Breve historia de la plaza de Colón: emblema de la derecha española
La derecha española ha convertido la plaza de Colón en su altar de la patria frente al independentismo
La plaza de Colón de Madrid se ha convertido en el gran foro de la derecha española. El carácter se ha agudizado en los últimos años como respuesta al independentismo catalán, pero hace tiempo que la escenografía y las grandes concentraciones de la derecha se adueñaron de la plaza. Rajoy ya se manifestó por aquí en 2007 para "defender la nación española" frente a la "claudicación" ante ETA del Gobierno de Zapatero.
Tal vez no sea casual. El espacio es el punto de encuentro de cuatro distritos donde arrasa el voto a los partidos de la derecha: en Salamanca supera el 75%, en Chamberí roza el 70%, en Retiro, el 66%. La excepción es el distrito Centro donde la derecha ‘solo’ sumó un 44% de los votos en las últimas elecciones autonómicas.
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La foto de Colón
La Puerta del Sol, Cibeles, la calle de Alcalá… Las grandes manifestaciones de distinto signo político solían compartir las grandes avenidas de la capital. Pero desde la manifestación de febrero de 2019 la derecha ha transformado la plaza de Colón en su altar de la patria frente a los que considera traidores a la dignidad de la nación.
Vox la ha elegido para cerrar campañas electorales y protestar contra las restricciones por la pandemia. Y dos años después, las derechas vuelven a concentrarse en Colón contra los indultos a los independentistas catalanes, la foto que los socialistas esperan de nuevo para asustar con el espantajo de la extrema derecha.
Cuando la izquierda iba por Colón
La plaza ha adquirido tal significación simbólica que será difícil que la izquierda vuelva por aquí como no sea de paso. Sí estuvo en 2014, cuando culminaron en Colón las marchas de la dignidad contra los recortes del Gobierno de Rajoy.
Muchos años atrás aquí desembocaron las multitudes jubilosas que celebraban el triunfo del Frente Popular en 1936 y por aquí cerca pasó el cortejo fúnebre de los abogados asesinados en Atocha organizado por un PCE aún clandestino. Grandes manifestaciones transversales contra el terrorismo -los asesinatos de Tomás y Valiente y Miguel Ángel Blanco- rebosaron la plaza cuando el recorrido se vio desbordado.
Cuando aún no se había abierto la plaza, los primeros astronautas en pisar la Luna recibieron el homenaje madrileño bajo la estatua de Colón. Antes que la derecha la convirtiera su centro de gravedad, ha sido escenario frecuente de desfiles militares, estación término de manifestaciones del Orgullo LGTBI y altavoz de agravios de las provincias irredentas
De Lola Flores a la Eurocopa
En la memoria queda también el homenaje multitudinario a Lola Flores, la más grande fue despedida de cuerpo presente en los bajos de la plaza. También se convirtió en espacio transversal para seguir el Mundial de 2006, pero estalló de júbilo cuando Cuatro montó allí su plató para celebrar el paseo triunfal de 'La Roja' en la Eurocopa de 2008. No debió gustar mucho a la derecha madrileña. Esperanza Aguirre quiso contraprogramar con un plató paralelo en la Puerta del Sol.
La plaza de los papas
Colón ha sido un escenario habitual de grandes celebraciones litúrgicas del catolicismo. Misas papales, canonizaciones y exaltaciones de la familia desde que en 1993 Juan Pablo II celebró una concentración multitudinaria, convocada, dicho sea de paso, para canonizar al beato catalán Enrique de Ossó, fundador de las Teresianas.
El banderón de Aznar
Pero el primer paso hacia su resignificación política ocurrió en 2002. Aquel año, Aznar celebró que ya no dependía de nacionalistas vascos y catalanes erigiendo una enseña roja y gualda descomunal, la mayor de España: 294 metros cuadrados, 59 metros de mástil y 19 toneladas de peso.
Dicen que se inspiró en la gran bandera mexicana que se levanta en el Zócalo. Las dimensiones -que se prestan a interpretaciones freudianas sobre lo que oculta la obsesión por el tamaño- debían reivindicar ‘sin complejos’ la simbología española.
Una afirmación nacional española sin precedentes después de años de timidez en el espacio público, una respuesta al dominio escénico de ikurriñas y senyeras en sus respectivas comunidades, una exhibición polémica en un país al que le cuesta ponerse de acuerdo sobre sus símbolos y su historia.
No hace tanto que en una esquina de los jardines se ha levantado una estatua al heroico mutilado, Blas de Lezo, el defensor de Cartagena de Indias frente a la codiciosa flota de la Pérfida Albión. El líder de Vox pidió a las gentes del cine una película sobre sobre la peripecia de este vasco que salvó el imperio español.
La larga espera de la estatua de Colón
Fue en 1864, reinando Isabel II, cuando se dispuso la erección de una estatua monumental al hombre que cambió la historia de España. El navegante genovés -mientras no lo desmienta un futuro análisis- Cristóbal Colón. Pero la siempre agitada historia de España se cruzó por medio y la estatua tardó 28 años en colocarse en su sitio.
La revolución ‘Gloriosa’ que destronó a Isabel II, el efímero reinado de Amadeo de Saboya, el año largo y revuelto de la I República, la restauración borbónica de Alfonso XII, la muerte prematura primero de la reina María de las Mercedes -la de la tonadilla '¿Dónde vas Alfonso XII? ¿Dónde vas triste de ti?'- y unos años después del propio rey aplazaron la inauguración del monumento hasta 1892, cuarto centenario del Descubrimiento de América. Se hizo sin ninguna pompa. Sólo consta la entrega de la estatua a la Villa de Madrid.
El pedestal del monumento, en el estilo neogótico de la época, fue obra del madrileño Arturo Mélida, y la estatua, del catalán Jerónimo Suñol. A la vuelta de un siglo, otra estatua monumental de un artista catalán, la Julia de Jaume Plensa, mira pensativa los acontecimientos de la plaza 'más española'.
Cuando Arias Navarro creó la plaza
El mayor cambio llegó con el Madrid desarrollista del alcalde Arias Navarro -el del lloroso ‘Franco ha muerto’. En 1970, se derribaron los caserones de la antigua Casa de la Moneda para abrir el espacio de los Jardines del Descubrimiento. Fue en esos años setenta cuando el monumento de Colón se vio desplazado a un rincón de la plaza para mejorar la fluidez del tráfico. El coche era entonces el rey de una ciudad en la que proliferaban los scalextric.
Al otro lado de la calle, el palacio de Medinaceli sucumbió para levantar el insulso edificio del Centro Colón y en frente, se levantaron las Torres de Colón, sede de la entonces pujante Rumasa y asombro de los madrileños porque se construyeron al revés, de arriba a abajo. Las Torres sobrevivieron a la estrepitosa caída del emporio empresarial de Ruiz Mateos y viven ahora un estirón para rentabilizar un metro cuadrado cotizadísimo. ¿Se habrá planteado el PP en mudar aquí su sede desde Génova, apenas 350 metros calle arriba? La mejora de las vistas es incuestionable.
Allá donde se cruzan los caminos
Cuarenta años después, la estatua del descubridor recuperó su emplazamiento original en el centro de la calle, donde el paseo de la Castellana cede el testigo al de Recoletos en ese río de asfalto que divide Madrid de norte a sur y sirve de orientación al visitante.
A un lado le acompaña una ‘gorda’ del colombiano Botero. Al otro, la blanca Julia de Plensa. Iba a quedarse un año y ya va para tres. Sólo lo fugitivo permanece y dura, decía el poeta. Como las novelas de Galdós, el himno de Sabina o el Colón estatuario, Madrid adopta sus iconos sin mirar el certificado de nacimiento y sus vecinos se mezclan en una ciudad, hasta ahora, sin espacios reservados.