Le gusta decir a Pablo Iglesias que “hacer política es cabalgar contradicciones”. Y en esas se ha visto de nuevo, empujado por la actualidad a enfrentarse a la contradicción española por antonomasia: la de los republicanos acérrimos forzados a cohabitar con la monarquía parlamentaria. Sin renunciar a sus principios, obvio, pero sin forzar la máquina para poner fecha y hora al fin de un modelo de Estado que no es el suyo.
Los datos cada vez más “perturbadores” sobre el dinero oculto del rey emérito le han sorprendido a Podemos con cuatro asientos en Moncloa, instalado en el poder, y han reabierto esa tensión interna que los de Iglesias – “somos un partido republicano” -habían gestionado desde la toma de posesión como se hacen estas cosas: poniendo el dilema monarquía-república en un lugar rezagado de su lista de prioridades. El PSOE ya lo viene haciendo de siempre. Lo de cuestionar el régimen o es muy complicado, o es muy peligroso o simplemente “no toca”.
La esperada respuesta de Iglesias a un escándalo que genera portadas un día sí y otro también ha seguido esa pauta. Ha sido un discurso soft, una sacudida de menos intensidad, incluso, que la provocada por el propio Sánchez con tan solo dos palabras –“inquietantes” y “perturbadoras”-, las que usó para definir las noticias sobre las cuentas de Juan Carlos I. Y con su disposición a que se aborde el fin de la inviolabilidad del rey contemplada en la Constitución.
Iglesias, que en otro tiempo probablemente hubiera clamado por menos de lo que se ha sabido ahora, se ha puesto a rebufo del presidente para señalar que su declaración marca un “antes y un después”. Y ha dejado caer que es momento de abrir el debate, pero sin mayor concreción ni mayor contundencia. Como sin demasiada prisa, o no tanta como sus correligionarios de partido que ya han puesto en circulación la idea del referéndum. Las bases, ya se sabe, son siempre más audaces que el “aparato”. El orgánico y el institucional.
Desde Moncloa, probablemente, se ve con más claridad la complejidad del proceso, los riesgos que entraña en un momento con otras crisis abiertas, incluso las consecuencias electorales que puedan derivarse de una empresa de semejante envergadura. A Iglesias, por añadir un supuesto, le ha podido pesar incluso el efecto que puede tener en la marca España el promover un cambio de modelo de Estado desde el Gobierno en plena negociación de la ayuda europea para combatir la pandemia. En estos casos, todo se tiene en cuenta.
Por no subrayar solo la parte más blanda de su discurso, es un hecho que el líder de Podemos ha sido menos condescendiente que sus socios socialistas con respecto a la figura de Felipe VI. Él no ve tan clara la línea que separa al padre del hijo en un sistema que “se fundamenta en la filiación”. Pero ha tenido el detalle, sin embargo, de hablar bien de la renuncia de Felipe a su herencia. Y de constatar además, que la ley dice lo que dice, y que Podemos es un partido “que respeta la ley”. Es decir, una de cal y otra de arena en un mensaje muy ‘medido’, según los analistas. Un mensaje que sugiere un paso más de Podemos hacia la institucionalidad, a lomos de sus “contradicciones”.
Alberto Garzón al acceder a su cargo de ministro de Consumo juró “lealtad al rey”, y no al “ciudadano Borbón” como le había llamado siempre. Irene Montero es ministra de Igualdad al amparo de una Constitución que prima al hombre sobre la mujer en el acceso a la Jefatura del Estado. Ahora, Iglesias responde con perfil bajo a un asunto que lo tiene todo: cuantas opacas; dinero negro; paraísos fiscales y evasión de impuestos. Por no hablar de Corinna. Son tres ejemplos cercanos de cómo Podemos ha acomodado a la realidad y las imposiciones de guion su postura con respecto a la monarquía.
Ahora toca esto, como en otro tiempo tocó mostrar el perfil más combativo. La hemeroteca está llena de ejemplos. “Democracia y monarquía son dos conceptos contradictorios”, defendió en su día Pablo Iglesias. “Monarquía es símbolo de corrupción, de imperio, de elecciones amañadas (…) Es algo de lo que ningún español demócrata pueda enorgullecerse”, son otras frases suyas de cuando, lanzado por el 15-M, emprendió su combate contra el régimen, el bipartidismo y el “candado del 78”.
Podemos ha renegado del debate monarquía-república cuando iba a la búsqueda del voto transversal; lo ha llevado a primer plano en momentos sensibles como el de la abdicación de Juan Carlos I o el discurso del 3 de octubre de Felipe VI tras el referéndum fallido del 1-0 en Cataluña; lo ha vuelto a aparcar al verse a un paso de Moncloa, antes de que sus ministros juraran sus cargos… ante el rey. Las elecciones del año pasado, de hecho, las hizo Iglesias con una Constitución en la mano, la que sanciona lo de que España es una monarquía parlamentaria. Así pues, cambiar de modelo, sin dejar de ser un principio, no siempre ha sido una prioridad.
El propio Iglesias ha contribuido con sus gestos a diferenciar lo que es una aspiración última de lo que es una pretensión inmediata. Celebró las palabras en catalán de la infanta Leonor en una entrega de premios: "Sentó bien en Cataluña, aunque no todos lo reconozcan, escuchar a Leonor, que aspira a ser Jefa del Estado, hablando en perfecto catalán", dijo. Ha dejado constancia en más de una ocasión su buena impresión personal de Felipe VI.
Son elementos que, en sí mismos, no alteran en absoluto el ADN de una formación que se declara republicana, pero generan un clima –menos apocalíptico, más integrado- que también cuenta en estos casos. España, hay que recordar (y aunque hoy probablemente no quede ninguno) fue un país de republicanismo “juancarlista”.