Las tensiones territoriales en España se arrastran desde mucho antes de que Estanislao Figueras, presidente del Gobierno en la I República, dijera aquello de “estoy hasta los cojones de nosotros mismos” y se fuera a coger un tren a París y dejara a su gabinete pasmado. Uno puede esperar que esas tensiones lleguen desde Cataluña, como le pasó a Figueras y a tantos otros, o del País Vasco, o de Galicia, o de Canarias, o incluso del cantón de Cartagena. Pero parece que nos hemos superado como país y hemos sido capaces de generar tensión territorial entre Madrid y el Gobierno central. Fabuloso. Nunca desdeñen la capacidad que tenemos como nación para enredarnos entre nosotros mismos.
Pues sí, resulta que ahora el problema de España es Madrid. Y el problema de Madrid es el Gobierno de España, que tiene a Madrid secuestrado. Ya saben lo bien que viene la hipérbole en el debate político. La presidenta de Madrid cree que el Gobierno tiene a los madrileños como rehenes, amordazados, que sufren atropello tras atropello… Podría seguir relatando todo lo que ustedes han escuchado en las últimas semanas en boca de los dirigentes de Madrid sobre el Gobierno y me faltaría espacio. Todo se resume en: el Gobierno se quiere cargar Madrid y Madrid es España. Ayuso asume el papel de Agustina de Aragón contra los “gabachos” y defiende la españolidad frente al legítimo Gobierno de España que se quiere cargar España a través de cargarse Madrid. No me digan que el argumento no es bueno.
Entiendo que haya diferencias ideológicas de calado entre un Gobierno surgido de la negociación de tres partidos (PP, Cs y VOX) y otro fruto de un pacto entre PSOE y Podemos con el apoyo de fuerzas independentistas. Eso está claro y no hay que explicárselo a nadie. Pero que esas diferencias y tensiones se hayan trasladado al plano institucional en una suerte de nueva tensión territorial centralista, no tiene parangón. Ha surgido un sentimiento nacionalista de Madrid que se encarna arropándose con la bandera de España. Eso puede significar dos cosas.
Sobre la primera hipótesis, tendría que opinar Pablo Casado, a quien Ayuso le levanta los titulares de prensa y hasta una entrevista en el Financial Times. ¿Cree Casado que la reconquista del PP empieza en Madrid y su modelo es el que encabeza Ayuso? ¿O es la cabeza de Casado la que está en juego ante el crecimiento de la nueva lideresa madrileña?
Sobre la segunda, tendrían que opinar el resto de los españoles. ¿Se ven realmente reflejados en la imagen que traslada Ayuso de identificación de España y Madrid?
Como es habitual, aquí tenemos más preguntas que respuestas y hay una más que me ronda en la cabeza: pero, ¿de qué discuten realmente Ayuso e Illa? Pues si nos ponemos estrictos, es difícil encontrar diferencias irreconciliables. No es que unos quieran que los madrileños salgan corriendo de puente y los otros, no. Ambos están de acuerdo en que lo prudente ha sido que no salgan. También están de acuerdo en las restricciones de aforos, en los horarios comerciales y en una decena de medidas que no se discuten. Las dos partes coinciden en que los datos de contagios en Madrid han de seguir bajando y en que hay que hacer muchos test. ¿Entonces? Desde el principio hay una pequeña diferencia: Madrid quiere confinar zonas sanitarias (barrios, para entendernos) y el Gobierno, poblaciones (ciudades). Desde ahí han ido tirando del hilo para destejer consensos y construir murallas. Y todo con una escalda verbal insólita.
Dediquemos el último párrafo al Gobierno central: ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, han decidido una orden. Pero la orden ha supuesto un revolcón jurídico, así que opta por un cañonazo: el estado de alarma. Los datos de Madrid están mejorando, en eso también están todos de acuerdo. ¿Podrían ser un poco más flexibles? Respuesta: no hemos aprobado un estado de alarma para quitarlo a los pocos días. Demostraría que no tenía sentido. Así que se van ustedes a comer los 14 días de estado de alarma aunque tenga que bajar el umbral de la incidencia acumulada hasta 100 si hace falta.
Ceder es perder. Quien resiste gana. No importa quien lleve la razón y sobre qué se esté discutiendo. Los datos son armas para la causa, cada uno esgrime los suyos. Y mientras sigue muriendo gente.