Miquel Iceta llega a pueblo de Cataluña. Allí lo reciben los miembros de la corporación del PSC que gobiernan en coalición con JxCat. Después de charlar un rato le dicen: “¿Te podemos llevar a la plaza del lazo?”. “Claro”, contesta Iceta con esa sonrisa y buena disposición que siempre porta. Confiesa que no entendía muy bien el entusiasmo de sus compañeros por enseñarles algo que santificaba la protesta por la prisión de los políticos presos por el proces, pero allí se presentó para contemplar perplejo un enorme lazo que presidía la plaza. Sus acompañantes les susurraron: “Estábamos hartos de que hubiera lazos por toda la ciudad y hemos pactado que solo hubiera este”. Iceta entendió el mensaje rápidamente: La clave no es evitar que lo hagan sino controlar lo que hacen.
Que el Gobierno va a indultar a los presos condenados por el proces ya no lo duda nadie. Que serán indultos individuales y parciales que servirán para que salgan de la cárcel, tampoco. Es la letra que ya ha vencido y que se libró cuando ERC apoyó la moción de censura contra Rajoy, la investidura del Gobierno de coalición y la aprobación de los presupuestos generales del Estado. En realidad, los indultos se tendrían que haber otorgado hace meses, pero la pandemia y las elecciones catalanas los han retrasado.
Es la manera que tiene el Gobierno de decir que son diferentes al anterior ejecutivo de Rajoy. Sánchez se atreve con cosas que le pueden dañar electoralmente y se arriesga incluso contra la opinión de lo suyos. A cambio espera que le reconozcan el valor de hacerlo, no mucho más.
En la Moncloa saben que los independentistas van a seguir exigiendo la independencia, pero creen que ya son conscientes de que el camino que eligieron ha sido un fracaso absoluto. Ahí es donde aparecen los indultos, la mesa y el diálogo. Son las tres herramientas con las que van a intentar fabricar un nuevo escenario.
¿Qué saldrá de ese diálogo? Las posturas están tan separadas que parece imposible el punto de encuentro, pero en las partidas de ajedrez, los jugadores saben que el otro los quiere matar y sus movimientos siempre van encaminados a ello. El Gobierno cree que juega con blancas y va a llevar la iniciativa. Tienen claro el marco y saben que el frente independentista no es monolítico. El mero planteamiento de la mesa provoca multitud de diferencias entre ellos: desde los que no quieren ir, hasta lo que irán seguro pasando por los que ponen condiciones. En el otro lado de la mesa hay menos dudas: estará solo el Gobierno (PSOE y UP) y el marco es la legalidad vigente.
Estos temas suelen ser aburridos para el gran público así que es posible que con el tiempo quede solo la impresión del brochazo: el Gobierno se bajó los pantalones ante los que quisieron acabar con España o el Gobierno intenta que Cataluña y España convivan en paz. Hay dos años para que cale uno u otro mensaje. Dos años en la política actual es una barbaridad de tiempo. Tantos como para que el lazo amarillo quede como una reliquia del pasado lleno de polvo en la plaza de un pueblo. Veremos.