A los detractores de los indultos para los presos del procés el tiempo se les está haciendo eterno. El apocalipsis que pronosticaron no acaba de llegar y la campaña en contra que desataron tan pronto como Pedro Sánchez abrió la puerta a la medida de gracia, allá por el 25 de mayo, pierde fuelle por momentos.
Si fuera una carrera, se les ha recortado la ventaja. La salida explosiva, como para un sprint, no funciona si lo que te proponen es una maratón. Está pasando. Esta última semana de este mes casi entero que lleva el debate en circulación acumula síntomas de que son cada vez menos los que siguen en el rechazo rabioso y más los que se enfrentan a la concesión de los indultos desde la contrariedad, sí, pero con una cierta resignación.
Un caso reciente, el más paradigmático, ha sido el de Antonio Garamendi. El presidente de la CEOE, llegó a decir este jueves de los indultos: “Si llevan a normalizar las cosas, bienvenidos”. ¡Garamendi!, ¡La patronal!, ¡“Bienvenidos”!. Solo tres palabras explican todo el revuelo.
Luego se ha pasado todo el día matizando: que la "normalidad" se refería al cumplimiento de la Constitución, que en la CEOE hay empresarios en favor y en contra de los indultos, que los empresarios lo que quieren es estabilidad. Pero al final del día terminaba repitiendo la misma frase en una entrevista en Ondacero: "Si me preguntas que si esto trajera la normalidad, qué te parecería, pues te diría que me parece bien". Mucho más contundentes han sido los dirigentes empresariales catalanes del Círculo de Economía que han expresado su respaldo a los indultos ante la cara del propio líder del PP, Pablo Casado.
Un discurso de ese tipo, incluso matizado, de un personaje de su perfil se queda por debajo de las expectativas de quienes aspiran a hacer que los indultos sean el Waterloo de Pedro Sánchez.
El desahogo, desliz o lo que fuera de Garamendi no es significativo tanto por lo que dice en sí –la patronal “no opina porque no es su función”, recuerdan desde la propia organización- como porque consolida un clima. Transmite la idea de que el empresariado duda, se borra. Lo que le faltaba al globo de la contestación para desinflarse. No por completo, pero casi.
La apelación a la normalidad del presidente de la patronal es relevante. Normalidad y estabilidad es lo que busca el empresariado para hacer negocios. Y hace ya mucho tiempo que no se disfruta en Cataluña ni de una cosa ni de la otra. Más que lo que está durando la pandemia. Tres años desde la declaración de independencia. Diez desde que Artur Mas tuvo que llegar al Parlament en helicóptero. Toda la vida, dirían algunos.
Así que la ilusión, aunque sea remota, de que tras los indultos pueda llegar cierta calma explica la condescendencia de Garamendi con la hipótesis de que se concedan las medidas de gracia y otros mensajes similares llegados desde el mismo sector. El Círculo de Economía Catalán, por ejemplo, que defiende “el uso de cualquier medida dentro de la ley”. Una vieja gloria de la política catalana, como Josep Antoni Duran i Lleida, que afirma en una tribuna: “Tengo la certeza de que sin los indultos no podremos avanzar”. Pepe Álvarez, líder de UGT, que los define así: “Son una pieza clave para iniciar un proceso de acuerdo y entendimiento”. Y todo la misma semana en que la mayoría del Congreso -ahí no ha habido sorpresas-ha respaldado que el Gobierno conceda los indultos.
Es como un goteo. Suficiente para generar tendencia. Quizás no en la calle, donde un sondeo de NIUS señala que seis de cada diez españoles son contarios a conceder indultos a los presos del procés. Pero sí en la opinión publicada, que es donde dirimen este tipo de debates.
Para los intereses de Moncloa está siendo un proceso de maduración lenta, que le está dando resultados. A Sánchez le ha venido bien que Felipe González, que en su día dijo que no los daría “en estas condiciones”, ahora afirme que no quiere que Junqueras y demás “estén más tiempo en la cárcel”. Le ha venido bien también que en las primarias socialistas en Andalucía, no haya habido voto de castigo. Que se haya impuesto el candidato de Ferraz, al que podían haber pasado factura las supuestas concesiones al independentismo catalán. El nuevo barón, Juan Espadas, de lo primero que dijo es que apoyaría lo que el Gobierno decida. Sea sí o sea no.
Incluso los curas catalanes se han posicionado en favor de los indultos “por misericordia y perdón”. La idea de “concordia” esparcida desde Moncloa para defender las medidas de gracia, que ha contrapuesto a las de “revancha” y “venganza” les ponía difícil cualquier otra postura.
Hay que reconocer cierto mérito estratégico a lo de apropiarse de conceptos biensonantes –“concordia” convivencia”- como ha hecho Sánchez en este debate. Ayuso lo hizo con la idea de “libertad” en la campaña del 4M y le fue bien.
Otra clave ha sido el tiempo. Anunciar una medida tan delicada con semejante antelación te eclipsa la agenda y te expone a la erosión de una crítica continuada. En este caso, da la sensación que a Sánchez le ha permitido allanar obstáculos y facilitar una digestión lenta de una decisión, por cierto, aún no confirmada. Además de hacer “pedagogía”. Facilitado, además, todo ello por los primeros síntomas de distensión. Entre otros, la carta de Junqueras aceptando la medida de gracia, o el tímido gesto de Aragonés de hacerse una foto con el rey.
Por el contrario, son los opositores a los indultos los que parecen haber acusado el desgaste. La concentración de Colón marcó una especie de antes y después. El miedo a la foto; el afán de los líderes de PP y Ciudadanos por no juntarse con Vox; las incómodas menciones de Ayuso al rey… dejaron la sensación de acto fallido. Si era el do de pecho, llegó a destiempo.