“Aunque no tengo el gusto de conocerle, por su grandiosa reconquista de España”. Así de claro lo tuvo José María de Palacio y Abárzuza, tercer conde de las Almenas, cuando en 1937 decidió legar a un Francisco Franco recién nombrado Generalísimo las cien hectáreas, palacete incluido, del llamado Canto del Pico. Un privilegiado paraje de Torrelodones (Madrid), que vino a ser la primera piedra del abultado patrimonio inmobiliario amasado por el dictador, y traspasado luego a manos de sus herederos.
Una donación ‘porque sí’, una subasta sospechosa, una cuestación irregular, un pelotazo urbanístico... un poco de todo esto hay en la trastienda de la fortuna de los Franco, regresada a la actualidad ahora que, después de 82 años y gracias a un pronunciamiento judicial, el Pazo de Meirás ha dejado de ser de ellos, para pasar a ser de todos.
”Son propiedades conseguidas durante un periodo de poder absoluto. Con todos los altos cargos elegidos a dedo. Hay que ponerse en la idea de cómo funcionaba el sistema. El tráfico de influencias ni siquiera era delito”, explica Mariano Sánchez Soler, autor de “Los Franco S.A.” (Roca Editorial), una incómoda radiografía, un minucioso rastreo del dinero de la saga.
Soler es de los que defienden la idea de que Meirás no hay solo uno. Que hay más réplicas que sacan a relucir el particular modus operandi inmobiliario de la familia. Lo que vendrían a ser, los otros pazos.
No hay muchos lugares en los que haya muerto repentinamente un político de la talla de Antonio Maura, que cayó fulminado por un derrame en su escalinata. O desde donde se haya dirigido una guerra, como hicieron Indalecio Prieto y el general Miaja durante algunos días de la Guerra Civil. Ambas cosas ocurrieron en el Canto del Pico, una construcción bizarra levantada en un alto de la sierra madrileña. Así que el lugar ya era famoso antes de que el Conde de las Almenas se lo donara a Francisco Franco, saltándose a sus propios herederos.
“Es el primer gran regalo”, lo define Mariano Soler, que lo califica como “una propiedad maldita” por aquello de que la familia del dictador permitió un deterioro del que el lugar no ha levantado cabeza. Cuenta que primero fue el lugar donde Franco tomaba “decisiones importantes”. Luego, el escenario de la noche de bodas de su hija Carmen con el doctor Martínez Bordiú. En el Canto del Pico vivieron más tarde su nieta Merry y su marido Jimmy Giménez Arnau, antes de que, muerto ya el patriarca, la familia decidiera hacer caja.
En el palacete, en los 80, habían naufragado ya los restos de la antigua residencia oficial de El Pardo. Sánchez Soler, que visitó el lugar en 1988 se encontró con trozos “de celuloide de la película Raza” –escrita por el propio Franco- y “fotogramas del NO-DO”.
El intento de venta fue toda una peripecia en la que los Franco intentaron imponer su estilo. Sánchez Soler relata las prisas y las presiones ejercidas por Francis Franco para parcelar y construir en una finca rústica. La imposibilidad añadida de hacer nada –demoler o modificar la fachada, por ejemplo- con un palacete con vitola de museo de Estado desde el 55. “A los prohombres del régimen no les gustaba que Franco tuviera una propiedad que no fuera monumento”, bromea Sánchez Soler.
Pasaron años, hasta que, en el 88, un empresario hostelero les pagara 320 millones de pesetas. Como se lee en el libro “limpios, contantes y sonantes”. De la primera vivienda propia del matrimonio Franco Polo salió el primer peldaño hacia el enriquecimiento de sus descendientes.
“La S.A. de S.E.”. Sánchez Soler utiliza este juego de iniciales – la Sociedad Anónima de Su Excelencia- para hablar del entramado societario que permitió a Franco quedarse con los beneficios de la explotación agropecuaria de casi 10 millones de metros cuadrados en Arroyomolinos (Madrid) sin ser oficialmente su propietario. “Es un puro negocio con el que se hizo millonario” dice buscando la esencia de lo que ha representado la finca Valdefuentes, conocida también como “el coto de Franco”.
El ideólogo de la operación, relata Sánchez Soler, fue José Mará Sanchiz Sancho, el “tío Pepe” le llamaban por su relación familiar con el marqués de Villaverde. O también “El Mago de El Pardo”, por su habilidad en los negocios.
Valdefuentes lo ha sido siempre. “Es el gran pilar de la fortuna de los Franco. La que cuantitativamente le da más dinero” confirma Sánchez Soler, rememorando que todo empieza en 1951 cuando Parcelatoria Milla S.A. reúne hasta 55 fincas en una, que luego arrienda a Carmen Polo. Los testaferros ocultan la figura del Caudillo. Cuestión de imagen.
Y él, tan contento. “Está encantado con su finca, a la que saca pingües beneficios, y le entretiene y sirve para que tome el aire y el sol por las tardes cuando suele ir», escribió el general Franco Salgado, primo y ayudante del dictador, sobre los terrenos situados junto a la carretera de Madrid a Extremadura.
A Franco, su ministro del ramo le llegó a llamar “primer agricultor de España”, por aquello de su supuesto éxito en la explotación de los terrenos. A su muerte, los herederos no tuvieron el mismo acierto. Bajo la dirección de uno de los nietos, Francis, la producción agropecuaria se fue marchitando.
Su idea de diversificar el negocio, alquilando los terrenos para el rodaje de películas, logró poco más que acrecentar la leyenda del lugar: en el coto de Franco se rodó La Escopeta Nacional de Berlanga, justamente una sátira de sus tiempos. O, lo que aún es más chocante, escenas eróticas de películas como Historias burlescas: la vida, el amor y la muerte, en la que “la malograda Azucena Hernández interpretaba junto a Miguel Ayores una escena de cama ante la mirada de un chimpancé”, se detalla en el libro Franco S.A. En la finca de Franco, el de la censura.
A Valdefuentes, en todo caso, le quedaba un servicio que prestar a los Franco. Fue su gran pelotazo. En 2001 consiguieron la recalificación de 3 millones de metros cuadrados de los casi 10 de la propiedad, para la construcción de 5.000 viviendas y el centro comercial en el que se levanta la pista de esquí artificial de Xanadú. Los beneficios conseguidos por Miguel Herrero de Miñón y el vicepresidente de Alianza Popular Gabriel Camuñas que gestionaron la operación se estima que llegaron a los 6’1 millones de euros.
Los Franco siguen al mando de lo que queda de la finca. Que es mucho.Hace poco más de un año aún celebraron una boda familiar en la capilla que mandó levantar alli el dictador.
Como el Pazo de Meirás, el Palacio de Cornide también está en Galicia, la tierra natal del Caudillo. “Noble fachada de estilo francés, tres plantas y mucha historia”, es la descripción que hace del edificio, situado en el corazón de A Coruña,Mariano Sánchez Soler, que resume el caso como “el último regalo del Conde de Fenosa”.
De nuevo Franco, un noble y un regalo, como en el Canto del Pico. En esta ocasión, el aterrizaje de la propiedad en manos de los Franco llegó en una sospechosa subasta a la que solo concurrieron dos interesados -el jefe Nacional del Movimiento, José Luis Amor, y Pedro Barrié de la Maza, conde de Fenosa-, y en la que la adjudicación fue por debajo de la tasación oficial. 305.000 pesetas abonó el conde (Fuerzas Eléctricas del Noroeste S.A.) que, eso sí, hizo constar en la escritura “su deseo de transmitir la finca adquirida en subasta a la Excelentísima Señora doña Carmen Polo”. Lo dicho, una propiedad pública, una subasta dudosa, un regalo.
Mariano Sánchez Soler cuenta que, al escarnio que ya de por sí supone el episodio, se suma el hecho de que en el palacio estuvieran –ahora están en Meirás- dos estatuas románicas del Maestro Mateo procedentes del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago. Se especula que fue un capricho de Carmen Polo. Como el propio palacio, que al final fue suyo.
Los herederos Franco aún lo conservan. Eso sí, en cuanto tuvieron noticia de que un juzgado estudiaba la devolución del Pazo de Meirás al Estado, lo sacaron a la venta.