El 26 de diciembre de 2004 dejó dos noticias para la historia. Hablo ahora de la primera, más cercana y menor; la que propició la creación de la Unidad Militar de Emergencias (UME). Aquel domingo de 2004 una gran nevada dejó atrapados a miles de conductores en la A-1 a lo largo de la provincia de Burgos. A última hora de la tarde quedó cortada la autovía que conecta Madrid con el norte de la península hasta Irún y la frontera francesa, una situación inesperada en una de las principales vías de comunicación de España. 3.000 vehículos bloqueados.
Muchos de los que volvíamos de las vacaciones de Navidad tuvimos que pasar la noche en los coches con el motor en marcha para mitigar el frío. Las habitaciones de los hostales de carretera se agotaron en minutos. Después de recorrer unos 200 kilómetros en siete horas de viaje, era imposible saber hasta dónde estaría abierta la autovía. Nadie daba información útil y sencilla. Ni en la radio ni en los paneles de la carretera.
Si una noche de invierno un viajero... El título de la novela de Italo Calvino me venía a la cabeza mientras el tráfico iba desapareciendo a mi alrededor hasta quedarme solo en la carretera con la celisca sacudiendo el parabrisas, a 20 por hora, adivinando las líneas reflectantes de la carretera y una enorme incógnita oscura por delante. La prudencia aconsejó hacer noche en el parking del área de Tudanca en Aranda de Duero.
Yo no lo vi, pero dicen que el Gobierno movilizó al Ejército y a la Guardia Civil con dos blindados y tres camiones con mantas de la División Acorazada Brunete -¡la Brunete, ni más ni menos!- para paliar la "gravísima situación", como la definió la Dirección General de Tráfico.
Un dispositivo insuficiente frente a una nevada que, sí, estaba más o menos anunciada, pero superó las expectativas y desbordó las previsiones de los operativos de emergencia aquel domingo en medio de las festividades navideñas.
Yo aún confiaba entonces en que el Gobierno no iba a permitir que una de las seis vías radiales del país se cerrara durante tantas horas. Pero, cómo podían avanzar las escasas quitanieves en medio del atasco blanco y los coches cruzados en la vía... Creo recordar que una responsable de Protección Civil tuvo que dimitir días después por echar la culpa a los conductores.
El caso es que lo ocurrido aquel día iluminó con una idea la noche insomne del entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero y sembró el proyecto de la Unidad Militar de Emergencias, el cuerpo del ejército más reclamado por autoridades y ciudadanos ante nevadas como la que barre estos días la península.
El propio expresidente socialista explicaba en una entrevista a El País en 2007 cómo concibió la idea al comprobar la impotencia de su Gobierno ante "una tragedia". Recupero la respuesta en su integridad por los detalles sobre los engranajes de la reflexión presidencial:
“Hay dos iniciativas muy personales mías de esta etapa de gobierno. Y además siempre han sido producto de eso, de constatar algunas reflexiones en algunas noches en las que he dormido menos. Porque normalmente duermo bastante bien. Una, la creación de la UME, la Unidad Militar de Emergencias, que es una decisión mía personal y la gente ha dicho que fue cuando el incendio de Guadalajara. No es verdad, fue con las primeras nevadas que tuvimos una noche aciaga en Burgos, que a las cuatro de la mañana yo estaba escuchando a los ciudadanos en la Cadena SER, como siempre por cierto, diciendo que estaban allí atascados por la nieve y que nadie les venía a sacar. Y los mensajes oficiales que a mí me llegaban de la cadena de mando eran que estaba todo solucionado. Ahí fue cuando dije, bueno, y ¿qué pasa? Un Estado que es la octava potencia mundial, un gobierno ante una tragedia, y yo soy el presidente del Gobierno, el primer responsable de la seguridad de la gente y ¿qué tengo a mi alcance? Y no teníamos nada, prácticamente. Nada. Y esa fue la decisión de crear una Unidad Militar de Emergencias, porque le daría potencia, eficacia, estabilidad y desde luego cambiaría muchos de los problemas que en riesgos hemos tenido”.
En un país donde la oposición se entiende en sentido literal -es decir, oposición por sistema-, a nadie le sorprenderá saber que el PP criticó la creación de la UME porque implicaba "la segregación permanente de un importante contingente para misiones no militares y con un controvertido encaje legal", según se leía en el punto 499 del programa de Mariano Rajoy en 2008. "Capricho faraónico" fue el calificativo de uno de sus portavoces, Arsenio Fernández de Mesa, futuro director civil de la Guardia Civil de quien, por cierto, se recuerda el 'capricho' de retratarse como general cargado de medallas durante su paso por el cuerpo.
Sin embargo, el PP no dudó en recurrir y agradecer la intervención de la UME cuando la nevada de enero de 2018 dejó a centenares de conductores atrapados en la autopista AP-6. La UME rescató al Gobierno, titularon algunos medios. En el décimo aniversario de su creación, en 2015, el entonces ministro de Defensa del PP, Pedro Morenés calificó de “gran acierto” la creación de esta unidad y la puso como ejemplo del acercamiento entre el “ámbito militar y la sociedad civil”. Hoy nadie discute la utilidad de esta unidad militar.
La UME, al mando del teniente general Luis Manuel Martínez Meijide, está formada actualmente por 3.500 efectivos repartidos en cinco puntos estratégicos de la península: León, Zaragoza, Madrid, Valencia y Sevilla. Han participado en más de 500 actuaciones de emergencia. Más allá de las nevadas les hemos visto en incendios, inundaciones e incluso en terremotos, como el que sacudió Haití en 2010.
En este último año de pandemia, han estado en la primera línea de la lucha contra el coronavirus: desde la desinfección de instalaciones críticas al traslado de enfermos o el montaje de hospitales de campaña como el de IFEMA. Quince años después de su creación, el acrónimo de la unidad se cuela en el lenguaje popular: que venga la UME. Nadie la discute.
Decía al principio que aquel domingo 26 de diciembre de 2004 nos dejó dos noticias para la historia. Hemos contado la primera, más cercana y menor. La segunda, más lejana y peor, mucho peor, nos da la verdadera dimensión de lo que es un desastre natural. Y no, no lo es una nevada imprevista que provocó un cierto caos en una carretera europea e impidió que al día siguiente algunos llegáramos a nuestra hora al trabajo.
En días sucesivos nos fueron llegando las tremendas imágenes del tsunami de Indonesia. Al mismo tiempo que una nevadita imprevista provocaba un cierto caos en la A-1 española, una gigantesca ola se tragaba 250.000 vidas al otro lado del mundo.