A estas alturas, el papa Francisco es un elemento político más. Durante la moción de censura, estuvo muy presente en el discurso de Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno incluso leyó pasajes de la última encíclica papal ‘Fratelli tutti’ y le reprochó a Santiago Abascal que “invoque los valores cristianos y a la Iglesia católica, al mismo tiempo que desprecia la figura y el mandato de su máximo representante, que es el papa Francisco”. Sánchez se ha convertido en tiempo récord en un ferviente seguidor del pontífice, a quien visita este sábado en el Vaticano.
Una foto con el papa suele representar un aldabonazo a la imagen internacional de cualquier mandatario, la bendición de uno de los pocos líderes mundiales por encima de los partidos. Y tras el griterío interno, coronado por la moción de censura de Vox, Sánchez parece dispuesto a reforzar este perfil. Fuentes eclesiásticas señalan que ha habido un gran interés por parte de Moncloa para que se produzca este encuentro, organizado además en un tiempo inusualmente rápido. Será la primera vez que un presidente español se vea con el papa desde la visita de Mariano Rajoy al Vaticano en 2013.
Pasado el fervor del inicio del pontificado, la izquierda española ha recuperado a Francisco como icono y referente ideológico. Un acercamiento refrendado tras la publicación de ‘Fratelli tutti’, un texto en el que Bergoglio aboga por el entendimiento, denuncia los populismos y sostiene que el “neoliberalismo no era la solución”. Sánchez, su vicepresidenta Carmen Calvo y varios miembros de Podemos han defendido en público el documento, quedándose con su parte política. Desde el sector conservador no se han escuchado reacciones.
Las ideologías provocan a veces extraños fenómenos: la izquierda con la Iglesia y la derecha al margen. Hace unos meses, Abascal ya marcó distancias con el papa, al asegurar que no estaba de acuerdo con el “ciudadano Bergoglio”, que se ha mostrado favorable a iniciativas similares a la renta básica universal aprobada por el Ejecutivo. En realidad, lo del líder de Vox no es nada nuevo, pues el ataque político a Francisco lo comanda desde hace años Steve Bannon, el ex asesor de Donald Trump, a quien Abascal sigue con pleitesía.
Pedro Sánchez, mientras tanto, considera a Francisco “una figura inspiradora”. Y con esta visita al Vaticano estaría buscando que medidas como la renta básica, una de las banderas de su Gobierno, queden bendecidas por el papa.
Esa será la parte será fácil, presentar los temas en los que hay sintonía. Pero entre las reformas pendientes del Ejecutivo hay muchos temas que no gustan tanto en el Vaticano. Por ejemplo, la nueva legislación sobre eutanasia, los cambios en la ley del aborto o la reforma educativa, que ya han puesto en contra a la Iglesia. La ley de la memoria histórica parece un tema pasado, mientras que la eterna cuestión del pago del IBI por parte del clero podría quedar en el cajón.
Sánchez querrá pasar lo más rápido posible por todos estos asuntos y eclipsarlos con un nuevo gesto de cordialidad: la invitación formal para que el papa venga a España. La Iglesia española lleva años insistiendo en ello y cree que en 2022 puede tener la oportunidad, coincidiendo con el 500 aniversario de la conversión en Manresa de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas -orden a la que pertenece Bergoglio-; y la ampliación del Año Santo Xacobeo en Santiago de Compostela. El presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Juan José Omella, y su lugarteniente, Carlos Osoro, ya le trasladaron este deseo al papa tras una audiencia con él hace escasamente un mes.
Precisamente Omella y Osoro son unos de los mayores responsables del buen entendimiento actual entre el Gobierno español y la Santa Sede. La relación quedó marcada desde el principio por la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos, para la que España pidió colaboración al Vaticano. La vicepresidenta Calvo fue la encargada de liderar esas conversaciones y tras anunciar que el papa estaba de parte del Ejecutivo, la Santa Sede tuvo que corregir sus palabras. Hasta en dos ocasiones el Vaticano rectificó al Gobierno español, en un gesto muy poco común. Tampoco gustó en Roma que Calvo utilizara la exigencia del pago del IBI como un elemento en la negociación a propósito de Franco.
A la diplomacia vaticana no le gustan los forcejeos, pero tiene suficiente cintura como para no cerrar puertas por ello. El nuncio saliente -embajador vaticano- en España se despidió con unas polémicas declaraciones sobre Franco antes de marcharse, pero dejó su puesto a Bernardito Auza, un diplomático de la total confianza de Francisco. También llegó María del Carmen de la Peña como nueva embajadora ante la Sede Sede. Pero, sobre todo, en marzo de este año se celebraron elecciones en la CEE, de las que salió vencedor el tándem Omella-Osoro.
El papa comenzó su pontificado con el conservador Rouco Varela al frente de la CEE y tras años de renovación ha conseguido que la Iglesia española esté en una línea mucho más cercana a la que proyecta su pontificado. Omella y Osoro se caracterizan por un carácter abierto y tolerante, Auza habla con la misma voz que Bergoglio y en las últimas semanas los nombramientos de obispos en Barcelona, Zaragoza y Burgos ratifican esa senda. Una Iglesia a imagen y semejanza de Francisco no debería actuar como oposición a un Gobierno socialista, como ha ocurrido en el pasado. Sánchez lo agradece y aprovecha la coyuntura para estrechar relaciones en el Vaticano.