Hace ya muchos años que en EEUU se acuñó una expresión para definir una noticia o acontecimiento inesperado que puede dar un vuelco a la dinámica de la campaña electoral en vísperas de las elecciones presidenciales de noviembre. Lo llaman “la sorpresa de octubre”.
El caso más analizado atañe a las presidenciales de 1980. Los directores de la campaña de Ronald Reagan habrían pactado en secreto con los ayatolás iraníes para que retrasaran la liberación de los 52 americanos retenidos en la embajada de Teherán. Querían evitar a toda costa “una sorpresa de octubre” que pudiera resucitar la alicaída campaña del entonces presidente Jimmy Carter. Nunca pasó de teoría de la conspiración y, llegado el día, Reagan barrió a Carter. Minutos después de jurar el cargo como 40 presidente de los EEUU, Irán liberó a los rehenes.
España tuvo su trágica “sorpresa de octubre” el 11 de marzo de 2004. El brutal atentado islamista en Madrid y la nefasta gestión informativa del Gobierno de Aznar impulsaron la victoria del socialista Rodríguez Zapatero tres días después de los atentados.
Ahora la protesta en Cataluña contra la sentencia en el procés se ha convertido en la “sorpresa de octubre” de 2019. Sorpresa hasta cierto punto. La sentencia se esperaba y la reacción se esperaba, pero no el nivel de violencia en las calles. Como informaba NIUS, la “sorpresa de octubre” se puede extender a noviembre si la jornada de reflexión se viera alterada por un alto grado de agitación que desencadene graves incidentes. Qué mejor ocasión para “visibilizar el conflicto” en el exterior, que diría la presidenta de la independentista ANC, Elisenda Paluzie.
El peso electoral de la cuestión catalana aún es difícil de calcular. El CIS no lo recoge en la macroencuesta electoral publicada el martes. Pero sí trae otras "sorpresas de octubre", como la enorme ventaja del bloque de la izquierda (49,7%) sobre el de la derecha (37%): 13 puntos frente a los dos puntos de otras encuestas recientes y al empate que vimos en las generales de abril. Vale que el desánimo cunde entre los votantes de Ciudadanos, dice el director del CIS, José Felix Tezanos, pero ¿tanto como para que el país pegue semejante volantazo a la izquierda en seis meses?
Pero si algo demuestra la historia es que la convulsión política en Cataluña siempre ha marcado el rumbo de la política española. Los propios candidatos lo subrayan. Pedro Sánchez cerrará campaña en Barcelona, Albert Rivera también, Vox la arranca en Barcelona y hasta Pablo Casado pasará allí la jornada de reflexión.
La incógnita catalana abre hoy una campaña electoral -la fase final y oficial de la campaña- a la que los ciudadanos llegan –seguimos al CIS- más temerosos que en primavera por la incertidumbre económica y muy enfadados con los políticos. Declaran su abstención un numero mayor que en abril, pero también son más que en abril los que tienen el voto ya decidido -al menos, el de aquellos que van a votar.
Tal vez porque en estos seis meses los votantes se han hartado de ver y oír a sus líderes políticos y se saben de memoria su mensaje esencial. Sánchez: yo soy el único que puede gobernar. Casado: yo soy la alternativa. Iglesias: yo evitaré el pacto del PSOE con la derecha. Abascal: por España. Rivera: mm… ¿ahora sí? Veremos si el encorsetado debate del próximo lunes cambia percepciones e intenciones de voto. Hay muchas dudas.
Si no hay sorpresas, el PSOE ganará las elecciones. Y si el sueño de Tezanos se cumple, en el mejor de los casos podría incluso gobernar con Podemos o con Ciudadanos sin necesidad de tragar con los independentistas. En el peor de los casos, el sueño engendrará monstruos de equilibrio inestable. El de la izquierda se llama Frankestein y el de la derecha, Gran Coalición. Lo único seguro es que el país no resiste unas terceras elecciones.
Eso, si no hay "sorpresa de octubre" con explosión retardada en noviembre y a Sánchez, en esta campaña que arranca una noche de difuntos, se le empiezan a aparecer los espectros políticos de Jacques Chirac, Artur Mas, Theresa May, Susana Díaz y todos aquellos que fueron a elecciones cuando no tocaba.