Define la Real Academia 'camaleón' como un “reptil saurio de cuerpo comprimido, cola prensil y ojos de movimiento independiente, que posee la facultad de cambiar de color según las condiciones ambientales”. Un término que toma como metáfora el historiador Julio Gil Pecharromán (Madrid, 1955) para titular su último libro sobre la historia política de la derecha en España entre 1937 y 2004: La estirpe del camaleón (Taurus, 2019).La estirpe del camaleón
De la misma forma que en la familia de los Chamaeleonidae podemos encontrar hasta 161 especies, el profesor Gil Pecharromán da cuenta de la taxonomía y evolución a lo largo de 67 años de lo que en propiedad debería llamarse no ‘derecha’ sino ‘derechas’: desde falangistas irredentos a carlistas ultramontanos, de monárquicos alfonsinos a reformistas al servicio del rey Juan Carlos, de propagandistas católicos heredados de la CEDA a tecnócratas del Opus Dei, de tácitos democristianos a liberales de aire anglosajón y neocons made in America, desde la derecha antisistema al populismo empresarial de los Gil, Mario Conde y Ruiz Mateos.
Si decían del régimen de Franco que se sucedía a sí mismo, las derechas española han conservado esa habilidad para cambiar de piel también en democracia. La cuestión vuelve a estar de actualidad en estos últimos años: la gran nave nodriza de la derecha, el Partido Popular, ha sufrido la deserción de siete millones de votos entre 2011 y abril de 2019. El gran nudo conservador se ha visto sometido a la tensión del tirasoga de Ciudadanos y Vox. El domingo 10 de noviembre conoceremos qué intensidad cobran los distintos colores -azul, naranja y verde- de esta nueva mutación de las derechas españolas.
NIUS: ¿Por qué la derecha española es camaleónica?
Julio Gil Pecharromán: Por su capacidad de adaptación a las situaciones políticas, a las sensibilidades de su electorado y a la necesidad de cambiar sus organizaciones y dar el relevo generacional a sus cuadros. Eso la derecha española lo sabe hacer muy bien.
Escribe en el libro que deberíamos hablar de 'las derechas' más que de 'la derecha'.
Sí, hay que hablar de 'las derechas' en plural porque sus propuestas ideológicas y programáticas, sus organizaciones políticas, su personal político, sus electores son muy distintos. Y además han evolucionado en el tiempo con variaciones muy radicales.
A veces incluso incompatibles.
Claro, son incompatibles. Pensemos, por ejemplo, en el programa falangista de los años 30 o 40, con una economía estatalizada, un partido único, un nacionalismo muy militante de estado unitario, y pensemos, por ejemplo, en el PP de estos últimos años con un proyecto económico de tipo liberal, con una aceptación del sistema constitucional democrático. Son radicalmente opuestos.
¿Cuáles son entonces los rasgos comunes de estas derechas tan variadas?
Yo consideraría tres elementos básicos. En primer lugar, una continuidad histórica. Las organizaciones se van sucediendo y van recibiendo políticos y militantes de las organizaciones que van desapareciendo y se van fundando unas nuevas. Bajo pieles distintas, hay una cierta continuidad orgánica y personal.
En segundo lugar, el nacionalismo. La derecha española tiene un concepto de nación. El franquismo era un nacionalismo unitario, identitario y el PP ha defendido el “patriotismo constitucional” basado en el modelo del estado de las autonomías. Hay una enorme diferencia, aunque el concepto de comunidad nacional existe.
Y en tercer lugar, y éste es un rasgo distintivo de la derecha, una aceptación de la moral colectiva basada en principios de catolicismo. O bien con una confesionalidad radical, como era la del franquismo, o bien adaptando el humanismo cristiano como era la democracia cristiana o es ahora el Partido Popular.
Hablando de derechas incompatibles, se suele difundir una imagen del franquismo como un régimen monolítico y, sin embargo, en su libro vemos la pugna feroz por el poder de las distintas familias de la derecha durante la dictadura.
La derecha franquista se unifica por exigencia de los militares durante la Guerra Civil y agrupa a los cuatro partidos que les han apoyado en el golpe de estado de julio del 36. Los falangistas, los tradicionalistas del carlismo, los católicos de la CEDA -catolicismo social- y los monárquicos alfonsinos de Renovación Española. Estas son las cuatro familias fundacionales del franquismo político.
Pero luego durante cuatro décadas el régimen tiene una evolución. Las familias se combaten, se van deshaciendo, y a partir del año 69 dan paso a tres sensibilidades, tres visiones de futuro sin las cuales no podríamos entender la Transición: el inmovilismo, lo que se conoce como el búnker, que pretende el mantenimiento del franquismo después de Franco, el aperturismo, que es “el espíritu del 12 de febrero” de Arias Navarro, que pretende una evolución muy leve y progresiva del régimen, y el reformismo que acabará siendo UCD, que se plantea una transición más o menos rápida hacia un sistema democrático pactado con las fuerzas antifranquistas. En el último franquismo, estas tres derechas, que son incompatibles, plantean lo que va a ser la derecha en la Transición.
¿Cómo manejó Franco esas disputas en su régimen?
Era un dictador con poderes absolutos. Luego contaba con el ejército. Un poder fáctico con una enorme influencia. Y en tercer lugar jugaba muy hábilmente con las rivalidades entre las familias. Él asumió un papel moderador, arbitral, daba poder a una, se lo quitaba a otro, variaba, utilizaba las remodelaciones del gobierno para beneficiar o castigar a las familias y la verdad es que lo hizo con bastante habilidad.
¿Y luego estaba el denominado ‘franquismo sociológico’?
El franquismo se vio afectado por algo que había provocado él mismo: la modernización económica, el desarrollismo. Eso cambió el panorama social español y el franquismo sociológico que había apoyado al régimen de forma pasiva acabó derivando hacia lo que se llamó ‘la mayoría silenciosa’. Gente que estaba a la expectativa y que, cuando murió Franco, asumió el proyecto de los reformistas de ir hacia la democracia. De manera que eso explica por qué en las elecciones de 1977, los franquistas puros obtuvieron el 1,5% de los votos: Fuerza Nueva, Falange Española, la Confederación de Excombatientes, lo que se llamaba el búnker en aquel momento. Y en cambio, la UCD recibió el voto masivo del franquismo sociológico reconvertido en centro democrático. Fue una operación de marketing político excelente.
Y así fue cómo el camaleón cambió de color en esos años finales del tardofranquismo y primeros de la Transición.
Así es. Es un proceso de preparación de la Transición. La derecha reformista a través de clubes culturales, sociedades anónimas de estudio y grupos de comunicación va montando un entramado que genera una ideología de cambio político hacia la democracia, de cambio sin ruptura aprovechando las instituciones franquistas, pero que tiene que desembocar en un sistema constitucional democrático. Ese es el proyecto que a partir de finales de 1976 Adolfo Suárez plantea a la izquierda antifranquista. El consenso, la negociación de un sistema constitucional. Quienes quedan fuera de eso porque defienden el sistema franquista pierden el apoyo del electorado, pierden el apoyo del franquismo sociológico.
Llegamos a 1982: debacle electoral de la derecha reformista de UCD y después, 14 años de travesía del desierto. ¿Cómo evoluciona la derecha en esos años para recuperar el poder en el 96?
Cuando la UCD desaparece a comienzos de 1983, ya ha ido perdiendo jirones de su organización y la derecha española del 83 es enormemente plural, hay una buena cantidad de partidos. El principal es Alianza Popular, pero Alianza Popular nunca logró superar lo que se llamó ‘el techo Fraga’; es decir, la cuarta parte de los votos.
¿Fraga era un lastre?
Fraga provocaba rechazo en un sector del electorado. Pero el problema es que, hasta la creación del Partido Popular, Fraga no logró integrar a los demás partidos de la derecha que hacían la guerra por su cuenta. Formaban coaliciones electorales, pero luego se deshacían. Esa travesía del desierto de la derecha duró hasta 1989, hasta que el PP reunifica a todas las formaciones de derecha excepto la derecha anticonstitucional.
Fue una travesía del desierto enormemente conflictiva. Es cuando el CDS de Suárez le plantea el reto a Alianza Popular, es cuando Fraga abandona la dirección de AP y llega la etapa de Hernández Mancha, que es caótica. Al final, en el 89, lo que hay es una reconversión del partido, la llegada de una nueva generación de políticos jóvenes con Aznar a la cabeza. Ya no tienen la herencia del franquismo y son capaces de construir una organización prácticamente unitaria, que es el Partido Popular, que se autodefine de centroderecha pero que en realidad engloba a casi toda la derecha española y que se convierte en una alternativa de poder al PSOE en unos momentos en los que el PSOE está además atravesando una crisis muy importante a principios de los 90.
¿Cómo son los años de lo que usted llama Aznarato, tomando la expresión acuñada por el historiador Javier Tusell?
En una primera etapa, yo creo que llegaría hasta el 2002, el partido se define como un partido moderado y liberal en cierta medida. Y, claro, hay que buscar precedentes liberales. Hay que alejarse del franquismo y ver que esto es algo nuevo, que es un centro derecha ‘progresista’, como se define en los congresos del partido. De manera que los referentes liberales, Azaña, Ortega y Gasset, les parecen muy adecuados.
Pero el PP es una plataforma ideológica y doctrinal enormemente amplia y hay unas pulsiones conservadoras muy fuertes. Ahí aparecen como referentes la revolución conservadora en EEUU y en Gran Bretaña con Reagan y Thatcher y su proyecto neoliberal en economía pero, sobre todo, el neoconservadurismo doctrinal. Esa pujanza del neoconservadurismo está muy presente en determinados medios de comunicación, en un sector de los mundo académico y cultural, en algunas fundaciones como FAES y a través de ese rearme ideológico como el PP vuelve al conservadurismo, sobre todo en la última etapa 2002-2004 y especialmente cuando el partido pierde el poder.
A diferencia de los líderes de la izquierda que disputan sobre quién es de verdad de izquierdas, a los líderes de la derecha les cuesta autodenominarse como “derecha” a secas. Siguen hablando de centro-derecha, derecha reformista. ¿A qué lo atribuye?
Al franquismo. Es una herencia del franquismo.
¿A la derecha aún le persigue ese ‘pecado original’, la complicidad pasada con el franquismo?
Hay que hablar de las derechas y eso obliga a matizar muchísimo. El tema de El Valle de los Caídos nos muestra que sigue habiendo un sector sustancial de las derechas que emocionalmente, por lo menos emocionalmente, se identifica con el franquismo. Ahora ese sector, ¿qué abarca? Probablemente lo veremos en las próximas elecciones. Pero los líderes políticos de la derecha constitucional han arrinconado el franquismo y el valor que utilizan es la Transición. La etapa anterior no la identifican como origen de sus organizaciones. La derecha constitucional siempre admitirá que su origen está en la Transición, no en el franquismo.
¿Y por eso les cuesta decir de sí mismos que son de derechas?
Sí. Durante la Transición, la definición de la UCD como centro cuando era gran parte de la derecha fue un éxito. Esa definición de centro para definir posturas de derecha moderada o democrática ha rendido muchos beneficios y en el imaginario popular la definición de centro es mucho menos rechazable por un electorado moderado que la definición de derecha.
Utiliza el concepto económico ‘destrucción creativa’ para hablar de esas transformaciones de la derecha. En ese sentido, ¿la derecha es capaz de reinventarse mejor que la izquierda?
Sin duda. No sólo de reinventarse, sino de reinventarse con éxito. Pensemos, por ejemplo, que el Movimiento Nacional, el gran partido único, en la Semana Santa del 77 se liquida por decreto del Gobierno y desaparece. Y ya ha surgido un nuevo sistema que procede del Movimiento, pero con partidos distintos, Alianza Popular, la UCD…
Cuando en el 82, llega el PSOE al poder con mayoría absoluta, la UCD, que ha gobernado en solitario los años anteriores, desaparece radicalmente, la liquidan. Y los náufragos se van a Alianza Popular o a la Partido Demócrata Popular de Oscar Alzaga o al CDS de Adolfo Suárez. Hay una recolocación con partidos nuevos, pero el personal político es el mismo.
Y luego en el 89, cuando ya se ha visto que el “techo Fraga” es una limitación muy difícil de superar, liquidan Alianza Popular, la reconvierten en el Partido Popular admitiendo que procede de AP, pero inmediatamente comienzan a incorporar todos los demás partidos a su organización. Es decir, una nueva planta con nuevos planteamientos. Esa capacidad de adaptación de los partidos de la derecha a los cambios en la mentalidad política del electorado y a las coyunturas en la izquierda cuesta más. Los partidos de izquierda tienen una tradición histórica muy prolongada. El PSOE va a cumplir 150 años, el PCE, reconvertido en IU, va a cumplir 100 años. Eso en la derecha es muy complicado. No hay partido que dure más de 40 años, como fue el caso del liberal conservadurismo de Cánovas. Lo normal es que cada 15 o 20 años haya una reordenación de los partidos de la derecha.
Al hablar en el libro de la evolución de las derechas, utiliza la expresión “cambiar para continuar”. En los últimos años, desde posiciones a la izquierda del PSOE se ha hecho una lectura lampedusiana de la Transición: todo tuvo que cambiar para que todo siguiera igual; las élites económicas de la derecha mudaron de piel para seguir al mando del país.
Esa tesis supone en principio despreciar a los políticos de la izquierda antifranquista, que estaban allí, que pactaron la Transición, que jugaron un papel muy importante en la elaboración de la Constitución, desde el estado de las autonomías hasta transformaciones sociales que la derecha no hubiera admitido por sí misma. Y aunque es cierto que el sistema institucional de la Transición parte del franquismo, la voluntad del consenso y de la transformación radical existe. La Constitución de 1978 no tiene nada que ver, pero nada, con las Leyes Fundamentales del franquismo. No hay más que mirar las cifras del referéndum de la Constitución para darse cuenta de que no era un proyecto de la derecha, era un proyecto de la comunidad nacional.
Durante años se elogió a Fraga porque había sido capaz de conducir hacia la democracia al franquismo sociológico del que hablábamos antes, y durante años el PP ha sido una excepción en Europa porque englobaba desde el voto liberal hasta el de extrema derecha. Ahora por primera vez estamos asistiendo a la ruptura de esa derecha que ahora se va hacia Vox. ¿Cómo contempla este cambio?
Vox comienza a operar en 2014. No tiene prácticamente historia. No sabemos cómo va a evolucionar internamente y en las coyunturas electorales. Todo eso es hacer futuro, pero yo destacaría dos hechos evidentes, el PP ha sufrido durante los últimos años una pérdida de prestigio por la corrupción y otras cuestiones que le han pasado factura, eso lo sabemos todos, en segundo lugar está el tema catalán, un tema central en la política española actual y constata algo que existe desde hace dos siglos. El crecimiento del nacionalismo español se alimenta del crecimiento del nacionalismo catalán. Son vasos comunicantes. Lo que se está viviendo en Cataluña explica bastante la deriva de la derecha española en los dos o tres últimos años.