El Gobierno se metió él solo en el lío de los indultos. Nadie los esperaba y nadie los pedía, ni siquiera los afectados que siempre han reclamado la amnistía. Cuando eran solo una posibilidad, los comentarios sobre ellos se movían entre la incredulidad y la resignación. Parecía un mal que había que pasar rápido para poder afrontar el futuro, con la convicción de que esa decisión iba a provocar un desgaste brutal en el Gobierno y en el PSOE.
Así lo entendían algunos barones socialistas que clamaban para que no se aprobaran, ante el temor de que su parroquia se revolviera en las siguientes elecciones. Este tema solo es bien visto en Cataluña y País Vasco, pero en otras muchas comunidades supone un dolor de cabeza para los socialistas. De hecho, Emiliano García Page en Castilla- La Mancha se mantiene en su postura de rechazo. Eso en el PSOE ya no espanta porque es una tradición la pluralidad de posturas regionales en asuntos espinosos.
Pero lo que no estaba previsto es que los indultos se convirtieran en un problema para el PP. Pablo Casado ha mantenido desde el principio una oposición sin fisuras a la medida. Ha sido muy duro calificándolos como ilegales, pago para mantener al Gobierno en el poder, impulso a un cambio de régimen, etc. Incluso ha llegado a decir que si se aprobaban los indultos la legislatura estaría acabada porque España está en una situación límite.
Esperaba Casado que esa decisión provocase una oleada tal de indignación que diera la puntilla al Gobierno de Sánchez. Isabel Díaz Ayuso quiso contribuir a ese clima señalando al rey. Ella quería colocarlo como víctima de Sánchez, pero la lectura que se hizo fue diferente y empezaron a florecer quienes pedían que Felipe VI no firmase los decretos que portaban la medida de gracia. Casado tuvo que salir a aclararlo, pero Ayuso volvió a remachar el clavo. De repente, se hablaba de que el rey no firmara e incluso de que si lo hacía sería un traidor. El rey firmó y de repente se hizo tendencia “Felpudo VI” para regocijo de la izquierda tuitera.
Ese estallido social que se vaticinaba en Génova no termina nunca de llegar y para desesperación de los dirigentes populares lo que ha ido pasando ha sido todo lo contrario. Los empresarios catalanes montaron una reunión para hablar de reconstrucción. Podría pensarse que se referían a la económica pero se terminó hablando mucho de la política. Ellos ya se habían mostrado claramente favorables a los indultos y esa reunión sirvió para escenificar un acercamiento de posturas entre Moncloa y Generalitat con el rey como testigo. El presidente de la CEOE acudió a la cita y en una entrevista se mostró cauto, aunque llegó a decir que si los indultos ayudaban a “que las cosas se normalicen, bienvenidos sean”.
A partir de ahí, ha vivido un calvario. Nunca habíamos visto a un líder empresarial llorar en público hasta que Garamendi, visiblemente afectado, relataba entre lágrimas el injusto trato recibido por aquellas palabras. No se puede decir que apoyase la medida del Gobierno, solo que se mostró cauto, que dijo que era potestad del ejecutivo y que, si daba frutos, pues estupendo. Pero eso, que en cualquier otro momento o lugar sería una declaración prudente, en estos momentos se interpreta como traición.
Algo parecido ocurrió con la iglesia católica. Los obispos catalanes se muestran favorables a los indultos. Tiene su lógica: ellos se deben a sus feligreses y en las filas independentistas son legión. Cuando le toca a la conferencia episcopal hablar del tema, su portavoz elige el formato de homilía larga para hacer una disquisición en la que intenta también ser prudente esforzándose por no llevar la contraria a los prelados catalanes. El resultado es parecido al de la CEOE: la prudencia no cotiza, solo la adhesión. La postura de la iglesia, al no estar radicalmente en contra, enfada a la derecha y se señala como culpable al catalán Juan José Omella y al papa argentino, habitual foco de las iras de los más fundamentalistas. Los obispos cometiendo poco menos que una herejía política. Hasta Aznar señaló que estas cosas hay que apuntarlas.
El PP ha vuelto a poner el listón muy alto y la sociedad no está dispuesta a llegar tan arriba. Empresarios y obispos son el ejemplo, pero también la ciudadanos que no se ha movilizado buscando firmas en los lugares que podrían parecer más afines. Y no es que de repente todos se hayan vuelto de izquierdas, sino que entre la adhesión inquebrantable y la prudencia hay un trecho amplio. No todos pueden ser soldados fieles todo el tiempo y caben las dudas, las esperanzas, los cambios y la adaptación a las nuevas realidades. Pura teoría evolutiva. ¡Qué le van a contar de ellos a instituciones que miden el tiempo por siglos!