”, por el vendaval desatado por sus palabras. La derecha se las hizo pagar caras al presidente de una entidad que, de siempre, ha considerado dentro de su órbita.
En el terreno de las deserciones hay que añadir, además, la de Europa, tan tibia como los empresarios y los obispos en su reacción a las alarmas del líder popular. Casado viajó a Bruselas para advertir que si se da “carta blanca al independentismo” la Unión “tendrá un problema”. Ni por esas. El establishment se ha pronunciado en favor de los indultos, los ve como un “asunto interno” que tiene que resolverse dentro de la Constitución.
Casado ha llamado a rebato y ha encontrado poco eco. Entre los supuestamente fieles. Lo que aún duele más. La semana, fantástica para Sánchez, ha acabado por ser para él una semana horríbilis, Desde el día de Colón, una historia de deserciones y desaciertos. Solo así se puede entender el efecto perverso que ha tenido para el PP la idea de sugerir que el rey podría ser “cómplice” de los indultos por el mero hecho de firmarlos.
Aquellas declaraciones de Isabel Díaz Ayuso han sido la espita, una vez estampada la firma en el decreto del Jefe del Estado, para el estallido en redes sociales de la tendencia Felpudo VI Antimonárquicos de izquierda y derecha regodeándose con un hastag burlón sobre la figura del rey. Fue una especie de gol en propia puerta, un ejemplo de un PP enredado en su propia estrategia.
En el desbarajuste de los últimos días, Casado ha optado por pedir silencio a todo el mundo: "Con todo mis respetos, somos los diputados y senadores los que representamos la soberanía nacional", ha dicho después de ver que ni los empresarios ni los obispos decían lo que le hubiera gustado oír. A todo esto, ha habido dos votaciones en el Congreso sobre los indultos, las dos forzadas por el PP. Las dos las ha perdido.
Otra destacada figura del PP, José María Aznar, ha optado por zanjarlo de forma más contundente: “Tomo nota”.