A las 12.30 del lunes 9 de marzo, en un salón de un conocido hotel madrileño, se terminó la vieja normalidad para Pedro Sánchez. Se disponía a hablar por primera vez ante las cámaras sobre los contagios de coronavirus.
Hasta ese momento, el presidente había derivado toda exposición mediática en Salvador Illa y Fernando Simón; pero en las últimas horas, tras el 8-M, el Gobierno terminaba asumiendo que el virus se le escapaba de las manos.
La semana que terminaba fue la del fracaso en desactivar la bomba de relojería del SARS-CoV-2 y comenzaba otra que iba a barrer los equilibrios y estrategias con los que había nacido sólo 56 días antes el gobierno de coalición.
En las siguientes cinco jornadas, Sánchez tenía que dar el paso que iba a redefinir el sentido de su estancia en La Moncloa: declarar el estado de alarma, paralizar el país y aplicarle la respiración asistida de un gasto público sin precedentes. O no hacerlo. O hacerlo a medias por miedo a una catástrofe económica.
A Sánchez, que dice tener un manual de resistencia, se le echaba encima a toda velocidad el mayor desafío. La presión de una epidemia que avanza, de unas autonomías que amagan con ir por su cuenta, de unos países (sobre todo Italia) que parecen mostrar el camino inexorable al confinamiento, de unas cuentas públicas que aún no han digerido la deuda de la anterior crisis y dejan poco margen sin el apoyo de Europa. Y la presión del tiempo.
Desde que amanece, son horas de vértigo sanitario y económico. Con las bolsas cayendo como nunca en los últimos diez años, Sánchez anuncia lo que llama un “plan de choque” económico en la asamblea de los autónomos españoles. No ofrece detalles. En un gesto que se va a convertir en norma, deja las concreciones para unos días después.
En ese acto, Sánchez se cruza con la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. En la capital los contagios casi se han triplicado en un solo día y varios hospitales avisan de que están en apuros.
El equipo de Ayuso asegura que entonces ya pedía el cierre de colegios. La respuesta de Sánchez es que ninguna región debe actuar en solitario. Minutos antes, Pablo Casado acaba de romper la tregua, le acusa de “ir por detrás de los acontecimientos” y pide medidas económicas, pero no sanitarias o de restricción de movimientos.
Por la mañana, Salvador Illa sostiene que no es necesaria la suspensión general de las clases, ni hacer controles en los aeropuertos como en Italia o suspender concentraciones públicas como en Francia.
El presidente del Gobierno lleva días valorando planes que ha ido pidiendo a sus ministros. Habla en esas horas con Angela Merkel, con la presidenta de la Comisión Europea, con el del Consejo Europeo y con su colega italiano Giuseppe Conte.
A José Luis Rodríguez Zapatero le salió muy caro su intento de frenar la crisis de 2008 con gasto público en la Europa austera. Sánchez no quiere terminar igual.
La vicepresidenta Nadia Calviño se encarga de recordarlo ese mismo día. Defiende "no tomar medidas de contención que terminen perjudicando", sobre todo al turismo, y no embarcarse en un gasto que después haya que compensar con recortes o subidas de impuestos. Cree que la crisis del coronavirus es algo transitorio.
Los empresarios la respaldan en ese mensaje tranquilizador para los mercados. La CEOE asegura que “las compañías son fuertes” y confía en que la crisis “sea pasajera”. Hacía sólo unos días que habían mostrado un enfado monumental con la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, por emitir una guía para que cerrasen las empresas si había riesgo de contagio. El Gobierno la desautorizó.
En el Consejo de Ministros hay debate interno y no dan pistas de sus planes. A Giuseppe Conte, una indiscreción le había costado el domingo el ridículo de ver cómo miles de italianos salían en estampida al filtrarse que iba a decretar el cierre de varios territorios.
Pero Sánchez no logra controlar los tiempos. A la una del mediodía, Euskadi anuncia el cierre de los colegios en Vitoria. Ese paso en solitario del Gobierno vasco envalentona al de Ayuso en Madrid, aunque en su caso no tienen claro qué hacer con las clases de infantil y primaria.
A las seis de la tarde, Illa habla con los presidentes autonómicos. Se acuerda el cierre de colegios en Madrid, Vitoria y Labastida (los lugares más afectados entonces), en una decisión que salva la unidad de criterio, pero evidencia descoordinación. Tanto Illa como Ayuso comparecen en ruedas de prensa que se van retrasando y al final se solapan.
Por primera vez, se recomienda el teletrabajo. Se acaba de dar el primer paso. Pero casi al mismo tiempo llega la noticia de que Italia ha confinado a toda su población. España va alcanzando los datos de muertos y contagios italianos con sólo unos días de retraso, ¿terminará tomando una decisión distinta?
Los muertos se han duplicado en un día. El Consejo de Ministros estudia un informe de Calviño sobre la situación económica. Recomienda un enfoque gradual. En contra, Pablo Iglesias o José Luis Ábalos consideran que hay que restringir la movilidad cuanto antes, aunque eso implique congelar la economía.
Sánchez ejerce de árbitro. Opta por ir escalonando las medidas. Ese día se prohíben los vuelos directos con Italia y los actos de más de mil personas en las zonas más afectadas.
“Pensamos que podemos evitar llegar a un escenario como el italiano", dice Illa tras el Consejo de Ministros, “el criterio único es la protección de la salud pública. No hay ningún otro condicionante, de ninguna índole, ni económico ni de ningún otro tipo. Se hace en base a los criterios de expertos en salud pública. La situación mañana puede ser diferente a la de hoy”.
A las 17.00, Sánchez mantiene una reunión telemática con el resto de líderes europeos. Su petición de mayor margen fiscal es bien acogida, se hace una tímida promesa de liquidez, con 25.000 millones de euros (ahora ya vamos por 750.000 millones) y Christine Lagarde, garantiza financiación barata del BCE para los países más afectados. España ya es uno de ellos.
A las diez de la noche, el Gobierno valenciano, después de abordarlo durante la tarde con Sanidad, anuncia la suspensión de las Fallas.
Llega más presión desde Europa. Es el día que Merkel asegura que el 70% de los alemanes se va a contagiar. “El coronavirus ha aterrizado en Europa. Está aquí”, asegura. Su primer discurso oficial eleva el tono sobre la gravedad de la epidemia y pide coordinación para “que ningún sistema sanitario en la Unión Europea resulte dramáticamente saturado”.
Mientras, en España, ante la propagación del virus, ayuntamientos grandes y pequeños empiezan a anunciar suspensiones de actos y celebraciones. Se aplaza la final de la Copa del Rey, se cierra el Museo del Prado. El estado de alarma y el cierre de Madrid están en el centro del debate público. Esa tarde, la OMS declara que el brote de SARS-CoV-2 se ha convertido en una pandemia.
Jueves, 12 de marzo (3.004 contagiados, 84 muertos)
Hay 800 contagios más que el día anterior y a primera hora se informa de que la ministra Irene Montero es una de ellos. Ya no acude al segundo Consejo de Ministros de la semana, que termina de nuevo sin acuerdo. Se aprueba un plan de choque económico que se va a quedar pequeño en pocos días.
Esa mañana, en un movimiento sorprendente, trasciende que Calviño ha alineado a España con los países más recelosos de aprobar grandes estímulos económicos en la UE, en contra de lo que solicitan Italia y Francia. Hace saber que cree que eso puede alimentar “comportamientos irresponsables”. Parece un mensaje a algunos de sus compañeros de Gobierno.
En la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, a Sánchez le preguntan si va a decretar el estado de alarma o a aislar alguna comunidad. “Ésta no es una crisis estática, no estamos ante algo que hace una semana valiera", responde para no aclarar nada.
Pero esa misma tarde, aborda los detalles de un posible estado de alarma. Empieza a inclinarse por esta opción, pero hay que decidir si el cierre de actividades será suave o radical y como serán, en consonancia, las medidas de gasto público.
La oposición martillea para imponer la idea de que Sánchez va a remolque de los hechos. Casado le reclama “coger el toro por los cuernos” con un mando único, Arrimadas pide contundencia y Abascal le exige dejar de limitarse a dar consejos a unas autonomías que amagan, cada una por su lado, con desbordar las medidas del Gobierno.
Doce comunidades anuncian el cierre de colegios, Melilla cierra la entrada de productos de Marruecos. Se suspende La Liga de fútbol. Desde varios hospitales se denuncia ya la saturación y la falta de equipos de protección. Al final de la jornada, Cataluña confina Igualada y se anuncia que la ministra Carolina Darias también ha dado positivo.
A primera hora, Portugal declara el estado de alerta aunque no tiene un solo muerto. En España, los contagiados casi cuadruplican los del inicio de la semana y desde el amanecer está tan claro que se prepara una decisión inminente que hasta Albert Rivera, retirado de la política, se asoma a Twitter para participar en el juego de adelantarse a los acontecimientos. Pide el estado de alarma.
Los presidentes autonómicos apremian. Iñigo Urkullu declara la alerta sanitaria en Euskadi. Desde Castilla y León, Castilla-La Mancha, Comunidad Valenciana, Murcia y Andalucía denuncian la presencia de madrileños que aprovechan la suspensión de las clases.
“Esto no son unas vacaciones”, claman en varios territorios, que comienzan a cerrar zonas turísticas, de ocio y comercios. Cataluña comunica que planea aislarse del resto de España, aunque no tiene competencias para hacerlo.
El presidente del Gobierno es testigo de todo mientras mantiene videoconferencias con un número reducido de ministros y asesores.
Tiene la decisión tomada. Se impone la idea del estado de alarma. Pero queda en el aire la dimensión de las medidas económicas. Una vez más, Sánchez se dispone a formular un anuncio antes de definir los detalles.
Sobre las 13.30, La Moncloa avisa de que se cancela la rueda de prensa habitual de Salvador Illa y Fernando Simón. En su lugar comparecerá el presidente.
Han pasado cien horas desde su discurso del lunes. Pasadas las tres de la tarde, Sánchez anuncia el segundo estado de alarma de la democracia sin precisar en qué va a consistir. Remite a los españoles al sábado, cuando el tercer consejo de ministros de la semana apruebe el decreto.
“Dijimos que vendrían días difíciles y tomamos medidas a la altura de esta dificultad”, afirma. Algunas proyecciones que le presentan le han impactado: “La próxima semana podemos alcanzar los 10.000 contagiados por coronavirus”.
Esa tarde, en Valencia empiezan a desmontar las fallas. Los obispos recomiendan cancelar los actos de la Semana Santa. Poco después, Isabel Díaz Ayuso revela que Sánchez no le ha aclarado si va a cerrar Madrid. Ya por la noche, Torra da el paso, ignorando la ley, de ordenar el confinamiento de Cataluña.
Los ministros empiezan a llegar a La Moncloa sobre las 10.30. Entre ellos, Pablo Iglesias, que se salta la cuarentena que inició al dar positivo Irene Montero.
Pronto se anuncia que Sánchez comparecerá a las 14:00 horas; pero una vez más la división por la factura de las medidas económicas se muestra insalvable.
Antes de anunciarse el primer retraso de la rueda de prensa, para las 15:00 horas, ya se ha filtrado el borrador del decreto de estado de alarma.
Es evidente que lleva varios días trabajándose en él: contempla muchos detalles, desde el papel central del ministro de Sanidad hasta cómo habrá que celebrar bodas y funerales. En los medios se especula con la situación de Madrid, que registra casi mil casos en un solo día.
Poco antes de las tres de la tarde, se comunica el segundo retraso de la comparecencia de Sánchez. También se pospone hasta el domingo la videoconferencia con los presidentes autonómicos prevista para las 17:00 horas.
A las 18:00 horas, tras siete horas y media, termina el Consejo de Ministros, pero el presidente no aparece ante las cámaras. Torra llama a Urkullu y denuncia un “155 encubierto” para “confiscar competencias”.
Se precisa que lo hará a las 20:00 horas. Es entonces cuando se revela que la aprobación de las medidas económicas (como las ayudas para los ERTE) se retrasa hasta el martes siguiente. No hay acuerdo suficiente en este capítulo.
Cuando al fin comparece esa noche, Pedro Sánchez sólo menciona las ayudas económicas de manera genérica. Explica que se irán perfilando a lo largo de la crisis. El pulso se prolongará varias semanas.
Por primera vez, a todos los ciudadanos, no sólo a los de Madrid, Cataluña o Vitoria, se les dice que con claridad que se van a tener que quedar en casa salvo que tengan una causa de fuerza mayor.
Se instala una sensación de irrealidad. Sánchez termina, después de un discurso con una carga emocional infrecuente en él. Ha dado un paso que cambia la vida a 47 millones de personas. También a él. Poco después se conoce que su mujer, Begoña Gómez, ha dado positivo.
Minutos después del discurso, sobre las diez de la noche, por primera vez miles de personas se asoman a sus ventanas para aplaudir a los sanitarios. Al día siguiente, con el estado de alarma en vigor, se conoce que ha habido dos mil contagiados más en un día y que el número de fallecidos se ha duplicado.