Y en estas, llegó Pablo Iglesias. La decisión del vicepresidente segundo del Gobierno de abandonar Moncloa para encabezar la lista de Unidas Podemos a la presidencia de la Comunidad de Madrid supone la penúltima sorpresa –ya nadie se atreve a asegurar que no habrá más- en un panorama electoral que se anuncia no apto para cardíacos.
Las elecciones del próximo 4 de mayo llegan con todo. El desconcierto que provocó su convocatoria como consecuencia de la moción presentada por Ciudadanos y PSOE en Murcia. El suspense que se ha mantenido durante días hasta que la Justicia ha decidido que el adelanto decretado por Ayuso primaba sobre las mociones que presentaron PSOE y Más Madrid para, precisamente, intentar evitarlo. Y, por si faltaba algo, el impacto que supone que todo un ministro y vicepresidente baje al barro electoral. Más aún en su caso.
Madrid camina de susto en susto, de sorpresa en sorpresa, hacia unas elecciones marcadas por el personalismo –el duelo Díaz-Ayuso es lo que en boxeo se conoce como un “combate del siglo- y la polarización que rezuman sus primeros mensajes.
La presidenta de Madrid saludó así la llegada de su adversario: “La política me debe una, haber sacado a Iglesias de Moncloa”, dijo como preámbulo de otras salvas de bienvenida. Lo describió como una persona “afín a ETA”, que alienta “quemar las calles” y partidario de la expropiación. Iglesias ya había hablado de “criminales” y “delincuentes”, en referencia a la derecha, en el vídeo con el que anunció su salto a la política autonómica.
El todavía vicepresidente segundo del Gobierno eligió el mediodía de un lunes para hacer oficial, en una grabación de 8 minutos – en mangas de camisa e imagen de despacho con las banderas de España y la Unión Europea al fondo- su cambio de registro. “Será un honor ocupar un puesto en el que ahora puedo ser más útil, como madrileño y como antifascista”, fue alguna de las muchas cosas que dijo Iglesias en lo que ya se puede considerar su primer acto de campaña.
“Hay que ser valiente y dar las batallas que hay que dar”, añadía además Iglesias, que cree estar ante una de ellas. A Podemos, justo de fuerzas en la Asamblea de Madrid a consecuencia de su ruptura con Íñigo Errejón, el adelanto electoral le sorprendía con el liderazgo inestable de Isa Serra –pendiente de primarias y de un recurso judicial- y con dudas de ir a alcanzar el 5% necesario para tener representación.
Con Iglesias se dan por zanjadas ambas vías de agua. Y, aún es más, le permite a Unidas Podemos aspirar a liderar una oferta unitaria de todas las fuerzas a la izquierda del PSOE. En el famoso vídeo hay un ofrecimiento expreso a Más Madrid, que ya ha respondido que se lo va a pensar.
“Estamos dispuestos a hablar de todo, a ser posible sin mucha testosterona ni imposiciones”, advirtió Mónica García, candidata de Más Madrid, deslizando con su comentario en La Sexta que hay mucho de lo que hablar. García durante la pandemia se ha revelado como una diputada revelación en la política madrileña y con un liderazgo incuestionable en el grupo parlamentario de Más Madrid que, por cierto, es el mayoritario en el territorio en el que Iglesias propone la unificación. A García ni le ha hecho ilusión enterarse de lo de Iglesias por la prensa ni le gusta la “política espectáculo”. Sus avisos, ahí quedan.
El movimiento en Unidas Podemos no altera, sin embargo, la hoja de ruta del PSOE de Madrid, que mantiene a Gabilondo como “su único candidato” y defiende su hegemonía en la izquierda. El más que previsible incendio en el lenguaje de campaña tiene efectos imprevisibles para un aspirante como él, al que tantas veces se le ha cuestionado su discurso moderado y poco agresivo.
La propia Ayuso dio a entender que, con Iglesias en liza, la campaña cambia de eje –lo que antes ella misma había planteado como “socialismo o libertad” ahora lo ha cambiado por “comunismo o libertad”- un indicio más de que la batalla de Madrid toma otros derroteros. El debate se va a los extremos lo que, previsiblemente, tendrá efecto movilizador. La duda está en cuál será la dirección.
La operación Iglesias se ha fraguado en apenas cuatro días, y en el estrecho círculo de confianza del líder de Podemos. El propio Pedro Sánchez se enteró poco antes de difundirse el vídeo. En un día, además, de viaje al extranjero. “Le deseo suerte, un poco menos que a Gabilondo”, dijo el presidente del Gobierno desde Montauban (Francia), sin querer dar mayor vuelo a una decisión que le obliga a una nueva crisis de Gobierno.
Sánchez ha decidido apostar por la continuidad y por el acuerdo: dio a entender que acepta la propuesta de Iglesias de que la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, ocupe la vicepresidencia segunda y que la actual secretaria de Estado para la Agenda 2030, Ione Belarra, se incorpore como ministra en el terreno social.
Lo de Díaz tiene una lectura de más largo alcance. Porque Iglesias aprovechó su anuncio de vuelta al terreno autonómico para postularla también como candidata de Unidas Podemos para las próximas elecciones generales. En la vertiginosa política de los últimos tiempos, Iglesias fuerza la maquinaria de su propia sucesión. Hay quien interpreta ya que este relevo, a tres años vista de la fecha en la que se deben convocar las elecciones, está en la clave de un hipotético adelanto.
Nada será ya, parece, como estaba previsto. La moción en Murcia ha sido el desencadenante de un sinfín de episodios inesperados y a cada cual más sorprendente. Este último, la salida de Pablo Iglesias del confort de su despacho de vicepresidente al fragor de una campaña encarnizada, sin garantías de lograra la unidad de la izquierda que pretende,y sin grandes augurios para él, pasa a ser la última bomba política a la espera de la siguiente.