Pedro Sánchez un día sí, otro también. La exhibición pública del presidente del Gobierno recupera el pulso prepandemia. Sus apariciones se suceden al ritmo de la vacunación (esto debe ser de su agrado) y en dirección opuesta a la tendencia de su partido en las encuestas (esto no debe gustarle tanto). Unas van para arriba. Otras van para abajo.
La coincidencia de ambos fenómenos se descubre con la mera observación de la actualidad de las últimas semanas. Otra cosa es que sea o no casual.
En la agenda, la evolución ha sido esta. Atravesó la campaña de Madrid con lo que se suele llamar perfil bajo. Esto es, menos presencia de la que se presuponía. Al PSOE le fue mal. Tardó casi una semana en reaparecer. Evitó a los medios en Oporto. Su primera impresión la dio en Atenas: “Rotundamente malos”, dijo de los resultados.
Habían pasado ocho días de silencio. Desde entonces, la actividad ha sido un permanente crescendo: Sánchez en la reforma de la Constitución, Sánchez homenajea a los últimos de Afganistán, Sánchez visita un laboratorio, asiste a un congreso de UGT, habla del Plan de Recuperación, presenta España 2050, visita FITUR, recibe a los alcaldes, apadrina un proyecto de hidrógeno verde…
Todo ello, más la reactivación de la agenda internacional, las citas obligadas (los consejos, las sesiones de control o las comisiones de seguimiento del coronavirus) y los imprevistos: el desplazamiento a Ceuta y Melilla por la crisis con Marruecos.
No es actividad, es casi frenesí lo que se observa en el día a día del presidente. Especialmente en la última semana y media, plagada de actos amables, sábado incluido, en los que apenas cabe otra opción que lucirse. Las vacunas, el dinero europeo, la España del futuro, los grandes proyectos de inversión… Esas cosas.
Y son estos eventos los que han venido a coincidir con la sucesión de encuestas en las que, tras el batacazo electoral del 4M, los socialistas han visto menguar sus expectativas. Empezó el CIS, anunciando que la distancia del PSOE sobre el PP se recortaba a tan solo 4’5 puntos. Luego los sondeos privados han confirmado esa misma tendencia. Uno de Público, por ejemplo, daba 115 escaños al PP y 110 al PSOE, y anunciaba opciones de la derecha para formar gobierno. Otro posterior de ABC, confirmaba ese vuelco y da cierta holgura a una mayoría absoluta de PP y Vox.
¿Está el presidente haciendo desde ya campaña contra esos sondeos? En Moncloa aseguran que no. “Son agendas que se hacen independientemente de encuestas. Basta pensar que los temas que se presentan no se improvisan, ni se preparan en un mes”, argumentan fuentes del Gobierno que dicen entender que se busque un cierto paralelismo. Si fuera de otra manera no es probable que hubieran dicho otra cosa.
La versión oficial, en todo caso, desvincula un hecho de otro. “Se está retomando un ritmo de trabajo que ya teníamos antes del covid. Estamos volviendo a hacer una agenda que ha estado muy condicionada en los últimos meses, el último año, inevitablemente, por esta circunstancia”, añaden las mismas fuentes.
Voluntariamente, o no, la cuestión es que en la trayectoria Guadiana que mantiene Sánchez en su relación con los medios es un hecho que la reaparición le beneficia ahora que el viento sopla en contra. Una agenda bien asfaltada es su mejor herramienta para contrarrestarlo. Aún asumiendo el coste que puede tener el echarse el equipo a la espalda.
Porque la estrategia tiene sus riesgos, aparte de no ser nueva.
Convertirse en el comunicador en jefe de su Gobierno fue lo que hizo también Rodíguez Zapatero en los meses finales de mandato. La presión que supuso el estallido de la crisis hizo desafinar el coro de ministros y decidió actuar de solista. En la exposición y en las grandes decisiones. "Vive en un mundo presidencialista en el que trata como secretarios a sus ministros", dijo de él Carlos Solchaga, que había sido ministro con Felipe González. "El error de Zapatero es concentrar la actuación política en su persona, minusvalorando de manera implícita el papel del Gobierno y de la Administración", argumentaba en una entrevista en Vanity Fair, en la que apuntaba que la táctica de González no había sido esa.
Sobre los riesgos, el todo en uno denota una cierta falta de confianza en la capacidad de convicción política de tus ministros, les rebaja el perfil. El equipo queda como comparsa cuando todas las miradas, para bien pero también para mal, se dirigen al presidente.
Todo indica que Sánchez asume esas posibles contraindicaciones y se ha dispuesto ocupar el centro de la escena, objetivo en el que le ayuda además el relevo que se ha dado en el liderazgo de sus socios de gobierno de Unidas Podemos. Con Yolanda Díaz –o sin Pablo Iglesias- como principal interlocutora en el gabinete, hay un cambio en las relaciones internas que se ha hecho también evidente estos días.
La crisis de Marruecos ha sido la prueba del algodón. Pese a ser un asunto sensible para Unidas Podemos, han optado por mantener “perfil bajo” de acuerdo a la tesis transmitida por el entorno de la propia vicepresidenta: “pelear” por aquello que considere, pero “sin ruido”, para no dar “chance” a la derecha y debilitar el Ejecutivo.
Iván Redondo, el plenipotenciario asesor del presidente, ideólogo por tanto de su agenda, acostumbra también a distinguir con insistencia el “ruido” de la “señal”. Y en eso está Moncloa. Minimizar el ruido: las encuestas desfavorables, la tensión en Ceuta, la discrepancia interna… Y –sacar a Sánchez todos los días- maximizar “la señal”.