Nadie quiere ser el culpable de otras elecciones: Sánchez busca un acuerdo 'in extremis'
Iglesias, moribundo tras las elecciones tomó aire tras decidir no entrar en el Gobierno
El PSOE no se fía de sus socios y el resto no se fía de Sánchez
Nadie quiere elecciones: la izquierda puede frustrarse y quedarse en casa
El 28 abril había felicidad en el balcón de la sede del PSOE. Sánchez ganaba las elecciones y los números le convertían en la única posibilidad para entrar en la Moncloa. Los estrategas del presidente pensaron en ese momento que había que esperar al 26 de mayo. Y desde esa fecha han pasado 58 días para nada. Las elecciones municipales, autonómicas y europeas confirmaron, con matices, una España en rojo. Desde entonces Sánchez ha sido más Rajoy que Pedro. Ha esperado que Podemos, herido en ambas elecciones, cediera a cambio de nada; que la presión sobre Ciudadanos y PP le entregara el Gobierno como fruta madura. Pero no ha sido así.
Sánchez nunca ha querido a Iglesias en el Gobierno, tampoco a miembros de Podemos. El PSOE, menos. Pero el 'no es no' de Rivera y Casado ha sido tan cerril como el del propio Sánchez en su día. Nadie se fía de lo que hará Sánchez con sus votos (salvo unos independentistas que temen más que a nada el trío de Colón) y Sánchez tampoco se fía de sus socios a la izquierda. Lo dejó claro ante Piqueras con el tema catalán de fondo. Sánchez ha sido víctima de sus circunstancias. Giró el partido a la izquierda para aniquiliar a Podemos, pero sabe que el PSOE y sus votantes no son de extrema izquierda. Y que Bruselas no quiere aventuras. Sánchez ha vendido moderación a Europa y ahora tiene que cumplir. Por eso veta hasta ahora ministerios de peso económico a Podemos.
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Y por eso vetó a Iglesias: dos gallos en el mismo corral son muchos. Un órdago que salió mal. Pablo supo que era su oportunidad para salvar lo que a los dos les aterra: ser considerados culpables de unas nuevas elecciones y que el electorado progresista se quede en casa o vote a la contra. Así que Iglesias aceptó el órdago pero tomó la delantera: Ya no estará en el Consejo de Ministros, pero estarán otros. Y Pedro llegó a la investidura en desventaja.
Por eso el debate entre Iglesias y Sánchez fue a cara de perro. La escenografía ante el electorado de izquierdas de 'la culpa es tuya' dibujó una negociación llena de reproches en el Congreso con el resto de partidos de espectadores. Y en ella llegaron los nervios. Los de Sánchez al decir a Podemos que votar con Vox, Ciudadanos y Podemos un gobierno alternativo en un tono desesperado, y el de Iglesias desgranando desaires y dejando claro que no se iba a dejar humillar ni ser un partido florero. Y sentenciando: "sin nuestros votos no será usted presidente nunca". Dicho y hecho. Órdago lanzado. Y una mañana de negociaciones, imploraciones y miedos hasta que Iglesias, en otro gesto televisado, el segundo, se abstenía diciendo eso de no soy yo, eres tú. Sánchez de nuevo se veía obligado a mover ficha para no ser acusado de una nueva llamada electoral. La primera votación de la investidura ha sido todo un aviso a navegantes. Sánchez solo tenía el voto de Revilla. Hasta Montero, la pìeza para cambiarlo todo, votaba que no vía telemática antes del cambio de postura de su partido.
Y llegaron las prisas, la necesidad de un acuerdo in extremis o aparentar al menos que se intenta. Sánchez, que pidió la abstención a todo el hemiciclo salvo a Vox, confesaba que su prioridad era Podemos. Calvo salía a la palestra para dar luz verde a Irene Montero como vicepresidenta y el líder de los socialistas se reunía tres horas y media con su vicepresidenta, con la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, y con el secretario de Organización del PSOE y titular de Fomento, José Luis Ábalos. Y con Iván Redondo, su estratega jefe. Su núcleo duro. Tocaba moverse.
Sánchez se fue del Palacio de la Carrera de San Jerónimo sin hacer declaraciones, pero Calvo informaba a los medios de sus contactos con el secretario de Acción de Gobierno de Podemos, Pablo Echenique. El PSOE necesitaba un gesto. Fuentes del PSOE apuntan que tras el fracaso del primer intento para ser investido presidente, ahora es a ellos a quienes les correspondía 'mover ficha' para tratar de desbloquear la investidura antes del jueves, cuando está programada la segunda vuelta.
La intención del PSOE es seguir negociando para intentar alcanzar un acuerdo antes de la segunda votación. Los de Sánchez consideran que hasta ahora en las negociaciones todo ha sido "muy emocional" y debe empezar a primar la "racionalidad" para lograr un acuerdo antes de que el jueves a partir de las 14:25 horas el Pleno del Congreso vote por segunda vez la investidura de Sánchez. En esa segunda votación, el candidato debe obtener más síes que noes para ser investido. Así que ahora hay que llegar a un acuerdo in extremis. La batalla de la opinión pública parece que a día de hoy la ha ganado Pablo. Y eso es vital de cara a las elecciones donde, pese a las encuestas, el pavor a que la izquierda se quede en casa presa de la frustración crece. Se han perdido muchos días en el camino. Sánchez ya sabe en sus carnes lo que sufrió Rajoy. Ahora su objetivo es no acabar como él perdiendo la Moncloa. No confía en sus futuros socios, pero ya sabe que no tiene más.
Podemos insiste: carteras sociales en un gobierno de coalición
Desde Unidas Podemos, el responsable del Comité Negociador de Pactos, Pablo Echenique, ha reiterado la petición de su formación de ocupar carteras sociales en un hipotético gobierno de coalición.
Ha hablado con la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo, y le ha trasladado su disposición a retomar las negociaciones, por lo que se espera una jornada frenética desde este miércoles hasta el jueves en que tenga lugar la segunda y decisiva votación en la que los socialistas esperan ver a Pedro Sánchez de nuevo de presidente.
No obstante, no se antoja fácil el acuerdo. Unidas Podemos espera que la propuesta vaya en la dirección ya planteada con anterioridad, esto es: que el partido ocupe carteras de Gobierno en las que pueda desarrollar políticas sociales. El PSOE tiene claro que le toca mover ficha, y también que, pese a resultarle incómodo, necesita ganarse el favor de la formación morada.